Capítulo 34
365 días después del suicidio
Alex
—La mujer que vino se llevó todo, apenas y quedaron los muebles, porque eran parte del apartamento. Del resto, todo está igual. Se ha mantenido cerrada como usted lo pidió. Debe haber mucho polvo.
—Gracias.
—En menos de una semana se vence el contrato, y no tengo nada en contra, pero la verdad nos gustaría buscar otro arrendatario. Sé lo difícil que es la situación, pero este lugar merecer más de lo que ahora tiene.
Asentí.
—¿Trajo las llaves?
—Sí, por supuesto. Aquí están.
—Me gustaría entrar solo.
—No hay problema con ello, señor.
Introduje la llave en la cerradura; las manos me temblaban y sentí que no iba a ser capaz de terminar de abrirla. Es que sentía que entraría un lugar habitado por la eterna ausencia o lo que sería un inevitable olvido. Cuando la puerta se abrió por fin, me recibió una brisa fría.
—¿Hay servicios?, ¿luz? ¿Agua?
—Los cortamos el primer mes, ya sabe, para evitar gastos mayores; pero voy volví a conectar la electricidad para su visita. Como nadie estaba habitando el apartamento, es mejor no malgastarlos, ayuda al planeta.
—De acuerdo, gracias.
—Lo esperare afuera, señor Haskell.
Asentí y el administrador del edificio se retiró al instante. Tras una inhalar con fuerza y reunir un poco de coraje, di el primer paso dentro del apartamento. Me sorprendió que al final no resultara tan difícil como lo llevaba pensando desde mucho tiempo atrás. Aun así, eso no evitó que sintiera como se me iba encogiendo el estómago y el pecho. Me resultaba apenas creíble que estuviera ahí. Encendí el interruptor, que estaba a la entrada; la luz titiritero por varios segundos, antes de quedarse estática. Me encontré que, tal como me había dicho el casero, todos los muebles estaban cubiertos por sabanas y era evidente el estado de aparente abandono. Conseguí llegar hasta la pequeña sala sin ningún problema.
Desde ahí me costó moverme, como si el espacio se hiciera más denso a medida que avanzaba. Entendí que se trataba más de mí que de algo físico; era la cuestión de saber que estaba en aquel lugar que alguna vez fue su hogar y hoy no era más que un cajón de recuerdos que se había quedado vacío. En la cocina, las plantas que alguna vez hicieron de aquel espacio suyo ya no estaban. Las notas y los imanes decorativos del refrigerador no dejaron rastro alguno de una posterior existencia. Me pareció todo tan triste y frío y solo; a sabiendas de que antes ya me lo parecía, esta vez parecía muy diferente. Era la certeza y el conocimiento lo que lo hacían peor, o más bien, la muerte. La terrible ausencia que galopaba por aquel piso, la brisa y mis propios pasos, que recorrían aquel apartamento viejo. ¿Cuánto tiempo había pasado? A mí me parecía toda una eternidad y eso que ni siquiera podía tener conciencia de como era vivir una, pero debía ser así; sola, triste y dolorosa. Me invadió una sensación de pesadez y por un momento sentí que me quedaba sin aire. Afinqué una mano en la isla de la cocina hasta que conseguí pasarla.
Hacía poco más —o menos, no estaba seguro— de una semana en la que llevaba soñando cada día con Anne. Sí, justo la semana previo al primer aniversario póstumo. Era el mismo sueño que había tenido el día en que Adrien me informó que ella se suicidó: en el que me despertaba con ella acostada a mi lado, en el que hablábamos sobre el clima del día; hasta que llegaba el momento en que le pedía que se casara conmigo y entonces todo se iba al demonio. Pasaba todo exactamente igual. Llevaba ese mismo tiempo pensando en que quizá trataba de decirme algo que solo yo entendiera, pero seguía sin descubrir de que se trataba. Eso me apenaba mucho porque después de todo, no la conocía tanto como creía y no solo eso, me dejaba un pensamiento inconcluso que no hacía más que seguir machacándome el pecho. Después de tantos meses volvía en aquellos sueños ciertamente inciertos y efímeros, recordándome lo cruel de su decisión; a la cual estaba circunscrito a respetar.
Había pasado un año; con sus días y noches. Trecientos sesenta y cinco días, doce meses, cincuenta y dos semanas, quinientos veinticinco mil seiscientos minutos. Era el tiempo que trascurrió desde el momento en que Anne decidió no continuar en este plano terrenal y dejó, con su partida, un mar de dudas y corazones rotos. El mío sobre todo. Todo era tan complejo porque no existía una lápida con su nombre, no tenía un lugar a donde ir a visitarla. No quedó nada de ella, más que los recuerdos a los que seguía aferrándome en soledad porque me había dado cuenta de que el mundo iba adelante y que su muerte no significó nada más que el ciclo natural de la vida. La habían olvidado tan rápido.
Después de todo, un año no era tanto tiempo, podía pasarse como un parpadeo. No lo podía creer, que había transcurrido un año sin Anne, a sabiendas de que no estaba por ahí, recorriendo el mundo sino que estaba muerta y no volvería. ¿Cómo es que conseguí sobrevivir tanto tiempo? Y la peor parte era el recordar que aún me esperaba una vida entera con aquella verdad. Sin Anne, sin una propia parte de mí. Una vida solo, que siempre pensé sería con ella, con nuestra propia familia. No sé, ahora me costaba solo quedarme divagando entre aquellos pensamientos. Lo único que quería ahora era, bueno… supongo que sentir un ápice de alivio.
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Editado: 30.11.2024