Daño Colateral

Capítulo 10

Capítulo 10

6 horas después del suicidio

Alex

«Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos?».

La frase no significa que Nietzsche creía que existía un Dios y había muerto, en realidad la frase del filósofo alemán es una metáfora. El filósofo quiso expresar que el Dios cristiano no es más la fuente creíble de los principios morales absolutos. Nietzsche fue ateo durante su vida adulta y por lo tanto nunca creyó en la existencia de un Dios

¿Cómo podía ser posible? Anne había pasado la noche conmigo, hablamos, hicimos planes, cenamos y dormimos en la misma cama…, estábamos felices, yo lo estaba. Ahora me resultaba imposible creer que ella fuese capaz de hacer eso. La idea por sí solo ya era descabellada.

Aun, ya estando frente a la puerta de la morgue, solo podía desear que se tratase de un error. Necesitaba que alguien me asegurara que Adrien se había equivocado y que cuando entrara a esa sala encontraría solo a alguien más. Porque mi Anne no haría algo así. Porque, si algo estuviese pasando, ella confiaría en mí y me lo diría, porque los dos buscaríamos una forma de arreglarlo.

Hasta el último segundo pensé que la vería entrar en nuestra casa. Que tendría que contarle todo lo que había sucedido, aunque resultara vergonzoso. Me disculparía por haberle seguido ese absurdo juego a Adrien y creerla —por un momento— capaz de irse de mi lado. Que tal como ella me lo prometió, apenas unos días atrás, estaríamos bien.

—Señor Haskell, es momento, ya puede entrar —me informó un tipo vestido con una bata blanca, ubicándose frente a mí, enderecé el cuerpo, mirándole directo a la cara. Tenía una expresión imperturbable y me causó a mí una sensación de desasosiego—. ¿Señor Haskell? —Volvió a llamarme.

—¿Sí?

—Puede ingresar.

No me sentía preparado. Como es que alguien puede estarlo en una situación como esta. Aun así, me puse de pie enseguida y fui tras de él.

La puerta frente a mí se abrió invitándome a entrar. Las latidos en mi pecho aumentaban, y cuando di el primer paso dentro, la sensación de que mis piernas dejarían de funcionar en cualquier momento, se apoderó de mí. Sentía que el pecho me dolía, que alguien me lo estaba golpeando una y otra vez, sin intenciones de parar.

Todo parecía ocurrir con demasiada lentitud, tanto que podía percibir como cada parte de mi cuerpo era atacado por una sensación de hipersensibilidad.

Hacía frio en ese cuarto y aunque iba bien abrigado, podía sentir como se me congelaban los huesos. Era un cuarto grande, que me resultó falto de oxigeno y al mismo tiempo, sentí que podía comenzar a flotar en cualquier momento. Sentía vértigo, miedo por mí, por ella, por los dos.

Todo el tiempo que estuve sentado afuera, esperando por este momento, solo una cosa pasaba por mi mente: “Dios ha muerto. Dios sigue muerto…”

—Es este —dijo—. ¿Está listo?

Hasta ese momento no había visto el cuerpo que se suponía era el de ella. Estaba cubierto con una sábana blanca y era el único en la habitación. Los recuerdos fugases de las primeras veces que nos habíamos vuelto a vernos llegaron a mi mente como una tormenta.

Miré mis manos y temblaban casi al punto de la exageración, me froté los ojos con los antebrazos y di los últimos pasos hasta quedar frente a la camilla donde reposaba aquel cuerpo.

No podía ser ella.  

—El cuerpo ingresó hace unas horas, aun no se le ha realizado la necropsia, pero de todas formas, sería bueno que hiciera el reconocimiento. Entiendo que usted lo solicitó —dijo de nuevo, él estaba ubicado al otro extremo—. ¿Está seguro que puede hacer esto? 

—Sí. Puedo hacerlo.

—De acuerdo.

Su mano se dirigió a la sábana blanca, tomándola por el borde. La respiración se me iba al mismo tiempo que dejaba en descubierto a quien yacía inerte ahí.

Nunca nadie nos prepara para enfrentarnos de cara a la muerte, es una de aquella cosas con las que se debe lidiar sin saber nada, casi como la vida misma.

A mi mente vino un nuevo recuerdo de los dos en la playa, de aquel lugar que era nuestro más que de cualquier otro. Pero fue extinto cuando su frágil rostro apareció. Y todos mis miedos se volvieron realidad, así, de golpe. El cuerpo estuvo a punto de desvanecérseme, apenas logré sostenerme con la pared tras de mí.

No podía respirar y quise arrancarme el corazón del pecho, porque no lo quería ahí.

Había guardado las esperanzas hasta ese momento, hasta esos últimos segundos.

Parecía más bien dormida, la piel aún conservaba el color. ¿Cómo pudo haber hecho eso? ¿Cómo puedo hacernos esto? Porque no se trataba solamente de ella, sino de los dos. Éramos… éramos los dos. Sentía una pesadumbre instaurándose en todo mi cuerpo, ni siquiera podía saber con claridad todo lo que estaba sucediendo. Estaba mareado.

¿Enserio era ella? ¿De verdad era mi Anne? ¡No, no!

Mi mano alcanzó la suya y supe en ese momento que la había perdido; estaba fría, rígida y al volver a mirar su rostro, todo lo que antes había visto ahí, ya no estaba. Solo quedaba yo y el cuerpo sin vida de mi vida.




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