Daño Colateral

Capítulo 3

Capítulo 3

536 días antes del suicidio

Alex

Alguien una vez me dijo que aprendí a reconocer la esencia de la música antes de que a mí mismo. Que era fácil verme entrar a ese espacio donde lo divino y lo humano convergen; trascender a las palabras y conectarme como individuo con lo universal. Lo cierto de eso era que, en efecto, nunca pujé por construir un «Alex» que esencialmente fuera alguien aparte. Era Alex, pero con la música y el piano. Diferente a mis padres, que debieron saberlo al momento en que me tuvieron en brazos, la primera vez que se me reconoció también por «ser» ese, fue poco después de cumplir cinco y presenté mi primer recital de piano para el colegio donde estaba. Supongo que más allá de la emoción por los aplausos y el recibimiento de los halagos, no fui consciente de la conexión sino hasta que entré al conservatorio. No había para mí reconocimiento sino exigencia por alcanzar la perfección, lo que a su vez me llevó a replantearme mi posición en cuanto a ser pianista. Eso es lo que hace la academia, para bien o para mal, te obliga a agudizar la autopercepción mientras reconstruye la idea que concebía sobre aquello a lo que aspiras dedicarte, sobre todo en el arte y la música.

Los últimos cuatro años significaron una dicotomía entre seguir o rendirme. Iba a continuar siendo un pianista, de cualquier forma, con el reconocimiento o no. Elegía continuar porque se trataba de un juego de fuerza conmigo mismo, donde reafirmaba con autoridad que sí era, contrario a lo que pareciese, aquel transmisor de ideas y sentimientos que relegaba a las palabras y dejaba el camino para la melodía como única fuente de conocimiento. En el conservatoria se me veía con admiración, sobre todo por aquellos que compartían las mismas aspiraciones joviales; no tenía muchos amigos, aunque me resultaba fácil encontrarlo, sobre todo porque era un esfuerzo que no invertía sino en mí, en un egoísmo nato. Conservé, para evitar la soledad auténtica, dos amistades que venían desde mi paso por el instituto; Lucas, que entró al conservatorio por una petición, que rayaba la obligación, de sus padres. En cualquier de los casos, no le resultó difícil destacar y ver la iniciativa musical sino como suya. En contraparte estaba Jules, que aparte de ser ahora mi amiga, fue poco tiempo atrás mi novia. Trataba de no pensar mucho en el asunto pues había superado la incomodidad del paso que significaba verla sin la connotación romántica, sobre todo porque el rompimiento resultó por un engaño suyo.

No éramos del tipo inseparables, porque en realidad los veía apenas uno o dos días a la semana. Compartíamos una clase y, el segundo encuentro era cuando coincidíamos en hora la conclusión de ensayos individuales. Como hoy, por ejemplo, donde Lucas terminaba haciendo siempre la misma pregunta y, después, tomábamos el mismo camino, nos sentábamos en el mismo local, conversábamos sobre los mismos temas y nos despedíamos a la misma hora. Y así siempre. Jules, como en las veces anteriores, se enganchaba en mi brazo y caminaba a mi costado con la usual sonrisa, pese a las circunstancias de nuestra separación. No me gustaba que lo hiciera, pero tampoco tomaba la determinación de pedirle que me soltara, acudía por otra parte al disimulo y en cada oportunidad que tenía trataba de apartarla, aunque poco funcionaba. Al final del día terminaba siempre aferrándose con más fuerza y yo cediendo ante esa insistencia, sin ninguna pretensión oportunista.

—¿Vamos por un café? —preguntó entonces Lucas.

Él hablaba poco, miraba más bien y se sería de todo.

—Creo que paso esta vez, pensaba en ir a dar una vuelta por aquí cerca. Encontré una librería nueva —respondí mientras intentaba apartarme a Jules del brazo y sin conseguirlo al final—. Aunque podrían ir ustedes. ¿Nos vemos la próxima semana?

—¿Librería?, ¿para qué quieres ir tú a una librería? —dijo Lucas y mi contestación fue encoger los hombros—. ¿Justo ahora?

—Lucas tiene razón, después tendremos tiempo para ir a comprar los libros o todo lo que desees —dijo Jules—, vamos por un trago mejor. Creo que lo que hemos pasado este año nos amerita ese reconocimiento.

Comprendí que no iba a conseguir nada allí, más que lo que no quería. Le dije a Lucas que podía ir él por el café y, de igual manera, a Jules por el trago que tanta falta estaba haciéndole, que yo iría por lo mío. La idea les pareció incluso más terrible. Ninguno de los dos iba a conformarse porque dividiéramos caminos, rompiendo una rutina que parecía haber tomado una disposición obligatoria. Jules respondió que no fuera tonto, que ella iría conmigo y que Lucas podría irse por el café, lo que no le gustó a él y pronto estuvieron discutiendo sobre lo que significaba la presencia de cada uno. Y pese a que me divertía lo absurdo de la conversación, poco después me sentí en la necesidad de intervenir, proponiéndoles que de camino a la librería compraríamos el café y, una vez saliéramos de allí, pasábamos por los tragos. Un consenso al que se acogieron enseguida.

—Sí, eso me parece mucho mejor —respondió Lucas, bastante satisfecho—. Y una cosa Jules, que te jodan.

—Imbécil —le respondió ella.

Poco más de tres semanas atrás, nos habíamos cruzado los tres en una recepción organizada por el conservatorio con fines benéficos. Jules me había propuesto volver a retomar la relación, creí en el momento que tan atrevida propuesta no tenía que ver sino con el exceso de alcohol que la vi tomar y terminé por decirle que era algo que debíamos hablar con más calma, después. En mi inocente imaginario no contemplé la posibilidad que aquel no fuera el caso y, desde aquel día, estando ya libre de cualquier tipo de sustancia, me recordó la conversación pendiente y, suponía ahora, que de ello también derivaba la insistencia por mantenerse pegada a mí la mayor parte del tiempo, sin importarle lo mucho que eso llegara a incomodarme a mí e incluso a Lucas. Yo le respondía con evasivas, trataba de no mostrarme como el idiota que parecía que era y sí, era muy probable que no ser honesto constituía a serlo y no solo eso, sino que también a prologar el ciclo.




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