Daño Colateral

Capítulo 2

Capítulo 2

547 días antes del suicidio

Alex

No iba teniendo un buen día. La frustración que me causaba las clases con el señor Jordan no tenía límites. Se suponía que eran cosas sencillas, yo lo sabía, lo había estudiado. Incluso mucho antes de entrar al conservatorio lo sabía. Pero ese tipo parecía empeñado en demostrar que yo no era lo que todos creía, incluso una vez lo había escuchado decir que eso de “prodigio” solo era mi madre quien le había pagado a los periódicos.

          Menuda broma. No tenía ni un grado de sentido, porque su asunto conmigo no era académico, sino personal.

          Busqué entre los pasillos de la vieja tienda, en que me había metido, una bolsa de papas. Ni siquiera sabía por qué estaba en ese lugar, había salido sulfurado del conservatorio. Caminé por un par de minutos y a falta de ideas, terminé ingresando en el primer lugar que encontré.

 La búsqueda de las papas llegó después, en respuesta a mi idea de no perder el tiempo. Desde un tiempo comenzaba a tener el comportamiento obsesivo sobre no hacer algo sin razón, sino que esta misma fuera la que me motivara a hacer lo mínimo.

          Para la próxima clase faltaban aun alrededor de tres horas. Lo que me dejaba un marguen largo para calmar la mente. Al tiempo en que volvía, sin prisa. De todos modos, aunque no quisiera, había dejado mi auto estacionado en el conservatorio.

          Maldiciendo un par de veces en mi mente, me dirigí a pagar. En la fila solo había dos personas, pero incluso eso, el tener que esperar me desesperaba.

Al principio traté de no prestar atención a la situación, dejé la mirada en el piso, mientras mi cuerpo se balanceaba despacio. Luego cerré los ojos y traté de pensar en las partituras que íbamos a ensayar en la clase. Este era mi último semestre y después de ello, podía ser libre.

          Los intentos de centrarme fallaron, eso, hasta que, por un momento, aprecié a la persona que iba delante de mí. Y quizá lo que en realidad llamó mi atención fue el vestido que llevaba. Era una mezcla extraña, y de un color marrón para nada agradable a la vista.

          Noté que quien lo usaba era una mujer joven, quizá no pasaba de los veinte. El cabello lo llevaba un poco más por encima de los hombros, negro y liso.

          «Menudo vestido», me dije, reprimiendo una sonrisa y negando con disimulo.  

—Siguiente —dijo el cajero.

Aparté la vista de la mujer y la dirigí al tipo. La pereza se dibujaba en su rostro, ese hombre parecía tener un profundo odio al mundo y a cada persona que se le ocurría entrar a su tienda.

La mujer del vestido pasó, llevaba en la mano una Coca-Cola y un pastel pequeño de arándano.

Di también un paso adelante en la fila, tenía prisa, no porque debiera hacer algo importante, sino porque yo siempre tenía prisa.

—¿Cómo estás? —Ella le preguntó con notable entusiasmo al hombre, este solo se limitó a mirarla y continuó pasando los artículos por el censor.

Tenía la voz delicada. Era como si, en realidad, no encajara dentro del vestido que llevaba. Como cuando tienes la certeza de que te has equivocado de lugar y aun así intentas forzarlo para encajar.

De todas formas, no era mi problema, necesitaba salir rápido de ese lugar.

—Son quince dólares, Anne —le informó el cajero.

«Anne. Anne» Saboree el nombre casi por inercia.

—Quince dólares… —repitió ella—. De acuerdo.

Una cosa era claro, se estaban tomando su tiempo.

—Pueden apresurarse —sugerí, agitando mi bolsa de papas.

Ninguno de los dos se inmutó ante la sugerencia. Anne comenzaba a buscar en su bolso el dinero, aunque lo hacía con toda la parsimonia del mundo. La vi revolver de un lado al otro todo lo que llevaba dentro.

Di un paso al frente, quedando casi a la par con ella. Tenía un rostro bonito, delgado y proporcional. Resaltaba el color verde en sus ojos y también las pecas en las mejillas. Era un rostro tan común, pero lo sentí casi como si estuviera observando algún tipo de fenómeno meteorológico.

—Siempre me había preguntado cómo es posible que las mujeres lleven tantas cosas en su bolsa —comenté, quizá más por escucharla de nuevo—. Eso no van con las leyes naturales.   

Anne levantó la vista y me miró, directo a los ojos. Se apartó un par de mechones de cabello y sonrió. Sonrió por lo que terminaba de escuchar de mi boca.

Hacía mucho tiempo que un simple gesto no lograba ponerme tan nervioso, al menos no de la manera en que acababa de sentirme. Intenté disimularlo devolviéndole la sonrisa y dirigiendo mi vista de nuevo a su bolso y luego lejos de cualquier cosa que de alguna manera hiciera parte de sí.

 Luego de un momento, escuché como dejaba salir un largo suspiro.

—Ahora eso me resulta contraproducente —me respondió y luego se dirigió al cajero—: ¿Podría traerte el dinero luego? Creo que lo he dejado en casa.

—Entonces cuando traigas el dinero te llevas estas cosas —dijo él, tomando las cosas de Anne y dejándolas apartadas.




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