Decisiones
~Jay~
Salimos de la fiesta y el frío de la noche nos envolvió de inmediato, pero ni siquiera lo sentí. Estaba demasiado concentrado en ella, en cada gesto pequeño que hacía: cómo se acomodaba los lentes, cómo su mano jugaba nerviosa con la manga de su abrigo. Caminábamos en silencio, uno cómodo, como si no necesitáramos llenar el espacio con palabras. Me gustaba eso. Con Isa, el silencio no era incómodo; era… natural.
—¿Así que “mi ratoncita”, eh? —rompió el silencio, con una sonrisa que intentaba ocultar, pero fallaba estrepitosamente. Me encogí de hombros, metiendo las manos en los bolsillos de mi traje.
—¿Qué puedo decir? Te queda bien. Pequeña, curiosa, y con esos lentes… —Me detuve un segundo, inclinándome un poco hacia ella—. Además, es mi apodo exclusivo. Nadie más te llamará así.
Isa soltó una carcajada, una de esas que no puedes contener aunque quieras. Y, maldita sea, era adictiva.
—¿Exclusivo? ¿Acaso soy una marca registrada ahora? —se burló, dándome un leve empujón en el brazo.
—No, pero podrías serlo —respondí, sin pensar demasiado en lo que decía. Pero cuando la vi detenerse un segundo, mordiéndose el labio, supe que mis palabras la habían tocado más de lo que quería admitir.
~Isa~
¿Podrías serlo? ¿Quién demonios dice eso con tanta seguridad y lo hace sonar tan… bien? Me crucé de brazos, intentando mantener la compostura, aunque mi corazón latía tan rápido que parecía estar haciendo cardio por su cuenta. Jay tenía esa forma de desarmarme sin esfuerzo, y eso me aterraba más de lo que estaba dispuesta a admitir. No se suponía que me gustara. No se suponía que me sintiera tan cómoda, tan… viva.
—No te creas tanto, Mach —dije finalmente, con una sonrisa forzada que no engañaba a nadie.
—¿Mach? ¿Ya dejamos atrás el "Jay"? —preguntó, fingiendo estar ofendido, aunque su sonrisa decía lo contrario.
—Solo para equilibrar las cosas. Si soy tu ratoncita, tú eres Mach. Nada de apodos tiernos para ti.
Él rió, y su risa fue como un maldito hechizo. ¿Cómo podía un sonido ser tan… perfecto?
Caminamos un poco más, hasta que llegamos a una plaza pequeña, iluminada por faroles antiguos. Me detuve sin pensar, mirando cómo las luces reflejaban en el agua de una fuente. Jay se paró a mi lado, en silencio.
—¿En qué piensas? —preguntó en voz baja. Me giré hacia él, encontrándome con esos ojos que parecían ver más de lo que deberían.
—En que esto es raro —admití, sin filtros. Porque con él, parecía que no podía tenerlos.
—¿Raro en plan malo o raro en plan… inesperado? —su voz bajó un poco más, y mi corazón decidió ignorar cualquier lógica.
—Inesperado —susurré. Él sonrió, acercándose un poco más. Solo un poco, pero fue suficiente para que el mundo se sintiera más pequeño, más íntimo.
—Entonces dejemos que sea inesperado, mi ratoncita.
Y en ese instante, supe que estaba en problemas. Problemas con nombre y apellido: Jared Mach.
~Jay~
Su respuesta se quedó suspendida en el aire, flotando entre nosotros como una promesa no dicha.
Inesperado.
Me gustaba cómo sonaba eso en su voz, suave y honesto, sin pretensiones. Isa bajó la mirada un segundo, tal vez para escapar de la intensidad que inevitablemente creábamos cada vez que nuestras miradas se encontraban. Pero yo no quería que escapara. No esta vez. Me acerqué un poco más, lo suficiente para que el espacio entre nosotros fuera casi inexistente. Podía ver el reflejo de las luces de la plaza en sus lentes, el leve sonrojo en sus mejillas.
—¿Te incomoda que esté tan cerca? —pregunté en voz baja, casi un susurro, sin intención de apartarme. Ella levantó la cabeza despacio, sus ojos fijos en los míos, y negó con suavidad.
—No —dijo, apenas audible.
Boom. Así sonó mi corazón en ese momento. Porque Isa Spencer no era una chica más. No era alguien con quien pudiera bromear y luego olvidarme. Ella se había metido bajo mi piel en menos de una semana, como si hubiese estado esperando en algún rincón de mi vida para aparecer justo ahora. Sonreí de lado, incapaz de resistirme.
—Eres valiente, ratoncita —susurré, y verla rodar los ojos en respuesta solo me hizo querer reír. Pero no lo hice. En lugar de eso, levanté una mano y, con delicadeza, retiré un mechón de cabello que el viento había llevado hasta su rostro. Mis dedos rozaron su mejilla, y el mundo pareció detenerse por un segundo.
~Isa~
¿Respirar? ¿Cómo se hacía eso otra vez? Porque Jared Mach —Jay— estaba demasiado cerca, con esa sonrisa medio arrogante, medio encantadora, y esos malditos ojos que parecían diseccionar mi alma. Y yo, la escritora de novelas románticas, la que podía crear mil escenas perfectas en papel, estaba ahí, congelada, sin tener idea de qué demonios hacer.
—¿Siempre eres así de intenso? —logré decir, aunque mi voz sonó más suave de lo que pretendía. Jay soltó una risa baja, y su mano se quedó donde estaba, apenas rozando mi piel.
—No. Solo contigo.
¿Qué?
¿Quién le daba permiso para decir cosas así?
Porque mi corazón definitivamente no estaba preparado. Me aparté un paso, necesitaba aire. Espacio. Un maldito manual para lidiar con él.
—Debemos… eh, volver —murmuré, señalando hacia la calle aunque no tuviera claro a dónde quería ir exactamente. Jay no discutió. Caminó a mi lado en silencio, pero podía sentirlo, su presencia era como una corriente eléctrica constante. Cuando llegamos al cruce donde nuestros caminos se separaban, me detuve. No quería que terminara así.
—Gracias por hoy —dije, sin saber muy bien por qué— por acompañarme. Él asintió, metiendo las manos en los bolsillos de su traje.
—¿Nos veremos mañana?
No era una pregunta casual. Lo supe por el tono, por la forma en que me miró, esperando algo más que un simple “sí” o “no”. Sonreí, incapaz de resistirme a su forma de ser.