Daño Colateral

Capítulo 3

Capítulo 3

536 días antes del suicidio

Alex

El conservatorio de música me había traído muchas cosas buenas y malas, en partes iguales. A decir verdad, no era mi lugar favorito en el mundo, pero al menos me brindaba la posibilidad de mostrar lo que me gusta. Y aunque, mis conocimientos en música e instrumentos eran variados, desde siempre preferí decantarme por el piano.  

          En cuanto a mis relaciones sociales, no me costaban tampoco, pero mi circulo cercano era muy cerrado. En el conservatorio, por ejemplo, solo me llevaba con dos personas: Lucas y Jules.

Lucas, por su parte, había iniciado sus estudios de música por obligación de sus padres; y, por otro lado, Jules, pocas veces hablaba del porqué había escogido el conservatorio de música.

Y aquí va la parte trágica de la historia; Jules y yo habíamos estado en lo que se podría denominar una efímera relación, pero luego de romper por un engaño —por supuesto no mío— continuamos como amigos, lo cual sí que había sido una pésima idea.

Aunque los primeros meses fueron incómodos, para el presente ambos lo sabíamos manejar bastante bien, al menos eso quería creer yo.

 Por otro lado, estaba Lucas. Tampoco es que podía denominarlo un santo, pero no era mal tipo. De igual manera, él podía ser toda la mierda que quisiera, aun así, no me sentía capaz de prescindir de él. Nos conocíamos desde niños. Y aunque en otros ámbitos no teníamos mucho en común, me gustaba pasarme los ratos con él.

—¿Vamos por un café? —propuso Lucas.

Habíamos terminado la última clase ese día. Jules iba enganchada del brazo, sí, de mi brazo izquierdo. Me molestaba demasiado cuando lo hacía y aunque intentaba de las maneras más cordiales tomar distancia, siempre terminaba en el mismo sitio, obligándome a caminar junto a ella. Porque detrás que aquel gesto, que podría pasar por insignificante, había más de lo que no decíamos en voz alta.

Lucas, que poco ayudaba, siempre prefería reírse de mí.

—Creo que paso esta vez, iré a comprar unos libros. Encontré una librería nueva —comenté, y por milésima vez en ese día intenté tomar un poco de distancia con Jules—. Ustedes deberían ir, quizá y tienen más en común de lo que creen.

Miré a Lucas, quien rodó los ojos enseguida.

—Cariño, después tendremos tiempo para ir a comprar los libros que desees —comentó Jules—, vamos por un trago mejor. ¿Un café? Por favor, somos muy jóvenes aún para pensar en ir por café o a una librería luego de salir de clases.

Ella era imposible. Aproveché su animo y me hice con mi brazo.

—Entonces, Jules, tú ve por un trago. Lucas, tú ve por tu café y yo me iré por mis libros.

—¡No seas tonto! —exclamó ella, tomándome por el brazo de nuevo, casi de un tirón—. Yo iré contigo. Lucas, ve tú por el café.

La expresión de mi amigo se transformó a una de incredulidad.

—¿Por qué piensas que eso podría llegar a ser una buena idea?

Traté de no reírme al escucharlo.

—Porque no serías un mal tercio, quizá eso —respondió Jules.

—O… mejor de camino a la librería compramos el café, y cuando salgamos de ahí, pasamos por unos tragos —propuse—, y todos felices.

—Sí, eso me parece mucho mejor —respondió Lucas, satisfecho—. Y una cosa Jules, que te jodan.

—Imbécil —le respondió ella.

Unas semanas atrás, en una fiesta a la que había asistido con Lucas, nos habíamos topado con Jules —desventajas de tener el mismo círculo de amigos—, la cuestión era que ella me propuso volver, al principio creí que todo era cuestión de alcohol y que al día siguiente ya sería asunto olvidado, pero contrario a eso, comenzó a haber un acercamiento con mucha más insistencia y aunque yo no tenía la más mínima intención en retomar aquello, tampoco tenía la gallardía de frenarla.

No quería portarme como un idiota, aunque lo era, pero a veces me gustaba fingir que no.

El tiempo en la ciudad era de lluvia, el invierno había comenzado hace algunos días. Y el café me sentó de mil maravillas.

No tardamos mucho en llegar a la librería, tenía una fachada más o menos antigua, lo que le quitaba de cierta forma las posibilidades de algo extravagante, aunque sí era bastante llamativa. Recordé días atrás mi pequeño accidente e inevitablemente a Anne, por consecuente también a su anticuado vestido.

Reprimí la sonrisa que, por un momento, se me quiso escapar.

No era bueno con las mentiras, por ello era bueno admitir desde un principio que, los libros era lo que menos me interesaba.

Antes de marcharme, aquel día, me tomó por sorpresa su cambio repentino de actitud, había pasado de casi rogarme que le dejara ayudarme a querer sacarme a patadas de ahí. Quizá eso era lo que había hecho que no pudiera sacármela de la cabeza durante los últimos días.

Al entrar, me percaté que al parecer, a excepción de nosotros, no había nadie más, lo cual de alguna manera me dio un parte de tranquilidad.  




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