Lukyan
Sostengo a Alina con firmeza en mis brazos y no le permito caer. Miro sus embriagadores ojos verdes y la ira se desvanece. Al verla con ese vestido, lo primero que quiero es quitárselo. Quitarlo y ponerle uno más largo. Piernas esbeltas, cintura delgada, pecho pronunciado. Se ha vestido así a propósito, en contra de lo que le pedí. Quiere fastidiarme. A su lado, mi corazón vuelve a latir con fuerza. Me recuerda que en este mundo aún hay algo por lo que vale la pena vivir.
La conduzco hasta el coche y la acomodo en el asiento del copiloto. Le abrocho el cinturón y siento su mirada fija en mí. De repente, me agarra la cara y me escruta con intensidad.
—Cuando quieres, puedes ser atento.
—Solo lo soy con quienes me importan —me pierdo en el verde de sus ojos, tratando de no perder el control. Me aparto y me libero de su tacto, que tiene un efecto devastador en mí. Rodeo el auto y tomo el asiento del conductor. Me abrocho el cinturón y arranco. Alina se envuelve en mi chaqueta.
—¿Me vas a contar qué hiciste estos dos años?
Aprieto los labios. Es la primera vez en días que muestra interés en mi vida. No quiero hablar de dónde estuve. Me prometí a mí mismo que jamás sabría la verdad. Piso el acelerador y cruzo el semáforo en amarillo.
—Estuve ocupado. Trabajando en el extranjero —mejor que no sepa en qué “cargo” exactamente. Cambio de tema rápidamente—. ¿Y tú? ¿Cómo es que te casaste tan rápido con Román?
—Tú me dejaste. Me convertí en una chica sola. Román ya tenía tiempo fijándose en mí. Era un curso mayor. Seis meses después de nuestra ruptura, me pidió salir. Acepté. Quería olvidarte.
Su reproche se clava en mi pecho. Entiendo que nunca sintió nada por él. Solo intentó olvidar su amor fallido con otro. Ese pensamiento enciende una furia en mi interior. Frunzo el ceño.
—¿Y? ¿Lo lograste?
—Por supuesto —afirma con seguridad, pero sus ojos dicen otra cosa—. A diferencia de ti, él no tardó en pedirme matrimonio, y al año nos casamos.
Ya conocía esa historia. Apenas regresé, averigüé todo sobre Alina. Y aún me arrepiento de no haber tenido el valor de contarle lo que me pasó. La dejé ir, pero nunca pude olvidarla. Esta mujer sigue arraigada en mi corazón, y voy a recuperarla. Volverá a ser mía y me mirará como antes, con admiración en los ojos. Trago el reproche y tuerzo los labios.
—¿Por qué tanta prisa? Ni siquiera terminaste la universidad.
—Román me lo propuso y acepté. No iba a esperar toda la vida por ti.
Gira la cabeza y mira por la ventana. Su fuerte resoplido la delata. Seguimos el resto del trayecto en silencio. Prefiero pensar que no hay amor en ese matrimonio. Que solo fue un escape, un intento de olvidarme. O quizás es solo lo que quiero creer.
Me detengo frente a su edificio y la observo. No se mueve. Está recostada contra la ventana, dormida. Me desabrocho el cinturón, bajo del coche, rodeo el vehículo y abro la puerta. Le toco el hombro y la sacudo suavemente.
—Despierta, preciosa.
—¡Oh, Lukyan! Qué honor que me dignes con tu presencia.
Su voz se enreda en las palabras, la lengua se le traba. Me abraza y no entiendo cuándo le dio tiempo de emborracharse. Solo bebió un par de copas, pero parece haberle afectado demasiado. Se tambalea con esos tacones altos y se aferra a mí, respirando contra mi pecho. Mía. Cómo deseo que vuelva a serlo de verdad.
—¿Puedes caminar?
Se aparta y me sumerjo en sus ojos esmeralda. Le acaricio el rostro y le acomodo un mechón de cabello tras la oreja. De repente, suelta una carcajada.
—¿Tengo opción? ¿O me quedaré aquí tirada en la calle?
Se aleja y da unos pasos torpes. Está a punto de caer. No lo soporto más. La tomo en brazos y ella se aferra a mi cuello.
—Prefiero llevarte antes de que te hagas daño. ¿Cuándo te emborrachaste así?
—No es el alcohol, son los tacones. Apenas tomo un poco y ya estoy mareada. Lo sabes.
Entro con ella en el edificio. Subimos en el ascensor. Se acurruca contra mí y despierta en mí un deseo irrefrenable. Hace tiempo que sueño con besar sus labios seductores, recorrer su piel y perderme en ella. Alina es única. Solo ella consigue hacerme latir el corazón con tanta intensidad, volverme loco y llenar mi mundo de calor.
La llevo hasta su departamento y la dejo suavemente sobre la cama. No me suelta. Su sonrisa embriagadora brilla en la penumbra.
—Eres tan fuerte... Nadie más me ha llevado en brazos como tú.
Suelto un resoplido satisfecho. Se acerca a mí y se frota contra mi rostro como un felino. Me giro y trato de atrapar sus labios, pero Alina baja la cabeza. Bosteza y se cubre la boca con la mano. Su actitud solo enciende más mi deseo. No resisto más. Le tomo el rostro entre mis manos y la beso con avidez.
El sabor dulce de sus labios se mezcla con el alcohol. He anhelado este beso por demasiado tiempo. La estrecho contra mí, sintiendo su leve resistencia. Se aparta y rompe el contacto.
Solo duró unos segundos, pero el fuego en mi interior se aviva como una hoguera. Alina desliza los dedos bajo mi cinturón, desabrochando mi camisa. Sus caricias recorren mi piel y, a pesar de ello, sacude la cabeza.
—No debemos hacer esto. Estoy casada.
—No importa. Sigues amándome —afirmo con seguridad, aunque en el fondo también lo dudo.