Dame una noche

12

Víctor asiente y se dirige a su esposa, llenando su copa de vino. Gromovenko se inclina hacia mí y me susurra al oído:
— Parece que tengo una oportunidad para desquitarme. ¿Cómo lo llamaste? ¿Escort?
— Ni se te ocurra —susurro con furia—. Solo estaba bromeando. Ya me hiciste sentir incómoda.

Paso toda la noche en tensión, esperando que Lukyan haga alguna de sus jugadas. Pero, para mi sorpresa, se comporta bien. No suelta ningún comentario punzante ni de doble sentido. Aun así, no logro relajarme. Sin darme cuenta, bebo varias copas de alcohol por los nervios. El salón comienza a dar vueltas, mi cabeza se siente ligera y me da un ataque de risa. ¡Vaya situación! Terminé bebiendo con mi director de tesis. Estoy segura de que eso solo significará más trabajo en mi investigación de maestría.

Finalmente, el decano invita a su esposa a bailar y suelto un suspiro de alivio. Miro hacia la puerta y la veo como mi salvación. Solo quiero huir y olvidar esta vergüenza. Lukyan, como si pudiera leer mis pensamientos, sonríe con picardía:
— ¿Te gustaría bailar?

No espera mi respuesta y me toma de la mano para sacarme de la mesa. Me pongo de pie y niego con la cabeza:
— No quiero. Mis zapatos son incómodos y tengo frío. Aquí hace bastante fresco —levanto el brazo para mostrarle la piel de gallina. Esta primavera llegó temprano, pero claramente me equivoqué al elegir este vestido. De verdad tengo frío. Solo quiero una manta cálida y una taza de té caliente.

A Lukyan no le importan mis excusas:
— Por eso mismo necesitas bailar, así entrarás en calor.

Con firmeza, me lleva al centro del salón y me rodea la cintura. Hace los primeros movimientos y, sin opción, sigo su ritmo. Me alegro de que sea un baile lento, al menos podré mantenerme en pie. Su mirada, nublada por el alcohol, se clava en mí, y por un instante temo caer ante su atención. Sus ojos me hipnotizan, sus labios carnosos me tientan, recordándome lo ardientes que pueden ser sus besos. Mi mente me traiciona con imágenes de su cuerpo musculoso y trago saliva.

¡Dios, Alina Ruslánovna, ya no más alcohol! Estoy perdiendo la cabeza, soñando con Gromovenko.

Giro el rostro en otra dirección, intentando apartarme del peligro, pero él me estrecha con más fuerza. Sus manos, ardientes, recorren mi piel. Se inclina y murmura:
— Te extrañé. Me hiciste falta.

¡Mentiroso! Apenas logro contener la risa. Viejas heridas se abren en mi corazón y empiezan a sangrar.
— Si realmente me hubieras extrañado, no me habrías dejado.

Aparto mi mano de la suya y camino hacia la mesa. La música ha cambiado a un ritmo animado, así que doy por finalizado el baile. Miro la mesa buscando más vino, pero ya no queda. Necesito algo para sofocar el enojo que me hierve en las venas. Con rabia, tomo una botella de vodka, sirvo un trago y lo bebo de golpe. Al instante, me arrepiento. ¡Maldita sea, quema!

Lukyan frunce el ceño:
— ¿Qué haces?
— Necesito salir a tomar aire.

Camino con determinación hacia la salida. Al cruzar la puerta, el viento frío me golpea de inmediato. Froto mis brazos con las manos, tratando de calentarme. Lukyan, pegado a mí como una sombra, me sigue. Me detengo junto a un ciprés y respiro hondo.

De pronto, algo cálido cae sobre mis hombros, envolviéndome con su calor. Es su chaqueta. Estoy tan helada que, por primera vez, no protesto. Meto las manos en las mangas y me arropo con la tela.
— Gracias.

En su rostro se refleja una fugaz sorpresa. Me toma las manos, frías como el hielo, y se inclina peligrosamente cerca. Miro sus labios. Contengo la respiración. Su cercanía me abre heridas, me recuerda lo felices que fuimos y me destroza por dentro. De nuevo, la eterna pregunta me atormenta: “¿Por qué?”

Exhala lentamente, su aliento cálido roza mis labios.
— ¿Quieres irte de aquí?

— Sí —asiento con seguridad, aunque el miedo a lo desconocido me invade.

Me aterra lo que pueda hacer Lukyan. Es un maestro en nublar la razón y hacer que sueñe con él. Pero ya no soy la chica de dieciocho años que se enamoró perdidamente.

— Vamos a despedirnos de Oleksiy y nos vamos. Yo me encargaré de calentarte.

Ese “calentamiento” es lo que más me preocupa. Estoy casi segura de que no se refiere a una manta y una taza de té.

Regresamos al salón y nos acercamos al festejado. Oleksiy sostiene una copa y conversa animadamente con los invitados. Lukyan interrumpe sin rodeos:
— Ha sido una gran celebración. Lamentablemente, tenemos que irnos. Alina no se siente bien.

— Qué lástima. Ni siquiera esperaron el pastel —Oleksiy toma una botella y sonríe — Entonces, un último trago antes de partir.

Sirve dos copas. Tomo una y la bebo de un solo trago. Frunzo el ceño ante la sensación abrasadora en mi garganta. Bueno, al menos ya no tengo frío. Busco algo para acompañar el licor, pero no encuentro nada, así que agarro una aceituna. No ayuda mucho, pero es mejor que nada.

Mientras Lukyan discute algún tema de trabajo, yo me siento flotando, como si estuviera en un bote en medio de un río. La cabeza me da vueltas. Me sostengo de su hombro y sonrío débilmente. Maldigo una vez más mis incómodos zapatos. Lukyan me mira con preocupación y finalmente se despide del anfitrión.

Me toma de la mano y salimos a la calle. Al bajar el último escalón, tropiezo y caigo. Pero unos brazos fuertes me atrapan y me aprietan contra un cuerpo firme. Instintivamente, rodeo su cuello con los brazos y levanto la mirada. Nos quedamos a centímetros de distancia. Su aliento acaricia mi piel. Solo bastaría inclinarme un poco para besarlo. Me siento al borde de un abismo. Cierro los ojos y me aferro a Lukyan.

Queridos lectores
Vuestro apoyo es muy importante para mí, sobre todo ahora, al principio. Os agradecería que hicierais clic en el corazón del libro y os suscribierais a mi página.
¡Con mucho cariño, Aurelia!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.