Una mano ajena en mi espalda me empuja dentro de un despacho en penumbra. La escasa luz de una lámpara de escritorio no me permite distinguir los detalles con claridad.
—¡Acércate!
Oigo una voz ronca y, con cautela, doy un paso al frente. Mis rodillas tiemblan, el corazón late con tanta fuerza que su eco retumba en mis sienes. No veo quién está sentado en la amplia butaca de cuero. Está girada de espaldas hacia mí, y mi imaginación dibuja la silueta de un hombre inquietante, el responsable de que me encuentre aquí. Espero con paciencia sus próximas palabras, temiendo hacer el más mínimo ruido. Entonces, su voz, fría como el acero, rompe el silencio:
—¿Sabes por qué estás aquí?
Reconozco al instante el timbre de su voz, pero me niego a creerlo. No puede ser. Me engaño a mí misma, es imposible que sea ÉL. Me obligo a calmarme y respondo rápidamente:
—Mi esposo le debe dinero. No se preocupe, se lo devolveremos. Solo necesitamos unos días.
—¿Sabes de cuánto estamos hablando?
—No del todo... — Murmuro con miedo, mordiéndome el labio hasta casi hacerme daño. Apenas hoy me enteré de la deuda, cuando dos matones me metieron en un coche y me trajeron aquí.
—Quinientos mil euros.
Sus palabras caen como un rayo sobre mí. No sé qué me impacta más: la descomunal cifra o la voz que la pronunció. Lo peor de todo es que ni siquiera sé para qué pidió Román ese dinero ni en qué lo gastó. Su captor continúa, con una dureza que me hiela la sangre:
—Dime, ¿de dónde sacarás semejante cantidad en unos pocos días?
De ninguna parte. Lo sé perfectamente, pero me esfuerzo en no demostrarlo. Quiero evitar responderle y, en su lugar, pregunto lo que más me atormenta:
—¿Tiene a mi esposo?
—Sí. Sabes que sumas como esta no se perdonan. Por cierto, su apartamento me pertenece desde hace seis meses. Lo hipotecó cuando pidió el préstamo.
Cierro los ojos con resignación. Ahora entiendo por qué Román nunca me registró en su dirección. Seis meses... Justo el tiempo que llevamos casados. Cada palabra de este hombre confirma mis sospechas: no es un desconocido. Me esfuerzo en disimular de mostrar seguridad.
—Le devolveremos el dinero. No de inmediato, claro, pero solo necesitamos un poco más de tiempo…
—Ya he oído lo mismo de Román —me interrumpe con desdén—. Esperé demasiado, pero nunca vi ni un solo euro.
De pronto, la butaca gira y lo veo. ¡No me equivoqué! Es él. Ha cambiado desde la última vez que lo vi. Su rostro luce más maduro, una ligera barba cubre su mandíbula, y sus ojos castaños brillan con un destello depredador. Su cabello oscuro, peinado hacia atrás, deja al descubierto sus facciones marcadas. Las mangas remangadas de su camisa blanca dejan a la vista los tatuajes en sus brazos musculosos. Mi corazón se incendia, quemándome por dentro. Maldita sea… Está aún más atractivo que antes. Los años le han favorecido.
Pero entonces recuerdo lo que me hizo en el pasado y una ola de rabia me invade. Sin pensarlo, susurro su nombre:
—¿Lukyan...?
—No tengo un hermano gemelo, Aline —pronuncia cada sílaba de mi nombre con lentitud, como si la saboreara.
Un escalofrío recorre mi piel. Solo él es capaz de provocarme esta reacción. Quisiera golpearlo, arañarle el rostro, hacerle sufrir como yo sufrí. Frunzo el ceño con furia.
—No esperaba encontrarte aquí.
—El mundo es pequeño —esboza una sonrisa, pero no hay rastro de amabilidad en ella. Es la sonrisa de un depredador a punto de lanzarse sobre su presa. Se levanta de la silla y sentencia con voz firme:
—Te casaste.
—Sí —mi garganta se seca, pero me obligo a hablar rápido—. No sabía nada de la deuda. Si lo hubiera sabido, habría hecho algo. Te devolveremos el dinero, pero por favor, deja ir a Román —mi voz tiembla al final. Intento hacer una mueca de súplica, la misma que antes lo doblegaba. Antes... pero no ahora. Lukyan suelta una carcajada cruel.
—Como no somos desconocidos, te haré una excepción. Te propongo que trabajes para pagar la deuda.
—¡Por supuesto! —exhalo con alivio. Al final, no es el monstruo que temía—. Estoy terminando mi máster y puedo trabajar para ti. Tengo un título en economía, sé mucho y aprendo rápido.
—No es ese tipo de trabajo el que tengo en mente —sus labios se curvan en una sonrisa peligrosa, cargada de deseo. Me quedo inmóvil, incapaz de respirar. De pronto, da un paso hacia mí y me toma por la cintura, atrayéndome hacia su cuerpo. El calor de su piel me envuelve y arde en mis entrañas.
— ¿Lo amas?
— Sí. — La respuesta sale firme y sin dudar.
— ¿Qué estarías dispuesta a hacer para salvar su vida y pagar la deuda?
La pregunta me deja sin aire. Sus manos me rodean la cintura y me atraen hacia él. Un calor abrasador se expande por mi cuerpo. Frunzo el ceño con rabia.
— ¿Qué es lo que quieres?
— Regálame una noche.
Sus palabras me golpean como una bofetada. Se inclina para besarme. ¡El muy bastardo! La ira explota dentro de mí. Busco apoyo en la pared, pero mis dedos tropiezan con algo sobre el mueble. Lo agarro sin pensar y, con todas mis fuerzas, lo estrello contra su cabeza un macetero con un cactus.
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Aurelia Averly❤️