Este dolor de cabeza me esta matando y tal vez ese es el menor de mis problemas en este momento.
- Señor, necesito que me entregue el permiso, hasta entonces, no puede entrar. - Una voz femenina hizo eco en la pasillo que terminaba con la puerta de mi habitación. Era la primera vez que escuchaba una voz en días.
Había estado encerrada aquí por al menos tres días, contando sólo lo que he estado consciente; en ese tiempo todo ha sido un remolino de ideas, pensamientos, recuerdos y delirios.
-Enfermera - Una voz masculina se hizo presente - Creo que al estar a cargo de toda la investigación, no es necesario.
No conocía la voz, pero, bueno, no conocía nada desde que desperté de mi inconsciencia, ni siquiera mi edad o nombre; de algún modo me impresionaba el poder hablar, moverme e incluso poder contestar preguntas académicas.
-Lo siento - La voz femenina, a pesar de disculparse, se notaba que era una rotunda negativa.
Todo se sumergió en un silencio asfixiante, único que me ha acompañado en estos solitarios días.
Me recosté nuevamente en la mullida cama de sábanas blancas y jale un poco el camisón verde pistache, que solo me cubría a la mitad del muslo, tratando de cubrir la zona descubierta, pues sentía demasiado calor como para taparme con más sábanas, pero demasiado frío como para estar totalmente descubierta.
-Paciente 423, manos a la cabeza y acérquese a la puerta lentamente.
Mire el número que había por doquier, en la parte interior de la puerta, en mi camisón, sobre la almohada, en una pata de la cama, donde se mirará, estaba mi número de paciente: 424.
Lo único que me indicaba que realmente existía: un número de conteo.
Pronto se comenzó a escuchar un altercado en el pasillo, baje de la cama lo más rápido posible para asomarme por la pequeña ventana que tenía la puerta, la cual estaba estrellada en la parte inferior izquierda, pues la había aporreado tres días atrás con la mano que ahora se encontraba vendada con algunas gotas de sangre apenas notorias.
La chica del 423 golpeaba y pateaba a los médicos que trataban de someterla, sus ojos estaban rojos e hinchados, uno de ellos parecía ser completamente blanco, mientras que en uno de sus brazos, la piel estaba desapareciendo, solo dejando un rastro de lo que en algún momento fue, parecía que en algún momento le crecieron escamas y de a poco se las hubiera arrancado, la piel estaba lastimada al grado de solo ser jirones de sangre y carne. Pronto llegó un guardia quien logró someterla contra una de las pulcras paredes, vi que uno de los médicos le entregó algo, pero no pude divisar que era, además de que uno de mis pies resbaló y caí dándome en la mejilla con la manija de la puerta, me levanté con una mano en la mejilla lastimada, traté de ver a través de la ventana nuevamente, pero el pasillo ya se encontraba vacío, los gritos de la chica seguían en mi mente, no los podía sacar de ahí, eran desgarradores, de locura.
Imagine que en la pared habría una mancha roja ahí donde le habían sometido, una imperfección entre lo perfecto, rojo sobre blanco, un destacado que se tiene que eliminar.
Regresé a mi antigua posición: La cama. No había mucho que hacer ahí.
Los días continuaron pasando, ya había perdido la cuenta de ellos, a diario una bandeja de comida -Una ensalada, un poco de carne y agua- cruzaba por una rendija que había en la parte baja de la misma, pero nunca había un solo sonido que me indicara qué era este lugar o qué hacía yo aquí.
-Kai Galvan - La misma voz masculina que había escuchado días atrás se hizo presente - Y Valeria Mendoza.
-Se le ha dicho que sin un permiso no puede hacer nada.
-Está vez traigo conmigo un permiso - La voz tenía un tinte de burla que pude notar - Para llevarme a la paciente Luna.
-¿Luna? Una disculpa, no tenemos ningún Luna aquí - Esta vez hablaba con sorna.
-La paciente 424 - Otra voz femenina intervino, esta se escuchaba aguda e insegura.
Venían por mí.
-Muestrenme su permiso.
¿Para qué me querían?
Durante unos segundos regresó el silencio sepulcral hasta verse interrumpido por la misma voz mecánica que había llamado a la chica del cuarto contiguo al mío días atrás.
-Paciente 424, manos a la cabeza y acérquese lentamente a la puerta.
No. No. No.
No dejaría que me llevarán a algún otro lugar, este era el único que conocía y todo había ido bien.
Corrí hasta el otro lado de la habitación, como si eso fuera a hacer algún cambio, mire la bandeja de la comida y la tome en mis manos, haciendo un ruido estrepitoso al hacer caer lo que se encontraba sobre ella, no era la mejor arma, pero era mejor que nada.
La puerta metálica se abrió lentamente dejándome ver a un chico de estatura promedio con un cabello rizado café al igual que sus ojos, su tez era pálida y por ello resaltaban unas cuantas pecas en sus pómulos, a su lado se encontraba una chica un poco robusta de piel morena, con cabello negro y ondulado, corto, además de ser más bajita que el chico; detrás de ellos se encontraba una mujer de cabello rubio con uniforme militar.