Daño Colateral

Capítulo 27

Capítulo 27

89 días antes del suicidio

Alex

Emilie, Emilie.

Repetirme que era un estúpido no iba a ayudarme en nada. Solo lo hacía porque quería tenerlo más que claro, que era un estúpido y cualquier adjetivo que se desprendiera desde ahí. Y es que, era irónico que yo le guardaba rencor a Anne por hacer las mismas cosas que yo le estaba haciendo a Emilie, y no tenía ninguna excusa para eso.

Por más que me resistiera, al final sentía que seguía caminando en dirección al precipicio. O, quizá en el fondo, la idea de caer no me disgustaba tanto como quería hacerle creer a todo el mundo.

Emilie le dio un sorbo al café que estaba bebiendo. Estábamos en mi apartamento, mismo donde habíamos pasado la noche.

—¿Te quedarás mirándome todo el rato o me dirás algo? —Preguntó.

Aparté la vista enseguida, mirando la raza frente a mí con la idea de disimular mi ensimismamiento.  

—¿Qué harás hoy? —Pregunté de vuelta.

—Tengo mucho trabajo acumulado, intentaré adelantar lo más que pueda. En la tarde noche podríamos salir.

—Tengo un compromiso por la tarde, pero podemos dejarlo para otro día.

Lo había meditado mucho, en realidad, medité sobre muchos temas; la relación que tenía con ella, la invitación de Jonas, el inesperado regreso de Anne, y mi vida en general, que se había volcado de nuevo y en apenas dos días.

Había comentado con mi mamá la primera cuestión, sobre lo que ella pensaba y veía de la relación que llevaba con Emilie, sin mencionar nada de Anne. Solo de la parte en que no estaba seguro de querer seguir manteniendo esto, entre los dos. Ella, en su inmensa sabiduría —nótese el sarcasmo— me había dicho la única cosa que no deseaba escuchar: «Has lo que tu corazón crea correcto». Mi corazón era el menos indicado para tomar partida en esta situación en particular, porque él no tenía una mínima idea de lo que quería.

—Alex, ¡¿me estás escuchando?!

Emilie pasó una mano delante de mí rostro. Parpadee confundido. Al volver a centrarme en ella, noté que me miraba con el ceño fruncido.

Me conocía bastante bien, mucho más de lo que me hubiese gustado admitir. Y era contraproducente.

—Estaba pensando en algo, nada importante. Lo siento, ¿decías algo?

Y, justo ahí, me miró de esa forma en que sentía que podía ver a través de mí, que sabía todo. Muchas veces me llegaba a sentir acorralado, como un ratoncito indefenso. Era implacable.

—Nada importante, Alex —repitió mis palabras, dándome a entender que, en efecto, estaba molesta.  

—Vale —murmuré.

No tenía intención de discutir con ella. Ese no había sido mi plan del día. Pero, por otro lado, también quería mencionarle que había visto a Anne, pero quizá no fuese necesario. Porque, al final del día, ella se iba a marchar una vez más y todo esto solo sería como si no hubiera pasado nada.

Al menos ahora mis expectativas respecto a ese tema eran mucho más realistas que antes. Aun así, seguía creyendo que debía terminar con Emilie, por el bien de los dos.

Unas semanas atrás me había topado con Jules, no nos habíamos cruzados desde que salimos del conservatorio. Ahora, según lo que me terminó contando, tenía planes de mudarse a otro país con el chico que estaba saliendo, incluso mencionó la posibilidad de casarse.  Eso me hizo cuestionarme que, si después de mí se encontraba ese punto de felicidad, quizá después de todo el problema era yo. Ahora Anne terminaba de comprobarlo, también se veía feliz, pero a diferencia de Jules —que esa felicidad me alegraba— yo quería que también Anne fuera feliz, pero conmigo.

Feliz de la manera en que se lo había prometido, como nos lo prometimos. Y lo sabía, era un jodido egoísta por estar pensando eso mientras Emilie estaba sentada frente a mí.

—Mi mamá nos ha invitado a cenar este fin de semana, ojalá puedas agendarte —comentó Emilie, minutos después—, también mi hermana estará ahí, así que, por fin conoceremos al pequeño Noah.

—¿Cuándo ha regresado? No me lo habías dicho. Pensé que no volvería sino hasta las vacaciones.  

—Sí, bueno, habías estado algo ocupado estos días. Pero apenas hace dos días, está emocionada por verte.

Traté de ignorar el hecho de que me pareció una casualidad algo inquietante y, volví a hacer acopio de mis fuerzas para mantenerme centrado en la conversación que ambos estábamos intentando sostener. Pero, al mismo tiempo, la culpa me golpeaba de frente, evitándome la posibilidad de defensa.

—Ya, yo también —respondí apenas, dándole un nuevo sorbo al café.

Emilie soltó un suspiro, casi con resignación.  

—Voy a creer que es así, porque en realidad no lo pareces.

¿Por qué decir la verdad resulta tan complicado?

—Lo estoy, Emilie.

—Sabes que puedo darme cuenta cuando pasa algo contigo, no tienes por qué mentirme. ¿Qué sucede, Alex?

Pasaba demasiado tiempo teniendo debates morales en mi mente, en lugar de buscarles una solución efectiva y práctica. Porque ver los problemas desde una ventana es fácil; se tiene una visión más amplia y, a partir de eso, puedes encontrar diferentes formas de arreglarlo. Pero cuando ese problema toca tu puerta y se sienta en tu sofá, no ves más que a él mismo; no vez los bordes o los baches, solo tienes que intentar arreglarlo con lo que crees correcto. El problema con todo esto radica en que no todos tenemos la misma definición y percepción de lo que es o no correcto.




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