Capítulo 23
17 días después del suicidio
Alex
—¿Me estás escuchando, Alex? —Preguntó Lucas.
Y no, no lo estaba escuchando. Mi mente apenas lograba centrarse en algo específico, y por supuesto que no era en atenderlo a él ni a sus cosas. Frente a mí había una botella de alcohol, aún no llegaba a la mitad y ver lo lento que Lucas servía los tragos me frustraba.
—Sí, te escucho —mentí, para evitar alguna confrontación.
—Bien. Entonces, la idea me ha parecido estupenda, muchas personas me han pedido clases particulares —continuó con su parloteo—, imagina que esto pueda crecer, es lo que hemos soñado. Tina fue quien me dio la idea de la escuela.
—¿Puedes servirme otro trago? —pedí.
Él asintió. Tomó la botella y llenó el vaso con ese líquido que se había convertido en lo más preciado, que estuviera frente a mí ahora, resultaba casi un hito.
Tras acercármelo, bebí.
Intentaba, con todas mis fuerzas, borrar de mi memoria su nombre, pero toda la casa, cada objeto e incluso el aire que estaba respirando me lo gritaban. El pecho se me oprimía con tanto dolor. Estuvimos sentados en este mismo lugar, hablábamos y compartimos nuestros mayores deseos y ahora debía compartirlo con una botella de alcohol, con Lucas.
—Sabes que me encantaría que te sumaras. Claro, será algo pequeño al principio y debemos organizar un espacio. Incluso podríamos tener una secretaria. ¿Lo imaginas?
No encontraba manera de desconectar mi mente de la realidad. Lo había intentado con todas mis fuerzas, pero nada de lo que hacía funcionada.
—Tina me ha dicho que se encargará de buscar un espacio…
—¿Quién es Tina? —Pregunté, dándole un vistazo.
Lucas se veía tan bien, lo envidiaba. El pelo lo tenía peinado a la perfección y vestía uno de esos trajes que usábamos para el conservatorio; fino y con mucha clase.
¿Cómo era posible que todos lo hubieran olvidado tan rápido?
—Es la chica con la que he estado saliendo, ya te lo dije y más de una vez —contestó él—. ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?
—Te estoy escuchando —le aseguré—. ¿Puedes servirme otro trago?
—¿Qué fue lo que te dije? —Inquirió, con un deje de molestia. Al tiempo volvió a repetir el proceso y pocos segundos después estiró un nuevo trago para mí—. Al menos…
—De las clases —dije, interrumpiéndolo—, es eso, ¿no?
—Resumiendo todo, sí.
—Bien. ¿Vez? Te estoy escuchando.
Anne siempre solía perderse en el tiempo cuando conversábamos sobre algo. La mayoría de las veces, nunca llegaba a escuchar todo lo que le decía. Había algo más en su mente, de ese modo. ¿Cómo nunca me di cuenta que algo estaba pasando? Eran muchas las señales, eso lo tenía claro.
O más bien, ¿por qué ella no me dijo nada?
No quería seguir pensándola, es que ni siquiera pronunciar su nombre. Era como cuando te golpean, pero no les basta uno, sino que siguen y siguen, hasta el punto en que comienzas a acostumbrarte a los golpes. ¿Quién era esa mujer? Yo, al parecer, amaba un espejismo, una mentira. Me consideraba un tipo listo, pero todo este tiempo viví engañado por ella, o quizá por mí mismo y la idea de que me amaba.
Todo el asunto se convertía en un extraño y complejo rompecabezas. Me asustaba la idea de lo que vería cuando lograse armarlo, hasta el punto en que prefería no saber más.
«La gente cree que es fácil dejar el pasado atrás, pero sin pasado no hay futuro. Siempre te alcanza y termina derribándote», ella solía decirlo. Se escuchaba como palabras de alguien más, no de ella, pero no solía darle importancia.
—¡Alex! —Gritó Lucas.
Mis pensamientos se esfumaron al momento. Volví la vista hasta donde estaba sentado. Empezaba a arrepentirme de haberle permitido venir, pero Emilie creía que hablar con alguien diferente a ella sería bueno para mí. Tampoco quería hablar con ella, ni con nadie en general, necesitaba tiempo, muchísimo tiempo para procesar todo.
—No estás escuchándome —se quejó una vez más—. Si dejas de beber puedes atenderme.
—Lo siento —murmuré.
—Sé lo que haremos —dijo, al tiempo en que se ponía de pie—. Tengo una idea, he visto esto.
Caminó hasta el comedor y arrastró una de las sillas, ubicándola frente a mí. Ese era el momento al cual no quería llegar, y todo porque no podía escucharlo hablar sobre la interesante historia de profesor, o cualquier cosa de lo que estuviese hablando.
—Hablemos —propuso—. Se llaman intervenciones.
—¿No es lo que hemos estado haciendo?
—No. Yo he hablado solo todo este tiempo, es diferente —tomó asiento en la silla. Pasó la botella de alcohol y la dejó en medio de los dos—. Alex, amigo, sé que estás pasando por un momento difícil…
—No me digas —le interrumpí sarcástico—. Te juro que no lo sabía. Ni siquiera lo había notado.
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Editado: 30.11.2024