Confusiones Precipitadas
~Isa~
Cuando llegué a mi departamento, lo primero que hice fue dejar caer el bolso en el suelo y deshacerme de los zapatos.
Respira, Isa.
Me dejé caer en el sofá, llevándome las manos al rostro. ¿Qué demonios acababa de pasar? ¿En qué universo lógico Jared Mach —Jay— me miraba de esa forma, me decía esas cosas y lograba que mi corazón hiciera maratones sin previo aviso?
Me quité los lentes, masajeando el puente de mi nariz. Inesperado, había dicho. Y sí, eso definía perfectamente esta locura.
Me levanté para prepararme un té, algo que me ayudara a calmarme. Mientras el agua hervía, mi mente repasaba cada detalle: su voz grave, la forma en que me miraba como si yo fuera la única persona en el mundo, y ese estúpido apodo que, para mi desgracia, empezaba a gustarme más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Ratoncita.
Solté una risa suave, negando con la cabeza. ¿Quién se creía que era para decirlo con tanta naturalidad y que no sonara ridículo? Pero no lo sonaba. No para mí.
Con la taza caliente entre las manos, me senté junto a la ventana, mirando las luces de la ciudad. Había escrito tantas historias de amor en mi vida, pero ninguna se parecía a esto. Ninguna me había hecho sentir tan… desbordada.
¿Nos veremos mañana?
Su voz resonó en mi mente, junto con la expresión en su rostro, esa mezcla de seguridad y vulnerabilidad que me había dejado sin palabras.
Apoyé la frente contra el cristal frío, suspirando.
No sabía qué iba a pasar después. Pero por primera vez en mucho tiempo, quería averiguarlo.
~Jay~
El día siguiente amaneció con un cielo gris, como si el clima reflejara el revoltijo de emociones que llevaba por dentro. Me desperté antes de que sonara el despertador, lo cual ya era una señal de que Isa estaba más presente en mi mente de lo que quería admitir.
Me vestí sin mucho pensar: camisa blanca, pantalones oscuros, el reloj de siempre en la muñeca. Pero algo en el reflejo del espejo me detuvo. No era el mismo Jay de siempre. Había algo diferente en mi mirada, menos controlado, menos calculador.
¿Será ella la razón?
Aún tenía su número guardado en el teléfono. Podría escribirle. Podría invitarla a salir. Podría.
Pero no lo hice.
En su lugar, fui a la oficina. Mi imperio. Mi refugio. Mi excusa perfecta para no enfrentar lo que sentía.
Las reuniones pasaron como un borrón. Proyectos, contratos, inversiones. Todo lo que normalmente mantenía mi mente ocupada ahora parecía una distracción molesta. Cada vez que intentaba concentrarme, su risa suave volvía a mi memoria, su mirada curiosa atravesaba mis pensamientos.
Al final del día, cuando ya no pude resistirme más, marqué su número. Una, dos, tres veces. Nada. ¿Por qué no contesta?
Decidí enviarle un mensaje:
"¿Te gustaría vernos esta noche? Jay."
Nada.
La ansiedad empezó a apretar en mi pecho, algo completamente nuevo para mí. No estaba acostumbrado a sentirme vulnerable.
¿Y si me estoy precipitando? ¿Y si ella no siente lo mismo?
Horas después, su respuesta llegó:
"Lo siento, Jay. Necesito tiempo. No sé si esto es una buena idea."
Me quedé mirando la pantalla, sintiendo algo parecido a un puñetazo en el estómago.
~Isa~
Había pasado el día entero dándole vueltas al mismo pensamiento: ¿Qué estoy haciendo?
Después de pensar bien las cosas, lo que sentí , me di cuenta de que realmente me asusta más de lo que quería admitir: por que Jay podía romperme el corazón.
Porque él no era solo un chico simpático con una sonrisa que derretía corazones. Era… diferente. Intenso. Demasiado para alguien que había pasado la vida llena de decepciones amorosas.
Por eso no contesté sus llamadas. Por eso escribí ese mensaje.
"Necesito tiempo."
¿Era verdad? Sí. ¿Era una excusa? También.
Me senté en mi escritorio, frente a mi laptop, intentando escribir. Las palabras no salían. Todo lo que podía pensar era en la forma en que me había mirado, como si yo significaba algo.
Pero no podía permitirme caer tan fácil. No después de todo lo que había pasado en el pasado, con promesas rotas y decepciones disfrazadas de amor.
Entonces, mi teléfono vibró de nuevo. Un nuevo mensaje.
"Si necesitas tiempo, lo respetaré. Pero no me rendiré tan fácil, ratoncita."
Cerré los ojos, sonriendo a pesar de mí misma.
¿Cómo se supone que me aleje de alguien que no se rinde?
Pero debía hacerlo. Por mi propia paz.
O al menos eso quería creer.
~Jay~
Los días pasaron. Me sumergí en el trabajo, en reuniones interminables, en planes de expansión. Pero nada llenaba el vacío que Isa había dejado con su ausencia.
Hasta que un día, en una revista de negocios, vi una foto mía en portada. Jared Mach: el joven magnate del imperio automotriz.
No habría sido un problema. Excepto porque esa misma tarde, después de salir de una reunión, me dirigí a la cafetería que estaba cerca de mi depa por un café, pues necesitaba energía para seguir mi día, y la vi. Estaba preciosa como siempre mi ratoncita. Isa.
Y ella también me vio.
Pero esta vez, su mirada no fue de curiosidad ni de ternura. Fue de sorpresa… y decepción.
Y en sus manos estaba dicha revista. Ella no sabía quién soy en realidad.
Y ahora lo sabía.
~Isa~
La revista estaba allí, sobre la mesa de una cafetería cualquiera, brillando bajo la tenue luz del atardecer. No sé por qué mis ojos fueron directo a esa portada entre tantas otras. O tal vez sí lo sabía.
"Jared Mach: el joven magnate del imperio automotriz."
Su rostro, el mismo que me había sonreído con ternura, el mismo que había inclinado hacia mí con esa mirada intensa, estaba allí… junto a su nombre completo. Jared. Mach.