Cupido se ha Perdido

Capítulo 11

Dale tiempo al corazón

~Isa~

Los días pasaron con la lentitud de un reloj averiado. Cada minuto sin su voz era un recordatorio de lo que había dejado atrás, o peor aún, de lo que tal vez nunca había tenido.

Intenté sumergirme en mi trabajo, en mis escritos, en todo lo que pudiera distraerme de esa voz grave que me llamaba “mi ratoncita” y hacía que el mundo entero se desvaneciera. Pero las palabras no fluían, y las historias que solían nacer con facilidad ahora se sentían vacías.

Mis padres notaron mi tristeza de inmediato. Nos sentamos en la pequeña cocina de su casa, donde el aroma del café siempre me había traído consuelo.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó mi madre con suavidad, mientras me pasaba una taza caliente.

No quería hacerlo, pero las palabras salieron solas.

—Me enamoré de alguien… y creo que lo arruiné.

Les conté sobre Jay, omitiendo detalles que solo pertenecían a nosotros dos, pero suficiente para que entendieran. Cuando terminé, mi padre me miró con esa sabiduría sencilla que siempre había tenido.

—¿Te hizo daño? —preguntó él, directo.

Negué con la cabeza, sintiendo cómo se me llenaban los ojos de lágrimas.

—Entonces, ¿por qué huyes de él?

No supe qué responder.

~Jay~

Cada día sin Isa era una lucha. Me sumergí en el trabajo, en reuniones interminables, en proyectos de la empresa que deberían haberme distraído. Pero nada funcionaba.

Marta me miraba con esos ojos que lo sabían todo sin necesidad de explicaciones. Una noche, después de una cena en silencio, dejó caer la servilleta y me miró fijamente.

—Eres un idiota, ¿lo sabías?

Fruncí el ceño.

—Gracias por el apoyo, hermanita.

—No me malinterpretes. Eres brillante para los negocios, pero en el amor… un desastre.

Suspiré, apoyándome en la mesa.

—No sé cómo arreglarlo.

Marta se encogió de hombros.

—Tal vez porque intentas arreglarlo como si fuera una fusión empresarial. Esto no es un contrato, Jay. Es Isa. Haz lo que harías si fuera el negocio más importante de tu vida. Porque, admitámoslo, lo es.

~Isa~

Volví al Parque de El Retiro. No sabía por qué, pero mis pasos me llevaron allí, a la fuente de Cupido. Observé el agua tranquila, recordando la leyenda que mi padre me contaba de niña.

“Si tu deseo es sincero, el amor florecerá.”

¿Y si ese deseo ya había florecido, pero yo era demasiado cobarde para aceptarlo?

Sentí una presencia detrás de mí. Un aroma familiar, una mezcla de menta y café. Me giré lentamente, y ahí estaba Jay. No un empresario exitoso, ni el hijo de la jefa de la editorial. Solo él. Con el mismo brillo en los ojos que la primera vez que me llamó “mi ratoncita”.

No dijo nada al principio. Se limitó a mirarme, como si temiera que cualquier palabra rompiera el frágil hilo que aún nos unía.

—No sabía cómo encontrarte —susurró finalmente—, pero pensé que si había un lugar donde podría hacerlo, sería aquí.

Mi corazón latía con fuerza.

—¿Por qué?

Se acercó, acortando la distancia entre nosotros.

—Porque este es el lugar donde la gente cree en los milagros… y yo necesitaba uno.

Las lágrimas que había contenido durante días finalmente se deslizaron por mis mejillas.

Jay extendió la mano, tocando mi rostro con una ternura que me rompió por dentro.

—Te amo, Isa. No por quién eres en el papel, ni por cómo el mundo te ve. Te amo por cómo ríes, por cómo frunces el ceño cuando estás concentrada, por cómo crees en historias de amor incluso cuando dices que el amor te ha dado la espalda.

Mis labios temblaron.

—Pensé que me habías engañado… pero creo que el problema es que yo misma me engañé, al pensar que podía alejarme de ti sin que doliera.

Jay sonrió suavemente, sus ojos llenos de esperanza.

—Entonces deja de hacerlo. Quédate conmigo.

No respondí con palabras. Simplemente me lancé a sus brazos, buscando su boca con la mía. El beso fue un choque de emociones: alivio, pasión, perdón.

Cuando nos separamos, él susurró contra mis labios:

—Mi ratoncita.

Reí entre lágrimas, sabiendo que, finalmente, había encontrado mi propio cuento de hadas.

Después de ese beso, todo cambió. No de una forma drástica ni cinematográfica, pero sí en lo esencial. Jay y yo éramos diferentes, y al mismo tiempo, éramos los mismos de siempre. Solo que ahora, nos teníamos el uno al otro.

Los días siguientes estuvieron llenos de pequeños momentos que, de alguna forma, se sentían más grandes que cualquier cosa que hubiera vivido antes. No necesitábamos grandes gestos ni palabras elaboradas. A veces, bastaba con un simple mensaje suyo en medio del día: “¿Cómo va mi ratoncita?” Y mi corazón latía más rápido, como si esas pocas palabras tuvieran el poder de encender estrellas dentro de mí.

Pasábamos tardes en el Parque de El Retiro, en la misma banca cerca de la fuente de Cupido, con cafés en mano y conversaciones que nunca parecían tener fin. Jay solía mirarme de una forma que me hacía olvidar mis inseguridades. Era como si me viera no solo por fuera, sino por dentro, con todas mis rarezas, mis miedos y mis sueños. Y lo más hermoso era que parecía enamorarse de cada parte de mí.

Una tarde, mientras yo le leía un fragmento de mi nuevo libro, él me interrumpió de repente.

—¿Sabes? —dijo, recostado en el césped, con las manos detrás de la cabeza—. Creo que eres mi parte favorita de todos los días.

Me reí, pensando que solo bromeaba. Pero cuando giré para mirarlo, su expresión era seria, suave y sincera.

—Lo digo en serio, Isa. Me haces sentir… libre. Como si, por primera vez en mi vida, no tuviera que ser el empresario perfecto ni el hermano mayor responsable. Solo soy Jay, el tipo que está perdidamente enamorado de ti.

~Jay~




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