Capítulo 17
Tres días después del suicidio
Alex
«Querida mía, quiero estar contigo para contemplar la luna en todo su esplendor, sentarnos juntos, ahora y siempre porque yo sé que tú eres para mí y yo soy para ti».
El panorama era desconcertante, así, desconcertante sin más. No podía creer lo que estaba frente a mis ojos y es que era casi inaudito. No solo por el hecho de que estaba a punto de despedirme de ella, de su cuerpo, para siempre, sino que solo estábamos presentes —en el cementerio— mis padres y panceta, nuestro perrito, el que ella me había dejado a cuidar, unos días que se habían convertido en meses, y luego solo parte de la familia.
Ni Adrien, ni Emma o su hijo Alexei, nadie, ninguna otra persona. Era como si Anne no tuviese más conocidos que yo, lo cual era un absurdo. ¿O acaso era de esa forma? ¿Cuál era el objeto de ellos entonces? Si no podían estar aquí, no me parecía que aquel discurso de amistad o aprecio tuviera valía.
Más y más dudas se hacían lugar en mi mente.
Ni siquiera había un religioso dando las últimas palabras y todo el protocolo que ameritaba un funeral. Según me habían dicho, no estaban en disposición de hacerlo ya que se catalogaba su muerte como un suicidio y ellos no admitían eso.
El sol estaba en lo alto y no se percibía la brisa, mucho menos algún otro sonido diferente a la oración que rezaba mamá para ella. Al menos era algo.
Me estaba costando mucho trabajo seguir ocultando toda la rabia que sentía, rabia con ella. Por lo que había hecho, de que se hubiera ido, de que me arrebatara a mi hijo y la posibilidad de nuestro futuro.
No sabía si lo que me dolía era su muerte o el hecho de que estaba solo de nuevo.
«Un día juraste amarme y al siguiente el peso de tu ausencia me sepultó, quitándome todo».
Ese era mi reproche en estos últimos días.
Habían pasado solo tres días, solo tres y no sabía como es que me lograba mantener en pie. Con cada segundo que pasaba, sentía que algo dentro de mí se rompía; La piel, los huesos, el alma… a simple vista los dos primeros no lo parecían tanto, pero la otra… ni siquiera sabía si quedaba algo.
«La gravedad de un agujero negro es tan fuerte que ni la luz puede escapar. Incluso si una estrella brillante está al lado del agujero negro, ésta no se verá. En vez de reflejar la luz como los demás objetos, los agujeros negros tragan la luz estelar para siempre. Los agujeros negros también tragan toda materia que se acerque demasiado».
—No recuerdo donde leí esto, pero al correr del tiempo he notado similitud, estoy segura que muchos millones más también lo han notado, existe un momento en tu vida en el cual eres un agujero negro o te has topado con alguien que es un agujero negro. Quisiera reconocer que soy uno, pero mi orgullo me lo prohíbe.
Sus palabras parecían cobrar sentido ahora que lo pensaba un poco más. ¿Por qué antes no me detuve a analizarlo? Anne siempre encontraba alguna manera de como llamarse a sí misma. Yo solía decirle que guardaba en uno de sus cajones un centenar de autodefiniciones las cuales usaba regularmente; yo soy esto, soy aquello.
Solté el aire que contenía en el pecho y me cubrí la boca, con la intención de acallar el deseo de echarme a llorar.
Anne me había consumido por completo y no quedaba nada de mí ahora. Con su partida se llevaba todos los cimientos, las bases y muros de mi vida.
Una cosa es cierta, que ahora tenía muy clara; nunca sabes cuanto tiempo tendrás con alguien hasta que se va.
—Bueno, creo que es hora de irnos —escuché decir a papá, tras de mí.
No podía moverme.
—Pueden irse, yo me quedaré un rato más —le respondí, serio—. Gracias por venir. Enserio lo agradezco mucho.
Sentí la mano de mamá posarse en mi hombro. Después se deslizó por mi espalda, y, contrario a alentarme, me provocaba más ganas de llorar.
—Vamos, cariño. Debes descansar —me pidió—, llevas más de tres noches sin dormir, no te vez bien. Debes descansar. Por favor, Alex. Vamos a casa, yo te cuidaré.
No lo entendían, se rehusaban a hacerlo. Enterrar a Anne era como mutilar una parte de mí.
—Gracias por venir —repetí de nuevo, con mucha más firmeza, y avancé unos pasos más cerca de donde estaba ubicado su ataúd—. Quiero estar solo.
—Déjalo, necesita tiempo solo —le dijo papá—. No insistas más.
—Te esperamos en casa —fue lo último que murmuró mamá.
No volví a decir nada más, ni siquiera les dirigí la mirada. Pero escuché el sonido de las hojas crujiendo al ser pisadas, y minutos más tarde estaba solo. Panceta también se había ido junto con ellos, yo entendía que no podría volver a hacerme cargo de él. No solo por lo que significaba, sino también porque no tenía fuerzas ni ganas de nada, aunque la realidad era que, desde el primer día, siempre estuvo con mis padres.
Como debía ser.
Traté de llenarme de valor, al menos de un poco, porque debía hacerlo. Debía despedirme de ella, de su cuerpo.
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Editado: 30.11.2024