Daño Colateral

Capítulo 13

Capítulo 13

475 días antes de suicidio

Alex

La brisa mañanera le golpeaba directo en el rostro y el sol que vislumbraba en el horizonte también, no había mejor panorama para mí en ese momento. Estaba borracho, pero ella seguía estando igual de hermosa.

Me mantenía en el juego de mirarla, luego al mar y de nuevo a ella. Así pasé largo rato, intentando descifrarme a mí y no a ella, porque ella estaba sin mascaras en ese instante, era yo quien estaba asustado y demasiado confundido.

No había visto esta parte de Anne y estaba seguro que era al primero que se la mostraba.

Apenas unas horas atrás había dejado a todos mis amigos tirados por ir a buscarla, y en contra de todo pronóstico, ella accedió a subirse en un auto conmigo y conducir hasta donde el camino nos llevara. Ahora estábamos sentados en la arena, contemplando el mar, disfrutando de su compañía y fumándome un cigarro. Me había dado cuenta que por más que tratara de negarlo, la realidad era que estaba tan perdido por ella. Y lo que me asustaba de todo eso era lo rápido que pasaban las cosas… Pero no existe en ningún lado un manual que te explique cómo se usa el amor, solo lo tomas y haces con él lo mejor que puedes.

—El sol se siente increíble —dijo Anne—. Hacía mucho tiempo que no contemplaba un amanecer.

Sonreí.

—Gracias por venir.

—Feliz cumpleaños, Alex.

—Sabes, cuando tú lo dices suena a que fuera algo increíble. Hasta siento que envejecer me gusta.

—Celebro tu vida, aparte de que faltan apenas cuatro días para Halloween. Puedo tener una excusa para extender el festejo por una semana completa.

Era veintisiete de octubre, mi cumpleaños número veintiuno. Y nunca antes me había emocionado al pensarlo, hasta ese momento. Algunos amigos y compañeros del conservatorio me habían invitado para celebrarlo, también Emilie, pero después de un rato de no poder dejar de pensar en Anne, fui a buscarla.

Los había dejado tirados, arriesgando todo cuanto tenía por ir tras ella y había valido la pena.

Quizá utilicé el recurso de mi cumpleaños para que aceptara venir, pero, de un tiempo para acá, ella no me dejaba muchas opciones.

—Tendré tu regalo para la próxima semana, te lo prometo —me dio un leve empujón con su hombro.

—No te molestes, para mí es suficiente con que estés aquí. No soy para nada exigente.

No sabía si era producto del alcohol, pero me fascinaba el sonido de su risa, la manera en que se movía, en que hablaban, incluso lo que hacía. Ella toda me enloquecía, de una manera inexplicable… así como cuando quieres salir corriendo o quieres saltar, gritar en medio de la calle, cruzar semáforos en rojo o darte un baño bajo la lluvia, incluso caminar descalzo bajo el sol.

—Ojalá este día durara mucho más. Siendo sincero, creo que antes no me sentí así —me sinceré—, es mi día y lo estoy creyendo, solo porque…

—Te estás convirtiendo en un cursi —dijo, interrumpiéndome.

—Lo soy, siempre lo he sido. No me avergüenza.

Intercambiamos unas miradas rápidas, acompañadas de unas sonrisas. Esto se veía y se sentía como un sueño.

Lo que quizá yo no sabía en ese momento era que todos los sueños tienen una particularidad, en un punto tienes que despertar y volver a la vida real.

Me era difícil solo apartar la vista de ella. Quería tocarla, besarla incluso. Aunque tenía claro que eso no sería posible, era esto que tenía ahora o no era nada. Y, aunque sonara humillante, me conformaba con cualquier migaja que ella me diera.

—Nunca imagine que tendrías tatuajes —murmuró sin mirarme, al menos no lo hizo en ese momento, pero era claro que lo había hecho y a detalle—. Son lindos… te quedan.

—A mí también me gustan. Pero no puedo, aunque quiero, no puedo hacerme muchos más. No en lugares muy visibles.

Ella volvió la vista a mí, y poco después todo su cuerpo. Se veía intrigada, pero prefería esperar a que ella me lo preguntase…, no deseaba volver la conversación al punto en que pareciese que yo fuese demasiado egocéntrico.

Me sorprendió sentir el toque de su mano en mi piel. Una corriente eléctrica viajó por todo mi cuerpo. Su mano recorrió el borde completo del tatuaje en mi pierna, que era El Beso, la pintura de Gustav Klimt. Yo la observé conteniendo la respiración. Estaba matándome y de qué manera.

—Anne…

—¿Por qué no puedes? —preguntó al apartar la mano, aun así, me sentía igual que antes.

Sus ojos recayeron en los que estaban esparcidos por mi pecho y estómago. El más grande era el de la pipa de René Magritte, y bajo de esta decía: Ceci n’est pas une pipe (Esto no es una pipa).

Me tomé un trago de la cerveza que tenía en la mano antes de hablar. 

Necesitaba pensar en algo diferente.

—Bueno…, suelo tocar para la orquesta de la universidad o a veces solo. El concepto es muy tradicional; Kempff, Brendell, Gilels, Horowitz, Rachmaninov, entre muchos otros más. Supongo que es lo que es, nadie tomaría enserio lo que hago si llevara tatuajes por todos lados.




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