Daño Colateral

Capítulo 26

Capítulo 26

91 días antes del suicidio

Alex

Era ella, no había duda alguna. Y, estaba frente a mí. No había forma de que se tratara de un juego o de mi propio espejismo. Ella estaba frente a mí, después de… después de casi un año.

Desde hacía más de diez minutos estaba inmóvil, con los pensamientos revueltos y la vista fija en un solo punto. No estaba seguro si se trataba de rabia, tristeza o alegría lo que estaba experimentando. O quizá una mezcla de todo.

¿Por qué estaba aquí? No solo ella, sino yo también, ¿por qué?

De repente, sentí que el nudo de la corbata estaba tan apretado, al punto comenzar a sentirme asfixiado. Que el lugar era demasiado pequeño, que había calor y que la música estaba muy alta.

No había reparado de mi presencia, aun, en cambio yo no era capaz de hacer algo diferente a mirarlo. Porque sí, esa era mi Anne… era Anne, solo Anne.

Estaba tan hermosa, tanto que admitirlo me causaba un dolor terrible en el pecho.

Maldita sea.

El corazón también me dolía. Un dolor infernal. 

Tenía tantas preguntas rondándome la cabeza que, sospechaba podía terminar por estallárseme la cabeza. Estaba a punto de colapsar. Y lo peor de todo es que seguía sin siquiera poder moverme. Solo estaba ahí, de pie, observándola como un imbécil. Anne estaba conversando con un grupo pequeño de personas, no reconocí a ninguna. Por mi parte, a decir verdad, había llegado a aquella reunión por una penosa casualidad. Es que ni siquiera tenía una invitación, fueron diversas circunstancias las que me había puesto ahí. O quizá solo era cuestión del destino, a ese que tantas veces le juré paciencia.

Tampoco tenía claro si debía agradecerle o maldecir a Grover, por haberme traído. Cuando me había extendido la invitación, solo me mencionó que se trataba de una pequeña velada, en la que un allegado de él celebraba algo que no me había dejado claro.

No tenía sentido que yo estuviera ahí. De ninguna forma podía justificarme, de mismo modo en que tampoco comprendía la de Anne. Cómo es que estaba aquí, que estábamos en el mismo lugar, a escasos metros. La última vez que la había visto fue en el camerino, el día de mi presentación en el conservatorio, en el lugar que me dijo que lo nuestro la asfixiaba. Después de eso supe que se había vuelto a Alemania —dicho por Adrien—.  Pero que regresara, al menos no lo había contemplado de esta manera o nuestro encuentro.

No sé, supuse que sería mucho más poético, quizá. Porque creía que lo nuestro era especial y que ameritaba algo a la altura. Y ahora estábamos en el lugar menos esperado, rodeados de gente a la que estaba seguro no conocíamos. 

El recuerdo de los meses pasados se hizo presente. Había sido un completo infierno, porque ella me obligó a dejarla ir. Pero nunca dejé de quererla, ni de pensarla. Lo único que había conseguido era cierta tranquilidad, al tiempo en que continuaba con la que era mi vida. Me reconfortaba pensar que ambos, de alguna forma, estábamos unidos por cosas más allá de las físicas, y que aquello era lo que me guardaba en el pecho.

Y, entre otras cosas, ahora estaba en una relación. Que no era lo mismo, pero al menos tenía la seguridad de algo; Emilie me quería. De ella recibía toda la seguridad que alguien espera de una relación. Me lo daba todo sin siquiera dudarlo. Me ayudó a estar bien, a sentirme bien. 

Pero toda esa calma parecía haber llegado a su fin. Porque ahora sentía que la tormenta se avecinaba e iba directo a quedarse en mi pecho.

Porque después de todo, Anne había vuelto. Por más irreal que pareciera, estábamos en el mismo lugar, respirando el mismo aire. Y era completa y absolutamente real. 

Las manos me picaban por los nervios y la impresión. No podía fumarme un cigarro para intentar apaciguar aquel cumulo de emociones, porque el lugar estaba repleto en su mayoría por ancianos. Ponerme a beber alcohol tampoco estaba en mis planes, tenía claro que, después del primer trago, no iba a poder detenerme. Porque era bastante probable que con eso terminara arruinando la noche y no solo para mí.

Inhalé y exhalé con fuerza.

¿Y si me acercaba a ella? Podría saludarla, preguntarle que había sido de su vida. Quizá darle uno que otro halago por lo bien que se veía, decirle que el cabello largo le quedaba de maravilla y que seguía siendo la mujer más hermosa que mis ojos habían tenido el placer de ver.

«¡Joder, no, no, no!».  

Eso era demasiado. Se suponía que aún estaba resentido con ella por marcharse. Me jodía pensar que apenas habían pasado unos cuantos minutos desde que la había visto y todo aquello negativo que en un momento llegué a sentir ya parecía haberse esfumado. Era ridículo como estaba actuando. Necesitaba recuperar el control de mí mismo y por nada del mundo permitirme volver a caer con ella… aunque, a decir verdad, ¿alguna vez estuve, en todo este tiempo, fuera?

La respuesta a esa gran pregunta era más sencilla que cualquier cosa: No.

Ahora estaba seguro que, desde el minuto uno, yo, en plena conciencia, le había entregado mi vida y eso no había cambiado.

Un momento después, traté de centrarme en otra cosa, pero al intentar encontrar a Grover no tuve ni el más mínimo éxito. Lo que en conclusión me dejaba solo en aquel terrible escenario. Pero estaba bastante seguro de que me las iba a pagar por todo lo que llegara a resultar de la noche.  Justo en el momento en que más necesitaba compañía y una voz de la razón, alguien que me dijera que debía hacer, que me frenara y me ayudara a orillarme, él se esfumaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.