Capítulo 6
517 días antes del suicidio
Anne
—Estaré en la librería, pero saben que si necesitan algo pueden llamarme —les había dicho Adrien antes de salir de la habitación dejándolas solas.
Emma le había sonreído, y pese que de Anne solo recibió un ligero asentimiento, Adrien sabía que ella estaba absolutamente agradecida por no hacer preguntar, por acompañarla en el silencio del entendimiento y guardar las palabras para el consuelo. Por darle aquellos espacios pequeños de tiempo con la mujer cuya unión iba más allá de la simplicidad de una amistad. Era ella, casi una extensión del más profundo amor que alguna vez hubo experimentado, del que ahora solo le quedaban esos encuentros y los recuerdos. Recuerdos que no siempre eran bellos, por eso añoraba la conversación, la presencia y el sentimiento que devenía de que Emma pudiera estar sentada frente a ella, mirándola, escuchándola.
Y por ello también guardaba devoción por Adrien.
—¿Has pensado sobre lo que conversamos la última vez? —La pregunta era la misma que le había hecho unos minutos atrás, antes de que Adrien pasara a saludarlas—. Porque yo lo he hecho, mucho, y si me dejas opinar algo al respecto… Anne, creo que debes intentarlo.
—Lo he hecho, de verdad. Pienso en el asunto todo el tiempo, Emma —dijo Anne, sonaba genuinamente segura—. Creo que sé lo que tengo que hacer.
Emma pareció sorprendida de escucharlo, se le esclarecieron las pupilas casi estuvo a punto de sonreír. Anne sabía que la insistencia no tenía una razón de ser más allá de querer ver en ella felicidad; sentía preocupación por la quietud desgastante en la que lleva tiempo inmersa. De alguna manera, adjudicándose incluso responsabilidad por el estado letárgico en el que Anne había caído.
—¿Y bien?
Anne llevaba tiempo intentando sobreponerse al irrisible dolor que no la abandonaba, ese que sentía tanto en el espíritu como en el cuerpo y que la derribaba con absoluta facilidad. Ese dolor que le había dejado marcada la piel tanto como los recuerdos, que se volvía más potente con la llegada del alba y casi etéreo cuando caía la lluvia. El mayo enemigo era, irónicamente, la memoria. Y pese a que las últimas semanas la compañía había surtido una especie de efecto placebo, todavía le quedaban las noches solitarias, donde no encontraba refugio alguno y la pena volvía, despacio, tocaba la puerta para después marcharse, dejándole claro que no importaba qué, estaba condenada al eterno retorno.
Se había dado cuenta que no perdía la capacidad de sentir, que el miedo era también un sentimiento y eso solo significaba que no estaba muerta, que no lo estaría. Pero no era solo el miedo, había una pulsación, una que se sitiaba cerca del pecho y se acrecentaba siempre que tenía a Alex en frente. Era levísima, apenas perceptible en los momentos en que se quedaba inmóvil y en silencio. Una pulsación de vida, de una vida que ya apenas quería recordar y eso le pesaba, el comprender que el intento de muerte tenía que ver más con ella que con la memoria aquella, vieja, triste.
—Voy a volver, Emma. Mi estancia aquí ha sido un escape y no puedo pretender que lo sea para siempre —dijo y la convicción parecía ser absoluta. Emma le sonrió, una sonrisa proveniente de un impulso y que le marcaba las arrugas, esas a las que Anne no le había prestado tanta atención como hasta entonces—. Sé muy bien qué es lo que debo hacer y no lo pospondré más. Salí de allí pretendiendo que nada pasó, pero pasó y no puedo hacer nada más que asumirlo.
—Anne.
—La única razón por la que vine es porque alguna vez le prometí que lo seguiría a cualquier lugar.
—Y has cumplido tu promesa.
—La he cumplido, Emma.
La voz de Anne se quebró, como si le hubiese costado sangre haber cumplido con ello. Y no estaba lejano a la realidad, el sufrimiento estaba y crecía. Emma la estrechó entre los brazos, tratando de confortarla, pero con la certeza triste de que nada podía consolarla.
—Me siento egoísta, ¿sabes? —terminó confesando Anne—. Porque deberíamos volver juntos, porque aquel era nuestro hogar. Y siento que, por más empeño que ponga, no conseguiré estar bien. No si él no está conmigo.
—No debes y no quiero que sigas culpándote por lo que pasó. No irás a ninguna parte sin que él vaya contigo, lo sabes, ¿no?
Anne prefirió no responderle, temiendo mostrarse pesimista de nuevo. Emma no le insistió, le concedió en cambio un par de segundos de silencio hasta que por fin logró retomar la postura, relajando el cuerpo. Pese a lo que ante su mirada inquisitiva le pasaba, a lo que sentía en el pecho, de verdad deseó que las palabras de Emma estuvieran cargadas con la verdad, que, después de todo, ambos pudieran seguir juntos, pese a que las barreras entre la vida y la muerte fueran irrompibles. Algunos días lo había sentido, la presencia que la acompañaba, entonces trataba de encontrarlo con los ojos y se perdía en el tiempo así, hasta que la resignación volvía a recordarle que aquello no era sino otra imposibilidad más.
—Sé que puedo hacerlo. Te lo prometo —dijo Anne, sonriendo—. Lo único que me queda es eso, ir adelante.
Emma le dijo que aquello le causaba una profunda felicidad, el escucharla hablar con tal convicción. Aunque en los ojos se le veía el dolor y la esperanza. Habían pasado ya tres años, le dijo, casi cuatro desde entonces, quizá más que un intento, era absolutamente necesario ir adelante. «¿Te quedarás hasta entonces o prefieres no estar aquí?», le preguntó Emma también, refiriéndose al aniversario póstumo, ese que eliminaba aquel «casi» que había dicho unos segundos antes, instaurando solo el «cuatro». Cuatro años. Anne había pasado días enteros pensando en el asunto, considerando las posibilidades, que en realidad no eran tantas, e incluso teniendo la pregunta delante, sintió que no podía estar segura de sí era o no la respuesta correcta. «Estoy tan asustada», le hubiera gustado poder decirle, «el tiempo es inclemente».
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Editado: 02.06.2025