Dame una noche

25

Él me besa y me toca, pero con horror me doy cuenta de que no deseo ni sus labios ni sus caricias. ¿Qué me pasa? ¿Acaso Lukyan me ha envenenado tanto que he perdido todos mis sentimientos por Román? Sacudo la cabeza. No, es imposible. Román es mi esposo, debería amarlo. Debería… pero ¿lo amo realmente?

La incertidumbre recorre mi pecho como una corriente helada. No es buena idea analizar mis propios sentimientos mientras la rabia todavía arde en mi interior. Me giro hacia él y, en la penumbra, escudriño su rostro.

— ¿Entiendes que hace apenas unas horas te traicioné con Lukyan? Solo así me dejó ir. Este hecho me tortura, me destroza por dentro.

— Lo olvidaremos. Pensemos que solo pagaste la deuda y ya. Como si fuera un trabajo más.

— ¿Un trabajo más? — la furia nubla mi juicio. Me habla como si yo fuera una cualquiera. Me alejo de él y me incorporo, apoyando la espalda contra la almohada. — No es un trabajo común y corriente. Si en su lugar hubiera estado otra persona, no sé si habría podido… Lukyan es mi exnovio. Estuvimos juntos antes.

Román aprieta los labios y aparta la mirada. Se sienta en la cama con el ceño fruncido.

— Creí que entre ustedes no había sentimientos, solo un vínculo físico.

— Y así es. No te preocupes, Lukyan no me ama. Su propuesta indecente fue más bien una venganza, aunque no sé por qué.

— ¿Y tú? — su mirada me atraviesa como un cuchillo — ¿Tú lo amas?

— No. — La respuesta brota de mis labios sin pensarlo. Siento cómo me arden las mejillas por la mentira. Aunque en realidad, no es del todo una mentira. Lo olvidé una vez, lo olvidaré de nuevo. — Fue mi primer amor, pero después me dejó. Entre nosotros no queda nada.

— Bien. — Román asiente, complacido, y envuelve mi mano con la suya. — Olvidémoslo todo. Empecemos de cero.

Se inclina y me besa. Me obligo a corresponder. No permitiré que Lukyan destruya mi matrimonio. Pero el beso no me trae placer. Sus labios se sienten ajenos, amargos, indeseados. Román desliza sus manos bajo mi bata, explorando mi piel. Antes me encantaban sus caricias, ahora me resultan insoportables. Maldito Lukyan. Ha logrado envenenarme. Me aparto y bajo la cabeza.

— Es tarde. Estoy cansada. Vamos a dormir.

— Pero te extrañé… — sus labios rozan mi cuello, sus manos se aferran a mi pecho y aprietan con demasiada fuerza. Con rabia. Como si quisiera castigarme. El dolor me recorre el cuerpo, y lo empujo suavemente.

— De verdad estoy agotada.

— ¿Me estás rechazando? — retira las manos, y el alivio me invade. Sus ojos brillan con resentimiento. — ¿Pudiste acostarte con otro hombre, pero conmigo no? ¿Te gustó estar con él?

Me encantó. Pero, por supuesto, no puedo decirlo en voz alta. Me cubro mejor con la bata y subo la manta.

— No importa. No quiero recordar eso. Es mejor no hablar del tema. Nos hace daño a los dos. ¿Para qué seguir abriendo la herida?

— Porque quiero saber qué hizo ese maldito para que ahora no me desees.

— Me destrozó el corazón, me humilló, se aprovechó de mí. — Lo escupo de un solo aliento y no puedo contener las lágrimas. — Estoy rota. Intento recoger los pedazos de lo que queda de mi corazón y recomponerme. Solo necesito tiempo. Te pido que lo entiendas y tengas paciencia.

— Por supuesto. Te esperaré años si hace falta, hasta que recuerdes que tienes esposo.

Román se da la vuelta en la cama con gesto de desdén. Su respiración fuerte se escucha en toda la habitación. Me acomodo y agradezco que al menos no vuelva a tocarme.

El sueño tarda en llegar. Los recuerdos surgen en mi mente como un espejismo. Mi piel aún guarda el ardor de los besos y las caricias de Lukyan. Quiero sentirme otra vez en sus brazos. Pero en lugar de él, junto a mí duerme otro hombre. Mi esposo, que de repente se ha vuelto un extraño.




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