Capítulo 28
22 días después del suicidio
Alex
Silvie pasó parte de lo que quedaba de aquella noche empacando maletas. La escuchaba ir y venir, de un lado a otro, moviendo cosas y guardando otras.
Había permanecido inmóvil en el sofá. Pensando. No había conseguido dormir ni un solo minuto. Las imágenes, las palabras; se arremolinaban en mi mente, obligándome a mirarlas, a entender que estaban ahí y que no tenía intención de marcharse. Entre todo, debía darle crédito a Silvie, porque cuando habíamos hablado de temas diferentes al de Anne, me había resultado bastante liberador. Pero, en cuanto a aquel bienestar, que al final resultó apócrifo, porque para el amanecer, volví a sentirme igual o mucho más triste.
Y es que, en realidad, sentía que el hecho de saber todo eso, no iba a devolverme lo vivido, a ella en particular.
Siendo honesto conmigo y con todos, nada iba a cambiar lo que pasó. Ella no estaba, ahora era polvo de estrellas.
Gran parte de la noche la había pasado recordando aquel regreso, que ahora me parecía memorable, de su parte. Fue como si se lanzara al vacío para salvarme; caíamos juntos, pero solo uno de los dos seguía sin encontrar el fondo. Admiraba nuestra historia, por muy dolorosa que fuera, porque ella había significado un punto de cambio, de inflexión. Para bien o para mal, significaba una de las etapas más importantes de mi vida; era a quien había amado, amaba y seguiría amando. Porque de una cosa podía tener plena certeza, nunca conseguiría volver a sentir eso con alguien más. Nos habíamos condenado. Y es que, cualquier deseo que antes tenía ahora era me parecía imposible de considerar, ni siquiera podía pensar en algo sin que la imagen de Anne se me viniera a la mente, y, con ello, la sensación de vacío y tristeza. Llorar nunca antes me resultó tan fácil; tanto como solo decir su nombre o saber que la había perdido.
Por la mañana, bastante temprano, me ofrecí, por simple cortesía, a llevar a Silvie al aeropuerto. Sentía que era lo menos que podía hacer, después de que se tomara el tiempo para esperarme a que yo decidiera hablar. No podía obviar que no me gustaban sus métodos, pero en cualquier caso, al menos lo había intentado. El entenderme.
Al principio se negó casi aterrada con el ofrecimiento, ella juraba y perjuraba juraba que íbamos a tener un accidente, por mi falta de sueño. Le aseguré que me encontraba en perfectas condiciones, pues llevaba tiempo de esa manera que mi cuerpo estaba acostumbrado. Le dije que lograría llegar sana y salva al vuelo. Al final, entre tanta insistencia y propia negativa, no le quedó más que aceptar.
Todo el camino la noté nerviosa, moviéndose en la silla; buscando entretenerse con cualquier cosa. Me sentó bien el poder burlarme de ella, aunque lo mantuve para mí.
—¿Qué haces ahora? Hoy —dijo, un tramo de camino después.
A decir verdad, no tenía la menor idea. No quería pensar en el futuro, aunque este fuera el más cercano e inevitable. En otras circunstancias mi respuesta no se hubiera hecho esperar, pero por desgracia, no eran otras circunstancias.
Era el infame ahora, del que no podía huir.
—Tengo un perro, iré a verlo —contesté, sin apartar la vista de la calle—. Supongo que eso también incluye a mis padres. Una visita familiar.
Noté los ojos de Silvie puestos sobre mí, con cierta reticencia.
—¿Qué hay de Emilie?, ¿cuándo hablarás con ella?
Suspiré, dándome cuenta que era cruel lo que pensaba sobre eso; porque esa era una de las preguntas que más había estado repitiendo desde el día anterior y, a decir verdad, me daba igual que pasara o no con Emilie. Mis planes no contemplaban regresar al apartamento, mucho menos sentarme a hablar con ella, de algo que sencillamente no iba a entender.
Lo mejor que podía hacer por ella era mantenerla lejos de mí, al margen de todos mis problemas, que al final, solo terminarían lastimándola mucho más de lo que ya lo hacían.
—Creo que no es de tu incumbencia.
Silvie soltó una exhalación pesada.
—Intenta ayudarte, Alex —dijo en un notable tono acusatorio—. Merece saber lo que piensas respecto a ella y a ti. No puedes solo dirimir de ese tipo de cosas.
—Ella lo sabe. Y no necesito su ayuda. Puedo arreglármelas solo, al final de cuentas, no es tan grave, ¿no? Tú lo dijiste, con el tiempo pasará.
Traté de no mirarla, aunque no hacía falta, porque era claro que, si hubiese tenido la posibilidad, me lanzaba del coche, no la dejaba pasar.
—¿Quieres un consejo?
—No. Pero te lo agradezco.
—Para que alguien pueda iniciar el trabajo del duelo, es fundamental que admita antes que hay algo que ha perdido.
Guardé silencio.
Admitir que había perdido algo, pero es que ¿no era suficiente obvio? No sabía si lo que esperaba era que me parara en medio de la avenida y gritara que Anne había muerto. Porque no, no iba a hacer eso. Tenía bastante claro que ella no estaba y que era definitivo y sí, estaba en medio de un duelo. Eran cosas puntuales, reales y presentes, que necesitaban más que solo la voluntad para pasarlas.
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Editado: 30.11.2024