Capítulo 14
12 horas después del suicidio
Alex
No era la mejor hora para visitar ese lugar, pero muy dentro de mí sabía que debía hacerlo. Aunque no era tan valiente para afrontar esa pena solo y le pedí mis padres que me acompañasen, accedieron sin ningún pretexto.
El apartamento que había rentado Anne era bastante pequeño, con solo una habitaciones, una pequeña sala, la cocina y un baño. A ella no le gustaba que la viniera de visita, solía decirme; «ese lugar no es mi hogar, no es algo que deseo que veas». Aun así, estuve aquí unas tres veces desde que había vuelto.
Todo estaba a oscuras, y, lo más audible eran el chirrido provocado por nuestros pasos en la madera. El corazón me latía más acelerado que nunca, ahora lo veía todo de una manera distinta y temía encontrar algo que terminara de destruirme.
—¿Dónde está el interruptor? —preguntó mi papá, yo me había detenido en la pequeña sala.
Sin responder caminé hasta la pared más cercana y sin mucho esfuerzo encontré el pequeño interruptor. La luz invadió todo el espacio, dejándome unos segundos cegados hasta que mis ojos lograron acostumbrar de nuevo.
—Todo parece estar en orden —señaló—. ¿Notas algo fuera de lugar?
—No lo sé —murmuré con amargura.
—Si deseas puedo esperarte afuera, entiendo que necesites un momento a solas.
—No te molestes, prefiero tenerte cerca.
—De acuerdo.
Mi pecho se oprimía al observar todas sus cosas, que no eran muchas, pero seguían siendo suyas. En la pequeña mesa, ubicada a mitad de la sala, había unas cuantas revistas:
“Arte moderno”. “La mente y el poder de autodestrucción”.
Le había dejado unos libros en ese lugar, pero ya no estaban ahí.
Retomé camino a la cocina, todo estaba limpio y ubicado en su sitio. Me llamó la atención ver que las pequeñas plantas que tenía estaban marchitas, como si llevasen más de una semana sin ser regadas. Ella amaba esas plantas y siempre solía contarme muchas cosas sobre el cuidado que se debía tener. Incluso habíamos acordado en que me enseñaría a cuidarlas: «A las plantas se les debe hablar con cariño, eso hará que crezcan mucho más hermosas. A las personas también.»
Tomé ambas plantas y las ubiqué en el lavaplatos, dejé correr el agua.
Se me escapó un quejido y volví a llorar, sentía que no iba a conseguirlo. Descansé el cuerpo contra la encimera. Tras un momento me pasé las manos por el rostro y permanecí mirando a la nada, tratando de entender lo que había pasado.
Esto no era ella, yo la conocía, no era así, no podía serlo.
—¿Qué hiciste Anne…? —murmuré.
Esperaba escuchar su voz dándole una respuesta a aquella pregunta, pero no hubo nada.
Ausencia.
—¿Crees que en realidad ella fue capaz de hacerlo? —La voz de papá me regresó a la realidad. Estaba parado frente a mí, mirándome con sigilo.
—No —le aseguré, porque estaba convencido de que ella no haría algo como eso—, creo que hay algo más aquí.
—Alex, hijo, al menos deberías considerarlo.
—Nunca voy a considerar tal cosa, Anne sería incapaz de hacer algo como eso. ¡La conozco!
—Hoy en la mañana lo sabremos…
Escucharlo decir eso me hizo dar cuenta que era real, Anne no estaba, no estaba…
—¿Tú crees que si lo hizo? —pregunté.
De cierta forma me generaba conflicto que los demás creyeran que ella sería capaz de eso, era como si colocasen en tela de juicio lo que ambos vivíamos…, para mí era genuino, yo estaba feliz y pleno. ¿Acaso ella no? ¿No era suficiente lo que daba?
Papá me observaba dudoso, como si supiese lo que yo estaba pensando.
—No muchas veces tuve la oportunidad de conversar con ella —respondió—, pero creo siempre supe que había algo en su persona que me resultaba extraño. Tu madre también lo sentía.
—¿Extraño?
—No lo tomes a mal, no es lo que crees.
—Entonces explícamelo —dije muy a la defensiva.
—Era como si cargase con un gran dolor. Esas cosas son imposibles de ocultar. —Tenía los ojos estaban clavados en mi rostro. Me era imposible no mostrar amargura con esas palabras—. Pero bueno, no quiero que sientas que tú tienes algo que ver en su decisión.
—En palabras más o palabras menos, dices que ella si fue capaz de hacerlo —aseveré.
—Por la mañana lo sabremos —volvió a repetir antes de dar vuelta y caminar hacia la puerta de salida—. Tómate tu tiempo, te esperaré fuera.
Me mantuve en ese lugar unos minutos más. Era como si todos pudiesen ver algo que yo no. Y me parecía injusto, nadie tenía idea de lo que ambos estábamos viviendo, yo más que cualquier otro la conocía, lo que pensaba y lo que hacía.
Era lo típico de juzgar un libro por su portada.
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Editado: 30.11.2024