Dame una noche

23

El sonido del teléfono hace que mi corazón lata con fuerza. Saco el móvil del bolso y frunzo el ceño al ver un nombre que intento olvidar. Con un suspiro, contesto y la voz de Lukyan retumba en mi oído:

— Alina, ¿dónde te has metido?
— Ya pagué mi deuda y estoy volviendo a casa.
— ¡Regresa de inmediato! — su furia se filtra en el aire como una ráfaga de acero —. Aún me quedan unos días.

La ira me envuelve como un manto de espinas. ¿Cómo se atreve a hablarme así? Como si fuera un simple objeto a su disposición. Aprieto el teléfono con fuerza, imaginando mis manos alrededor de su cuello.

— Los habrías tenido si no hubieras roto tus propias reglas — escupo con desprecio —. No voy a volver. Ya no tienes ningún derecho sobre mí. Obtuviste lo que querías. Dijiste que mi deuda estaba saldada, así que olvídate de mí.

— Yo no te obligué a nada. Tú me lo pediste — gruñe Lukyan.

Me lo pediste. La furia crece en mi pecho porque sé que no puedo refutarlo. Fui yo quien cayó en la tentación, quien pronunció esas palabras. Me humillé ante él. Me odio por eso. Trato de recuperar un poco de dignidad y miento con firmeza:

— Lo hice porque supe que de otra manera no me dejarías en paz. Fue solo para librarme de ti. Déjame a mí y a mi esposo en paz.

Es como arrancarme el corazón con mis propias manos. Sé que lo mejor es alejarme de Lukyan antes de que el dolor se haga insoportable. Para él, solo fui un entretenimiento pasajero. Para mí, él es mi universo entero.

— ¿Eres feliz con él? — su voz es un susurro cargado de tristeza.

Dentro de mí, un violín toca una melodía melancólica.

— Sí — miento sin dudarlo, esperando que esta mentira me salve de la agonía.

Pero Lukyan es un detector de verdades. Lo sé.

— No creo que no me ames.

Ni yo misma sé lo que siento. Odio, rencor, amor… Todo se mezcla en un cóctel explosivo. Pero no puedo ser sincera con él. Me trago las lágrimas y busco palabras que lo alejen para siempre:

— Antes te amaba. Con locura, con entrega total. Pero tú no lo valoraste. Aprendí a vivir sin ti. No te metas en mi relación con Román. Déjanos ser felices. Ganaste. Me humillaste, me rompiste, probaste tu superioridad. Ya no hay nada más que destruir.

Escucho su respiración pesada al otro lado de la línea. Está molesto. Suelta con frialdad:

— ¿Lo eliges a él?

— Ya lo elegí. Es mi esposo.

— ¡Bien! Pues quédate con ese perdedor.

El sonido seco de la llamada finaliza nuestra conversación. Guardo el teléfono y aprieto los puños. Duele. Duele tanto que siento que me rompo por dentro. Lukyan fue mi primer amor. Mi primer beso. Creí que estaríamos juntos toda la vida. Pero él solo jugó conmigo, y cuando se cansó, me desechó.

Me odio porque, a pesar de todo, sigo sintiéndome atraída hacia él. El taxi se detiene frente al edificio. Pago y bajo. Miro las ventanas de nuestro apartamento, aquel donde esperaba encontrar la felicidad con Román. No quiero subir. Pero lo hago.

El ascensor se siente sofocante. Meto la llave en la cerradura, respiro hondo y entro. Román aparece en el pasillo. Sus ojos se abren con sorpresa, como si viera un fantasma. Se lleva una mano a la boca.

— ¿Alina?

— Sí — me quito los zapatos y cuelgo la chaqueta —. He vuelto. No te preocupes, ya no le debes nada a Lukyan.

Él exhala con alivio y me abraza con fuerza. Pero su tacto me irrita. Sus caricias me raspan la piel. Su beso en la mejilla me hace estremecerme. Intenta besarme en los labios, pero bajo la cabeza.

— Tenemos que hablar. Quiero saber por qué tomaste ese préstamo.

Román se tensa y retrocede un paso. Sus ojos verdes se mueven nerviosos.

— Quería empezar un negocio. Pero no funcionó… — murmura, evitando mirarme.

Voy a la cocina y el caos me recibe: platos sucios, restos de comida en la mesa. Frunzo el ceño.

— ¿No crees que debiste hablarlo conmigo antes? Sobre todo, tratándose de tanto dinero.

— Quería darte una sorpresa — dice, encogiéndose de hombros.

— Pues vaya sorpresa — suelto con ironía, poniendo agua a hervir. — Para mí fue todo un "sorpresón" cuando dos matones me metieron en un coche y terminé frente a Lukyan.

El simple recuerdo me hace estremecer. Suspiro, tratando de calmarme.

— No sabía que te encontrarían…

Su intento de excusa es patético. Espero a que el agua hierva, con la esperanza de que un té caliente me ayude a aclarar mis ideas. Abro el grifo y comienzo a lavar los platos, solo para tener algo que hacer. Miro de reojo a Román. Ni siquiera pudo limpiar la cocina mientras yo no estaba. Parece un niño pequeño. Su voz tiembla cuando me responde:

— Ehm… Invertí en… varios negocios.

— ¿Qué negocios, Román?

— No importa. No funcionaron.

La furia se arremolina en mi pecho.

Tiro un tenedor al fregadero y me acerco a él, con la mirada firme.

— Así que tomaste una cantidad de dinero absurda sin decírmelo. Iniciaste un negocio sin consultarme. Y ahora, cuando te pregunto por qué me hiciste pasar por todo eso con Lukyan, ¿ni siquiera eres capaz de darme una respuesta clara?

Mis palabras quedan flotando en el aire, pesadas y llenas de rabia.




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