Daño Colateral

Capítulo 1

PRIMERA PARTE

La historia de Anne

Capítulo 1

El día del...

Alex

Podía jurar que sentí sus labios rozar mis mejillas. Fue aquella leve caricia lo que en realidad me despertó, aunque permanecí con los ojos cerrados. La sensación de sentirla cerca me arropaba, me gustaba, me embriagaba. Era extraño, de alguna manera, cuando la tenía cerca parecía que mi memoria olvidaba cualquier problema. Parecía que todo iba marchando bien y que nunca existió el momento en que creímos que lejos íbamos a estar mejor.

Estiré mis manos, aún con los ojos cerrados y ahí estaba, a mi lado. Estaba conmigo, no se había marchado esta vez.

De los grandes placeres de la vida, el que ella ahora estuviera compartiendo una cama conmigo era el mejor de todos. El olor de su cabello era mi favorito…, lavanda. No entendía por qué su cabello olía a lavanda, pero me encantaba, siempre solía bromearle sobre eso, ella decía que tampoco lo sabía. Ese era mi misterio favorito.

Su piel estaba suave y la fragilidad de su ser traspasaba todo de mí. Pude deslizar mis manos, recorriendo todo su cuerpo, acercándola a mí, sintiendo los latidos en su pecho.

Ese preciso momento hacía que todos los valles oscuros que habíamos pasado hubiesen valido la pena, y, como siempre lo decía, ella valía absolutamente la pena.

El recuerdo de nuestra velada de anoche volvía a mi mente. Estábamos solo ahí, respirando en el mismo aire, bajo el mismo cielo, coincidiendo en un mismo momento. Porque en las infinitas posibilidades de la vida, del universo y del tiempo, los dos estábamos eligiéndonos. Y nunca fue más perfecto que eso.   

Se había ido temprano por la mañana, rumbo a su apartamento.  Tenerla de vuelta una vez más me regocijaba el cuerpo y el alma, siempre la extrañaba.  

«Es probable que sean más de las diez de la mañana» —pensé. Aun así no me importó. Llevé mi rostro hasta el suyo y dejé un corto beso en sus labios.

—¿A qué horas volviste? —murmuré en su oído—. Tenía una sorpresa para ti, pero pensé que vendrías solo por la tarde.

—Te extrañaba —susurró—. Ya he terminado todos los asuntos que tenía pendiente. Ahora levántate, vuelves a llegar tarde al trabajo.

—Prefiero quedarme contigo, a decir verdad, creo que me van a despedir.

 Anne no respondió. Y un silencio se instauró entre los dos.

Intenté abrir un poco los ojos, pero la luz que se había colado en la habitación me obligaba a cerrarlos de nuevo. Aunque yo tenía retratado, en mi mente, cada pequeño detalle de su rostro: esos hermosos ojos negros, el tono rosado de sus labios, hasta lo rojizos que llegaban a tornarse luego de besarla. Los pequeños lunares. Todo de ella se dibujaba perfecto en mi memoria.

—¿Qué tal te ha ido?  —le pregunté, acariciando una de sus manos—. En la radio dijeron que era probable que lloviese. También escuche algunos truenos, sé que no te gustan los truenos…, tampoco conducir, y conducir con truenos es la peor mezcla para ti, Anne.

—¡Chss! —Soltó de repente, posando su mano en mis labios y luego recorriendo con sus dedos cada parte de mi rostro.

Aguardé un momento, disfrutando el tacto. Anhelando un poco más con cada roce.

—Hablas demasiado, Alex —susurró—, regálame un poco de tu silencio, sabes que me gusta poder observarte. Me resultas fascinante.

—¿Qué tal si me observas mientras te digo algunas cosas? —le propuse—. Es un trato justo, Anne.

—¿Por qué todo debe ser como tú quieres? —dejó la pregunta como respuesta.

—Solo quiero verte.

—Tú sabes que siempre voy a estar aquí, contigo, aunque no me puedas ver.

Sentí como uno de sus dedos dio tres golpecitos en mi pecho, justo donde estaba el corazón. Su corazón, porque era más suyo que mío.

La sensación de tener pegamento en los párpados comenzaba a perturbarme. Más sin embargo, las caricia tiernas de Anne, me permitieron aferrarme al hilo de tranquilidad y lo sentí suficiente.

—¿Por qué no puedo abrir los ojos? —le pregunté un rato después—. ¿Pasa algo?

La escuché reírse.

—Eso pasa por que no estás despierto, mi amor —dijo con suavidad, plantándome un beso en la nariz.

«Mi amor». Nunca antes me había llamado «mi amor», y no sabía si debía alegrarme o preocuparme de que lo hiciera ahora, en la manera en que nos encontrábamos. No me hizo sentir de la manera en que lo esperaba, al contrario, fue una sensación de vacío lo único que logré percibir.

—Es la primera vez que me llamas de esa forma —le dije, sin salir del asombro.

—Bueno, creo que hoy hace una mañana preciosa. He manejado mientras llovía, había también truenos, pero aun así lo hice. Me siento tranquila, después de tanto tiempo. Y aquí estoy, mirándote… amándote, Alex.

—Anne.

Dije su nombre con tanta dicha, pensando en que no parecía real, pero al mismo tiempo deseando que lo fuera.




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