Capítulo 7
515 días antes del suicidio
Alex
La mirada de Anne iba de un lugar a otro, lejana de mí e incluso lejana de la bebida que sostenía entre las manos. Llevaba varios minutos intentando disimular la impresión, aunque cada tanto los ojos se le perdían entre toda la gente, el ambiente melancólico y el sofisticado espacio en que nos encontrábamos. Quizá la sorpresa devenía de la poca información que le había dado cuando le extendí la invitación, pero, a decir verdad, tampoco consideré que Lucas fuera a excederse y montar aquel espectáculo. Yo ni siquiera conocía a la mitad de las personas ahí, mucho menos pensé que tuviera tantos amigos con los cuales regodearse.
De cualquier forma, lo único que esperaba era que lo de Anne fuera simple impresión y no producto de incomodidad o de asfixia por tal exceso. No me sentía capaz de preguntárselo, porque pese a todo, seguía costándome descifrarla, leer lo que en ella se dejaba ver. Más que difícil, era un asunto de imprecisión; Anne estaba formada por varias capas, cada una distinta; historias que se guardan y cientos de silencios que abrían grietas apenas visibles. Lo curioso de ese asunto era que eso, en lugar de repelerme, me atraía. Me gustaba pensarla de ese modo: «complicada», al punto de volverse perturbadora. Como una partitura que rozaba algo imposible de tocar en el piano, una que no dominaba, pero que me obsesionaba por aprender.
Ya no me resultaba suficiente con las visitas a la librería, que ya habían dejado de valerse de excusas. Las conversaciones cada vez eran más insuficientes; la necesidad de dar pasos adelante se volvía enfermiza y, muchas veces, ya me había cuestionado qué tan prudente era aquello que sentía, lo que se me revolvía en el pecho cada vez que la tenía enfrente. No podía saberlo con certeza, cuál era la razón, si se trataba de forma única suya de pronunciar mi nombre, que se deslizaba entre sus labios con una ternura inusual; los ojos tristes que me miraba siempre al rostro, la sonrisa cansada y melancólica, o la atención abnegada con la que me escuchaba hablar. Quizá era un conjunto de todo y no quería resistirme, no tenía la menor intención de hacerlo.
—¿Pasa algo? —La voz delicada de Anne me arrancó del ensimismamiento. Me miraba ahora a mí, con las cejas enarcadas.
—¿Qué?
—Es que llevas mirándome hace un buen rato, ¿tengo algo raro en la cara?
Aquello me arrancó una sonrisa de auténtica vergüenza, llevándome a apartar la mirada tan pronto como me resultó posible. No era la primera vez que me pillaba, en realidad, últimamente aquellas palabras suyas eran más comunes. «¿Qué pasa?, ¿por qué me miras tanto? ¿Qué tengo?» y la mayoría de esas veces no podía responderle, porque la certeza me cruzaba las entrañas y con ella la misma cuestión de estar lanzándome de cabeza a un abismo. Una caída inevitable y un abismo tan hondo que, pese al esfuerzo, no conseguía reconocer el punto final.
Terminé sacudiendo la cabeza, al tiempo en que un suspiro se me escapaba del cuerpo, con un anhelo que no podía pasarle desapercibido a nadie.
—Te ves muy bien hoy. Solo es eso, Anne —murmuré al cabo de unos segundos sin mirarla.
—Gracias —respondió y me pareció que sonreía—. Supongo que tú también.
—¿«Supongo» ?, ¿qué significa?
—Lo siento, no soy muy buena con los cumplidos.
Volví a mirarla, medio pasmado.
—¿Así que intentabas darme un cumplido? Honestamente que esa fuera tu intención me sorprende incluso más que el cumplido en sí. Un cumplido —repetí, con la necesidad creciente de darme un trago—. Salió bastante mejor que el mío.
—Oh, vamos, Alex.
Anne era reacia a recibir cumplidos, no importaba qué tan pequeños o grandes fueran. Le causaban repelencia y trataba, en vano, de volver la conversación en algo diferente o, como lo hacía ahora, le restaba importancia. En cambio, para mí era imposible no darlos, sobre todo a ella. Sobre todo con ella. Pero esa noche no pretendía ser la razón de la pena y del desgano suyo. Mucho menos por estar mirándola tanto, además, parecía esforzada, no solo por aquel intento de darme un «cumplido» sino por estar ahí sentada, bebiendo a pequeños sorbos el vino y acoplándose a un ambiente que no era el que conocía, con personas extrañas. De pronto volví a pensar en lo que me había dicho en la librería, en lo de no esperar nada de su parte, pero ¿cómo no hacerlo? Con la gran posibilidad de negarse, seguía aceptando venir conmigo cuando le tendía la mano. Debía, a ciencia cierta, significar algo. «Algo» como la mirada que ahora tenía puesta sobre mí, como un valle extenso, donde uno no podía hacer otra cosa que rendirse a la imposibilidad de encontrar un punto final.
Por supuesto, hubiese dado todo por saber qué cosas iban cruzándole los pensamientos. Si se trataba de mí o, por simple curiosidad, explorar aquel secretismo del que apenas uno podía verle un pincelazo en los ojos.
—¿Estás pasándola bien? —pregunté.
—No es lo que me imaginaba, pero me resulta muy agradable.
—Siempre podemos irnos.
—Es agradable —repitió—. No te alarmes.
—Solo quiero que te sientas bien.
—Me siento bien —confirmó en palabras, pero con el cuerpo tensándosele en contradicción.
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Editado: 26.07.2025