Capítulo 20
Anne
Alex se había retirado de la tarima en medio de aplausos y halagos. Anne sabía que él la estaría esperando en el camerino donde momentos atrás habían estado charlando, pero lo que no sabía era que en ese lapso de tiempo en el que estuvieron separados, todo cambió de forma radical, ya no había vuelta atrás. Ella estaba decidida.
Se levantó de la silla, la mujer junto a ella le sonreía con mucho pesar. La conversación que sostuvieron de alguna forma le dejó ver con claridad muchas cosas que antes parecían oscuras, y le dio el impulso que le faltaba.
—No me ha dicho aún su nombre —dijo Anne, unos cuantos pasos lejos de ella.
La mujer, que también estaba de pie, le dijo con mucha calma:
—Sin nombres. Los secretos se guardan mejor de esa manera.
—Gracias, por escucharme.
—Creo que por alguna razón la vida me ha traído hasta aquí, en este lugar —señaló, posando una de sus manos en el hombro de Anne, en un gesto reconfortante—, el asiento que tomé, el pañuelo que traía… todo es parte de algo, y por ello sé que ahora tú harás lo correcto. Puedo verlo con mucha claridad ahora.
—Él no querrá dejarlo ser de forma fácil —los ojos de Anne estaban rojos y la hinchazón, por suerte, era mínima—. Creo que dolerá más dentro de mí, porque no entenderá lo que yo sí.
—Pero ese dolor pasará, tanto para ti como para él.
La mujer se acercó a ella y la abrazó.
—Te diré algo que leí hace un tiempo, de una mujer poderosa —habló de nuevo, aun manteniéndola abrazada—. «Con el dolor puedes hacer dos cosas: convertirlo en odio, en rencor, o, elaborarlo, sublimarlo y convertirlo en crecimiento, poesía, literatura, fraternidad». ¿Qué camino vas a tomar tú?
—¿Un camino? Ahora solo deseo irme, mañana pensaré por donde caminar.
—Entonces ve y termina todo, sé valiente.
Las palabras empezaban a sobrar en ese punto, lo que se debía hacer era más que claro y alargarlo no era bueno, de ninguna manera podía serlo.
Anne tenía un par de cosas claras hasta ese punto: en primer lugar, Alex ya tendría, para ese momento, conocimiento de que ella no se sentó con sus padres, y aunque él siempre creía que ella tenía una buena razón para ello, eso no significaba que la forma en que actuaba no le doliera. Sus padres eran importantes, ella lo sabía, él se lo había mencionado reiteradas veces. Y, por otra parte, era muy probable que tuviera que toparse con todos ellos, incluyendo a Emilie.
Pero ya no era algo que le importara o que fuera a detenerle, había fijado un objetivo, lo que ante sus ojos era lo correcto. Necesitaba terminar aquello que nunca debí tener un comienzo.
Estando ya frente a la puerta, podía escuchar las voces del otro lado, aunque poco entendía lo que se hablaba, ninguna cosa que le diera un indicio de lo que le esperaba. Todo de lo que huía estaba tras de esa puerta.
Levantó la mano, dio cuatro toques, un paso atrás y esperó. Las voces cesaron y, entonces, los nervios se hicieron incontenibles.
—¿Quién es? —preguntó la voz de una mujer joven, Emilie quizá.
Anne no respondió. ¿Qué es lo que debía responderle acaso? Sus manos se entrelazaron a la altura de su vientre y continuó esperando. En su mente se creaba un camino, mismo que debía seguir para poder salirse de ese laberinto que ella misma construyó con base en mentiras e ilusiones vanas.
Ese muro de tortuosas ideas fue derribado al abrirse la puerta. Tal como lo había pensado, quién estaba ahí era Emilie, su rostro cambió a uno de sorpresa, aunque Anne seguía mostrándose serena. Sin decir nada la joven abrió por completo la puerta, dejando ver a todos quienes estaban: los padres de él a un costado, y, Alex, estaba recostado en el tocador del camerino. La expresión seria de todos no aportaba mucho a la situación.
—Adelante —dijo Emilie, sonriendo—. Por favor.
Anne ingresó con paso firme, ubicándose del lado contrario de donde estaban los demás.
—Hola, Anne. Soy Étienne, la madre de Alex —se presentó la mujer. La forma en que hizo hacía ver que trataban a Anne como una niñita pequeña. Étienne se acercó a ella y le abrazó—. ¡Por fin nos conocemos! No sabes lo emocionada que estaba por este momento.
La respuesta de Anne fue una sonrisa. Alex no apartaba la mirada de ella, llevaba los brazos cruzados a la altura del pecho, con una actitud vacilante.
—Él es mi padre —habló Alex, señalando con un gesto de cabeza al hombre de traje—. Y a Emilie ya la conocías.
—Es un gusto —dijo ahora el hombre.
Emilie le ofreció la mano, Anne la estrechó sonriendo. Hubo un intercambio de miradas. Ambas recordaban como se conocieron y no solo eso, sino que también la manera tan lamentable en la que Alex y Anne se habían comportado con ella, respecto a la relación.
—Creo que debo retirarme, quiero escuchar el siguiente recital —se excusó Emilie—. Felicidades de nuevo, Alex.
Tomó un momento para despedirse de todos y luego se retiró, cabizbaja.
#14842 en Novela romántica
#2074 en Novela contemporánea
suicido, superacion decepcion empezar de nuevo, suicidio amistad y amor
Editado: 30.11.2024