Tiempo actual
Estaba a nueve horas de estar en casa con mis hermanos, estaba sentada allí en una silla en el aeropuerto pensando que en pocas horas estaría en la misma ciudad dónde él vivía, y que tendría que pasar por su casino, y por su hotel. Al recordarlo, intenté ignorar la sensación de angustia que me oprimía el pecho.
Nunca debí huir de la ciudad sin contarle que esperaba un hijo suyo. Él nunca volvió a buscarme. Hizo su vida sin mí, como yo hice mi vida sin él.
Me sentía sola y tonta, el sentimiento de desesperanza que me llenó cuando me subí a ese avión con destino a Londres sabiendo que no volvería a verlo me destruyó de varias formas: tendría a mi hijo sin su padre, yo lo amaba y renunciaba a él, no era un hombre apropiado para mí, su mundo estaba lleno de polémicas y yo era demasiado joven, habría destrozado a mis padres, César jamás me lo hubiese perdonado.
Miré mis manos temblorosas, chasqueé la lengua y pasé saliva, busqué una botella de agua y bebí de ella como si fuera una fórmula mágica para hacer que desaparecieran mis miedos.
—Mamá, aquel niño me dijo que el avión se va a caer.
Me eché a reír y ladeé la cabeza para admirar sus ojitos lindos, jugué con sus cabellos rubios y lo besé en la frente. Me divertí pensando que debí aceptar la oferta de César de enviar un avión privado para recogernos.
—Los aviones se caen, pero muy raras veces, no es común, este no se va a caer, Iggy.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo. ¿Estás nervioso o feliz?
—Feliz, quiero conocer mi otro país, el país de mis abuelitos. Hace calor allá, no llueve siempre.
—Así es, está frente a un mar cálido con mucho sol todo el año.
—Pasajeros del vuelo 315 con destino a la Isla de Lagos, por favor, abordar por la puerta cuatro —dijo Gael.
Iggy y yo reímos, se sentó a mi lado, palmeó mi pierna y la acarició con ternura.
—Adoro que no seas como esas mujeres que se ponen pijamas o trajes horribles para subirse a un avión, bien bonita que anda mi noviecita —dijo, besó mi mejilla y sonrió entusiasmado.
—Hace cinco años que no voy a casa, estoy un poco nerviosa, y emocionada.
—Me muero por conocer tu país, los muchachos siempre dicen que es un lugar paradisiaco, me encantan estas mini vacaciones que tendremos —dijo con picardía, me guiñó un ojo, no apartó su mirada, suspiré pensando que deseaba que no se le ocurriera pedirme matrimonio en el viaje.
A Gael lo había conocido hacía tres años cuando fundé mi academia de baile, él fue el abogado de la firma que me ayudó a poner todo en orden, fue un coqueto desde el día uno, su especialidad es criminología, pero decidió atenderme personalmente con asuntos mercantiles, comenzamos a salir a los dos meses y para los seis meses de habernos conocido ya andábamos, de tanto ir y venir solo teníamos un año de ser novios formales.
Iggy no me había conocido otro hombre, y siempre le dejé claro que él no era su padre, tampoco dejaba que fuera su figura paterna, a pesar de la distancia, ese papel lo cumplía mi hermano mayor, tampoco veía nuestra relación de forma demasiado romántica, estar junto a Gael me había evitado ser cortejada por otros, siendo un hombre bueno, apuesto, inteligente y divertido, era todo lo que podía pedir, era buena compañía.
—Gael, vamos por helado —dijo Iggy. Gael me miró buscando aprobación, me hice la desentendida.
—No me dejes quedar como el malo.
Me eché a reír, y me levanté, yo necesitaba ese helado más que nunca.
—Vayamos los tres —dije para alegría de mi chiquitín.
La presencia de Gael me relajaba, me hacía reír, era mi lugar seguro y eso debía bastarme para ser feliz, con su forma de distraerme lograba olvidarme de mi gran secreto; sin embargo, por minutos volvía a recordar que en horas estaría en la misma ciudad dónde él vivía.
No me preocupaba cruzármelo, mi familia y la suya no frecuentaban los mismos círculos, sin embargo, la boda de mi hermano sería un evento bastante reseñado, pues era el alcalde de la ciudad, relamía mis labios y rodaba los ojos cada vez que lo recordaba, no conseguiría forma de desaparecer de esa fiesta, él iba a saber de mi presencia, lo que me preocupaba que se fijara en Iggy.
Mientras comía el helado repasé con detenimiento sus facciones: tenía mis ojos, mi cabello, mis labios, la nariz de él, su risa, su cuerpo, su forma de caminar.
«No se parece tanto a él», pensé, aunque también debía recordar que hacía años que no miraba una foto suya, me hacía daño, con el tiempo olvidé algunos de sus rasgos físicos, no olvidaba su sonrisa, pues la veía todos los días en la cara de Iggy.
Mis hermanos y mis padres jamás mencionaron que mi hijo se pareciera a él, por lo que no debía preocuparme, eso me dije para poder controlar mis nervios y mis pensamientos que imaginaban miles de escenarios negativos; para todos mis conocidos en casa, me embaracé de un ingeniero alemán que falleció antes del nacimiento de Iggy.