Curvy Love

Capítulo 1

Por un lado se siente dura, pero por otro lado me gusta.

–Gracias, papá–le digo, mientras lo disfruto con cierto dolor en lo más hondo de mí, pero él solo me sonríe.

Como bien dicen “no pain, no gain”, sin esfuerzo no obtienes beneficios.

Vaya que me estoy esforzando, es tan intensa que hasta me saca algunas lágrimas, aunque luego sé que esas lágrimas serán de profunda alegría por haberme montado en una situación así de asombrosa.

Mi padre me toma de una mano y me pregunta con dulzura:

–¿Estás bien?

–S-sí–le digo.

–¿Segura que quieres esto?

–Con todo mi ser. Sin importar cuán duro sea.

–Entonces espero que lo disfrutes hasta lo último.

–Ya estoy dentro–le aseguro, acariciando también su mano–. Gracias, papi. Gracias por darme todo tu cariño en esto.

–Me siento un mal padre por meterte en algo tan duro y difícil, pero no lo haría si no fuera por tu felicidad.

–Descuida, yo elegí estar aquí ahora.

Mi madre también me mira con cariño frente a mí y asiente, tratando de limpiarse los ojos con un pañuelo mientras debemos afrontar todos a la vez lo que la vida nos impone.

Estoy sentada en el aeropuerto de Columbus, rodeada de personas que parecen estar totalmente relajadas con la idea de volar, mientras yo me aferro a mi maleta como si fuera el último flotador del Titanic. Mis padres están sentados frente a mí, observándome como si fuera una especie de cachorro que se va por primera vez a la jungla. Cuando mi padre me suelta la mano, aprovecho para sorberme los mocos.

—¿Estás segura de que llevas todo, cariño? ¿Pasaporte, tickets, documentos?—pregunta mamá por cuarta vez en los últimos diez minutos, como si la respuesta pudiera cambiar mágicamente desde la última vez que lo preguntó.

—Sí, mamá, lo llevo todo—respondo con una sonrisa forzada.

–Billetera, cartera.

–Sí…

–¿Ropa interior?

–Ufff, claro…

–¿Limpia?

–¡Mamá!

–Te la dejé en tu cómoda, ¿la viste?

–¡Sí, ma, pero…!

–Te planché los calcetines y las bombachas.

Ufff.

–Okay, sí, tengo todo, ¿estamos?–insisto para que la situación no se vuelva aún más humillante.

Mamá me mira con esa mezcla de preocupación y orgullo. Siento que estoy a punto de subir al escenario a recibir un Oscar o, más probablemente, a caerme de cara frente a millones de personas. Lo cual, honestamente, es un escenario bastante probable para mí.

—Love, por favor, no olvides comer algo. En Nueva York la gente no come bien. Es todo café y... y esas ensaladas raras en frascos con comida latina esa que consumen ahora acá, ¿cómo le llaman? ¿Arepas y empanadas?—me dice mamá, como si yo estuviera entrando a un concurso de resistencia humana y no a la ciudad más llena de comida rápida del mundo.

—Claro, mamá. Comeré. Lo prometo—digo completamente segura de que voy decidida a probar arepas y empanadas, aunque probablemente mi dieta más frecuente consistirá en pizza y algún pretzel callejero gigante. Iniciaré la vida de mis sueños, creciendo en la carrera de mis sueños, me las arreglaré como lo hace todo el mundo.

Mamá asiente, pero no parece convencida.

Papá, mientras tanto, está mirando al vacío, pero en cuanto parece captar que le estoy prestando atención, se vuelve a mí:

—¿Tienes suficiente dinero?—pregunta de repente.

—Sí, papá. Llevo suficiente.
—Llévate más. Yo te doy.

–Para ello trabajé arduo estos años aquí en Ohio–. En efecto, trabajé como productora de un canal de TV local, hasta que me concedieron un lugar luego de un casting para cubrir un segmento en el noticiario del prime time de un medio nacional.

–Nueva York es cara–insiste–. Te cobrarán hasta por respirar, una vez al tío Danny le cobraron por abrirle la puerta del taxi y luego otro cadete le cobró por cerrarle la puerta—suelta, sacando un billete arrugado del bolsillo de su camisa como si acabara de hacer un truco de magia. Lo tomo, porque discutírselo sería como negarle a un niño su juguete favorito.

—Gracias, papá. ¿Algo más? —pregunto, porque sé que todavía le queda alguna anécdota del tío Danny en su repertorio, el tío del que nunca supe de su existencia hasta que apareció en el discurso de mis padres en el momento que decidí mudarme.

—Cuidado con los estafadores. Y los actores. Especialmente con los actores.
—¿Qué te han hecho los actores, papá?
—Nada, pero sé que no son de fiar. Se pasan la vida pretendiendo ser algo que no son.

Lo dice con tanta seriedad que casi me hace reír. En su mundo, los actores están en el mismo nivel que los estafadores y los ladrones de bancos. Debe ser por culpa de las telenovelas que ve mamá o una serie de streaming.




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