Anne
Miro alrededor y nuevamente se ha aglomerado una cantidad de personas, esta vez más que antes.
Todos apuntan con sus teléfonos y gritan al tiempo que se acercan al hombre que tengo al frente. Al principio no entiendo por qué tanto escándalo. ¿Acaso nunca han visto a una mujer golpear a un millonario en público? ¡Qué exageración!
Busco con la mirada a Fran y su perfecta familia, pero no los veo por ningún lado. En lugar de eso, veo a un enjambre humano cada vez más cerca. Empujones, gritos, flashes. Me siento asfixiada. No puedo respirar. El aire parece desaparecer de mis pulmones como si los gritos de la multitud lo estuvieran absorbiendo.
—¡Háganse a un lado! —grita una voz autoritaria desde algún punto que no logro identificar.
Siento que alguien jala de mí y sin darme cuenta, estoy siendo arrastrada. Por un momento pienso que es una especie de arresto ciudadano por atacar al CEO del año, pero no, esto es más organizado. Varios hombres con esmoquin —¿quién usa esmoquin a esta hora?— nos rodean y nos sacan por la parte trasera del centro comercial como si fuéramos celebridades escapando de paparazzis.
Nos suben a un carro blindado negro. Literalmente blindado. Las puertas se cierran como si fuera una cárcel sobre ruedas y me siento dentro de una cápsula de lujo.
No comprendo qué pasó allá afuera en solo un segundo. Miro al hombre y ya sentados en la parte trasera del carro en marcha, me percato de que aún sigue agarrando mi muñeca.
—Estás loca —dice molesto, mirándome con sus cejas de ceñudo profesional—. Estás completamente loca.
—¡Si no hubieras robado mi puesto, no me hubiera comportado así! ¿Sabes lo que me costó salir de mi casa hoy? —Lo escaneo de arriba abajo, con su traje de tres piezas perfectamente entallado, el cabello engominado sin una sola rebeldía. Tiene pinta de hombre que jamás ha tenido que rogar por un empleo ni madrugar para hacer fila bajo cero. Lo odio. Y también lo envidio un poco.
—Por supuesto que no lo sabes —continúo, sin esperar respuesta—. Un hombre como tú no lo sabría. Un hombre como tú nunca pasaría por todo lo que yo he pasado. Un hombre como tú no va a comprar un juguete porque a un imbécil se le ocurrió decir que es la única forma de entrar a trabajar en su empresa.
—Le dije que no era buena idea bromear de esa forma, señor O’Brien —dice el chófer, mirando por el espejo retrovisor.
¡Mierda!
Cuando creo que el día no podía ser peor escucho aquel apellido y abro mis ojos alarmada. Solo hasta entonces puedo conectar su rostro, que alguna vez vi en alguna revista, con la famosa marca O'Brien Beauty.
Es él. Ryan O’Brien. El dueño de la empresa de cosméticos y productos de belleza en la que esperaba ser contratada. La misma que exige como requisito el condenado videojuego.
Me hago pequeña en el asiento queriendo salir por la ventana. Abro la boca y la vuelvo a cerrar porque no encuentro nada que decir. Quisiera hacerme invisible, o al menos evaporarme como el rímel a prueba de agua cuando lloro viendo películas de perritos. Literalmente, mi cerebro está en modo: error 404, dignidad no encontrada.
—Si vas a decir que no sabías quién era yo, mejor no digas nada —habla sin mirarme—. Esa frase ya está muy usada.
El carro sigue en marcha, cruzando esquinas, esquivando autos que derrapan apenas rozan el hielo. Mientras tanto, yo intento seguir viva sin que se me note el ataque de ansiedad interno. ¿Cómo terminé aquí? Ah, claro, golpeando al CEO de la empresa en la que quería trabajar y luego besándolo como si fuéramos protagonistas de una novela coreana. Mi vida, siempre superando sus propias marcas.
—¿Cómo iba a imaginar que un empresario de su nivel estaría robándole el puesto de una fila a otra persona para obtener un juguete en descuento? O peor aún, que le pagara a un habitante de la calle por él. —Hago contacto visual con él y le pido con la mirada que me suelte.
Libera su agarre y sobo la parte afectada mientras continuo:
—Para tener el dinero que dicen esas revistas que tienes, eres muy tacaño —endurece la cara e intercambia mirada con su chófer.
Empieza a manipular su teléfono cada vez más con el seño fruncido y yo me pego a la puerta del carro para alejarme lo más que pueda de él.
Diviso casas grandes y lujosas. Es un vecindario hermoso que no recuerdo haber visto antes, sus calles están cubiertas completamente de nieve y se respira el espíritu de la navidad de una forma distinta a la que estoy acostumbrada. Miro de reojo y lo veo mover sus dedos sobre la pantalla con rapidez, parece discutir con alguien por medio de mensajes, pero desde donde estoy no logro ver nada.
—¿Eso era lo que buscabas? —alza su teléfono de última tecnología al aire y reproduce un video.
Es uno en el centro comercial y nosotros somos los protagonistas. Empieza donde yo lo agarro fuerte de la bufanda y forcejeamos, luego se corta y hay un plano confuso donde muestran el beso. Nuestro beso. Y es un beso apasionado. En la cámara del celular se ve de una manera diferente a como me lo imaginé ¿Será que Fran y su acompañante nos vieron? ¿Sentiría celos de ese beso?
Despejo los pensamientos cuando escucho la voz de una mujer que proviene del video, dice que soy la nueva conquista del empresario y que después de una acalorada discusión de celos terminó reinado el amor en el beso que vemos a continuación, esta vez se reproduce el beso una y otra vez en diferentes ángulos.
—No, no era lo que buscaba. Solo quería darle celos a… —hablo cuando salgo del asombro de la edición del video, pero me detengo sin terminar la frase—. Olvidalo, solo te puedo decir que las circunstancias me obligaron a eso.
Vuelve a teclear y muestra otro video. En este se ve claramente donde le estoy dando el puñetazo en la mejilla, se lleva la mano a esa parte por inercia y se soba. En letras grandes se lee: “La loca del centro comercial ataca a prestigioso empresario” Apenada, me concentro en el clip que se repite una y otra vez como un boomerang.