Dame una noche

58

Lukyan

Por fin he vuelto. Recorro las calles nocturnas de mi ciudad natal, acelerando, ansioso por ver a la única persona que deseo encontrar. Mi vuelo fue reprogramado y llegué más tarde de lo esperado. Alina. Mi amor no responde mis llamadas y parece haberme bloqueado en todos los lugares posibles. Está furiosa y quizás lo mejor sería darle tiempo para que se calme, pero Siriy dijo que ha vuelto con Román.

¡Román! Ese hombre que nunca la valoró, que la humilló, que incluso la vendió. Necesito saber qué demonios le ha dicho Zoya. Mi imaginación me tortura con la imagen de ese perdedor tocando a mi niña, acariciándola, abrazándola, besándola… Un ardor de celos prende fuego en mi pecho.

Llego a la mansión. Todo está oscuro. Dejo el coche en el garaje y entro en la casa. Supongo que Zoya ya está dormida, pero eso no me preocupa. Su voz por teléfono sonaba evasiva, claramente estaba ocultando algo. En el pasillo, noto un par de zapatos de hombre. Tal vez sea Boris. A veces se queda a dormir aquí. Pero esos tenis blancos definitivamente no son su estilo. Me quito los zapatos y subo al segundo piso.

Voy directo a la habitación de Zoya. Golpeo la puerta y entro sin esperar respuesta. Lo que veo me deja paralizado en el umbral.

Zoya está en la cama abrazada a otro hombre. Sus cuerpos desnudos apenas cubiertos por la sábana, la ropa desperdigada por el suelo. Una furia abrasadora me recorre el pecho. Quiero matar a ese idiota que ha osado tocarla. Abro más la puerta y la luz del pasillo se filtra en la habitación. Entonces lo reconozco. Kiril. Ese estafador que supuestamente está organizando la apertura del salón.

El chirrido de la puerta despierta a Zoya. Se incorpora de golpe, cubriéndose el pecho con la sábana, los ojos abiertos de terror.

—¡Lukyan! ¿Qué haces aquí?

—Vine a ver en qué andabas —entro en la habitación y enciendo la luz.

Kiril despierta y se sienta. En sus ojos se dibuja un miedo que me complace. Entrelazo los dedos, haciendo crujir los nudillos. El muy imbécil mira desesperado a su alrededor, buscando su ropa o una salida. Zoya frunce el ceño.

—¿Ya viste? Ahora sal de la habitación. Tenemos que vestirnos. Salimos y hablamos.

—Tengo una idea mejor —le dedico una sonrisa cruel y hago una pausa dramática—. Voy a pintar la cara de tu amiguito con su propia sangre y luego hablamos.

—Deja de amenazar y actuar como un niño —Zoya me escupe las palabras, desafiante—. Sal. También tengo derecho a mi vida personal.

No le asustan mis amenazas. Ella se mantiene firme, a diferencia de su amante. Kiril baja la cabeza, callado, como si todo esto no tuviera nada que ver con él. Respiro hondo, tratando de contener mi rabia. Tal vez sea mejor hablar como personas civilizadas. Asiento con la cabeza.

—Lástima que tu "vida personal" haya cruzado la línea de mayores de dieciocho. Espero que después de Kiril no termines en una clínica de enfermedades venéreas. Los esperaré a los dos en la sala.

Cierro la puerta de un golpe y bajo al primer piso. La ira me arde en las venas. No entiendo cómo Zoya ha podido hacer esto. ¿Desde cuándo lo conoce? ¿Una semana? ¿Dos? Es increíblemente imprudente de su parte. No me gustó ese tipo desde el principio. La ha engañado, la ha embaucado. ¿Y dónde diablos está Boris?

Tomo el teléfono y marco su número. Después de varios tonos, por fin responde. Me lanzo sobre él como un perro rabioso.

—¿Dónde estás? ¿Por qué Kiril está en la cama con Zoya?

—Él se fue a su casa —su voz suena somnolienta y confusa—. Se vieron en el salón, se quedaron hasta tarde y luego cada uno se fue por su lado. Zoya volvió a la casa y yo me fui a la mía. Mi hijo está enfermo, tenía que llevarle medicinas. Pero he estado al tanto de todo, las cámaras de seguridad no mostraron nada sospechoso.

—No vigilaste bien. Mañana hablaremos. Te quiero en mi oficina a primera hora.

Cuelgo y lanzo el teléfono sobre la mesa. Como si no tuviera suficientes problemas con Alina, ahora también Zoya. Espero con ansias enfrentarme a ese desgraciado. Aprieto los puños, debatiéndome entre romperle primero la nariz o la mandíbula.

Por fin, escucho pasos en el pasillo. Zoya entra en la sala con un albornoz de felpa hasta las rodillas. Kiril, en cambio, está completamente vestido e incluso calzado. Parece listo para escapar. Me acomodo en un sillón mientras la parejita se sienta en el sofá. No dicen nada. Miro a Kiril con el ceño fruncido, perforándolo con la mirada. Como nadie se anima a hablar, resoplo con fastidio.

—¿Y cómo se supone que debo entender esto?

—Kiril y yo tenemos una relación. Igual que tú con Alina. Ni siquiera has mencionado una sola palabra sobre ella —en la voz de Zoya hay un claro reproche.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.