Entro en el apartamento y cierro la puerta con un golpe seco. Así descargo la rabia que me consume. ¿Cómo pudo hacerlo? Me cambió por ese perdedor. Un pensamiento insidioso se desliza en mi mente: tal vez Alina nunca me amó, de lo contrario, ¿por qué regresaría con Román de repente? Le expliqué todo sobre la venganza fingida, pero parece que no me creyó.
Entro en el dormitorio. Sobre la cama hay un conjunto de lencería roja de encaje. Veo las etiquetas y lo comprendo: es nuevo. Seguramente era con esto que debía recibirme. Soñamos con este momento, pero lo único que me espera aquí es la ropa, sin Alina. Mi imaginación dibuja las curvas de su cuerpo envueltas en ese encaje, y un impulso feroz me lleva a querer destrozarlo todo. Es insoportable pensar que ahora ella pertenece a otro. Creí que si le explicaba, volvería conmigo, pero me cambió sin dudarlo por ese estafador.
Voy a la cocina y descorcho una botella de licor caro. Espero que ahogue mi dolor. Quiero embriagarme y arrancarla de mi corazón de una vez por todas. Veo su tarjeta bancaria sobre la mesa. Me la devolvió. Su terquedad me irrita. Me duele que prefiera creer en esa supuesta venganza antes que escucharme. Mis pensamientos se enredan. Sirvo la bebida en un vaso y lo acerco a mis labios. No quiero ver a nadie ni hablar con nadie.
Despierto por la mañana con el sonido de una llamada. Mi cabeza pesa como una roca. Veo un número desconocido y eso me hace reaccionar. Contesto y de mi garganta escapa un gruñido:
— ¿Aló?
— ¿Lukyan? —pregunta una voz masculina como si necesitara confirmarlo—. Soy Román. ¿Quieres recuperar a Alina? Puedo ayudarte con eso.
Me siento en la cama, tratando de entender qué está pasando. Algo planea este imbécil y dudo que sea algo bueno. Pongo los pies en el suelo y me enderezo.
— Te escucho.
— Ven a mi casa. Tengo una propuesta.
Su tono es demasiado exigente. Quiero decirle en su cara todo lo que pienso de él. Para eso, mejor verlo en persona. Acepto.
— De acuerdo.
Cuelgo y miro el reloj. Me he quedado dormido. Debería estar en el trabajo, pero ¿qué importa cuando lo único en mi cabeza es Alina? Las palabras de Román me inquietan. Seguro se inventó algo más para su beneficio. Me pongo de pie y de repente me golpea un pensamiento como un rayo. Si Román no recuerda nada, ¿cómo consiguió mi número? Eso significa que o ha recordado, o nunca olvidó. Con la firme intención de averiguarlo todo, llamo a Seryi, le doy instrucciones y voy al baño. Haré que este idiota suelte la verdad, y Alina lo sabrá todo. Espero que abra los ojos.
Me visto y subo al auto. Llego al apartamento de Román y veo a Seryi. Subimos en el ascensor. Él presiona el timbre y Román aparece en la puerta, dejándonos entrar. Lo miro con desprecio. Pantalones deportivos holgados, camiseta arrugada, brazos demasiado delgados, el cabello enmarañado. No entiendo qué vio Alina en él. Entro a la cocina y me siento en un taburete. Seryi se acomoda en una silla cercana, mientras Román se apoya en la encimera con aires de importancia.
— Si viniste, supongo que quieres recuperar a Alina —su tono arrogante es evidente. Asiento y lo dejo continuar—. Te la devolveré. Ahora ella me obedece en todo. Mi accidente la convirtió en una esposa sumisa. Me apartaré, pero necesito una motivación. Algo que me reconforte en las noches frías.
Este imbécil quiere dinero. ¿De verdad cree que soy su cajero personal? Contengo la ira que hierve en mi interior y finjo calma.
— ¿Otra vez quieres dinero? Ya te pagué una vez para que te alejaras de Alina. Sí, la echaste, pero nunca la dejaste ir. Incluso insististe hasta que volvió contigo. ¿Cómo puedo confiar en que esta vez te apartarás para siempre?
— ¿De verdad? —Román frunce el ceño—. No recuerdo haber recibido dinero. Alina es muy importante para mí y no voy a dejarla gratis.
— Si realmente la amaras, no estaríamos teniendo esta conversación. Jamás la entregarías.
La rabia me quema el pecho. Está claro que no la ama. No entiendo por qué diablos se casaron. Quiero partirle la cara a este desgraciado. Aprieto los puños hasta que los nudillos se ponen blancos, pero no basta para calmar mi furia.
— Mi amor es… especial —Román sonríe con descaro, y me dan ganas de borrarle esa expresión de un puñetazo. Me contengo y asiento.
— ¿Cuánto quieres? ¿Cuál es el precio para que Alina sea libre de ti?
— Veinte mil euros —suelta de inmediato, con una sonrisa de satisfacción. Silbo entre dientes.
— Tienes grandes expectativas.
— ¿Acaso Alina no lo vale? La echaré de casa, no tendrá adónde ir. Escuché que Oksana no está en la ciudad. Tú aparecerás en el momento justo para consolarla.
El cinismo de este hombre no tiene límites. Me toma por un idiota si cree que caeré otra vez en la misma trampa. No creo en su amnesia. Ahora voy a sacarle toda la verdad.
— ¿Crees que puedes engañarme? Me pides dinero por algo por lo que ya te pagué. No cumpliste tu palabra, ¿por qué debería pagarte de nuevo? ¿Me tomas por imbécil?
— ¿Y tú crees que el imbécil soy yo? Tengo algo que contarle a Alina. Nuestra historia no fue casualidad, ¿verdad? Todo fue un montaje tuyo para endeudarme y hacer que ella terminara contigo. Estás obsesionado con ella. Admítelo, nunca hubo autos. Me tendieron una trampa, me hicieron creer en una deuda que no existía. Creo que tengo derecho a exigir una compensación.
Frunzo el ceño. Este mocoso resultó más listo de lo que pensaba. Es cierto, le envié a alguien para embaucarlo. Le hicieron creer que tenía una oportunidad segura de ganar dinero rápido y cayó en la trampa. Me pidió un préstamo para comprar autos que nunca existieron. Mis hombres escenificaron una farsa perfecta. Román lo creyó y el juego comenzó. Estaba tan cegado por mi venganza contra Alina que no vi lo más importante: en realidad, lo que quiero es recuperarla. Lo entendí la noche en que la trajeron a mí. Ahora tengo que hacer que este idiota diga lo que necesito.