Danza de secretos

Capítulo 2: Un encuentro predestinado

Años atrás.

***Mariano***

Vagaba entre los asistentes a la fiesta con el semblante serio y las manos dentro de los bolsillos para no dejar en evidencia la ansiedad por la llegada del objetivo de la noche.

—¡Está aquí, señor! Lo conducimos hacia su ubicación.

Miré a mi alrededor, cerca de las escaleras que daban a los pisos superiores del hotel, frente a la entrada directa al casino.

—Entendido —respondí, liberé tensión con un suspiro y alcé el rostro esperando que apareciera el hombre.

Me giré para ver a dos de mis escoltas, se mantenían alertas.

Lo vi caminar con confianza hacia mí, sonrió y saludó a todos con pose de candidato político, es quizás lo que pretende, pensé: ser el próximo alcalde, no disimuló un gesto de desagrado al verme, se detuvo frente a mí.

—Mariano, escuché que estabas interesado en los terrenos de la quince, lamento habértelos ganado.

—Así consigue el fiscal lo que quiere, espero que no firmes esos papeles, César.

Ladeó la cabeza y rio ligero.

—¿Por qué no lo haría? —inquirió el rubio.

—Porque son míos, son para mí, voy a demostrar que conseguiste los permisos con mañas, yo tengo los documentos anteriores y voy a hacer valer mi derecho, mis abogados ya están trabajando en ello.

—Quieres los terrenos para ampliar tu casino, yo para crear una fundación, creo que la ciudad va a preferir mi proyecto.

—Pues el mío deja altos ingresos por impuestos a la ciudad y al estado.

—Esta vez perdiste, Mariano, no insistas, harás que quiera meter la nariz en tus asuntos.

Miré a uno de los hombres que estaba a su derecha, se acercaron a él dos y lo tomaron por los brazos, lo dirigieron con la boca cubierta hacia la esquina de la entrada del casino, los seguí, lo dejaron contra una pared, lo miré a los ojos mientras lo alzaba por la solapa de su traje.

—Te voy a dar una sola oportunidad para que olvides los terrenos, por las buenas.

—¡César! —gritó una mujer, una voz dulce que hizo que girara la cabeza en su búsqueda, solté a César y miré a la chica, sus ojos se cruzaron con los míos, los suyos se abrieron por la sorpresa de vernos: ojos grises y brillantes, pasé saliva, parecía una hada en su vestido de seda en color rosa pálido, su cabello amarillo suelto caía sobre su espalda con gracia, parecía sacada de una película animada.

—¡Natalia! Espérame en la mesa —dijo tenso.

Volteé para ver a mis hombres para que lo liberaran, César se apresuró a llegar junto a la chica que no dejaba de mirarme asombrada, su pecho subía y bajaba, su cuerpo delgado temblaba como un ave herida en medio de la calle.

Por fin interrumpió el contacto visual, miró a César.

—¿Qué pasó? ¿Todo bien? —preguntó con una voz tenue y temblorosa, hizo que se me sacudiera algo por dentro, me relamí los labios, era solo una chica, pero su voz jadeante se escuchaba sugerente.
César afirmó con energía y sonrió de forma impostada.

—Sí, todo bien, vamos a la mesa.

—¿No nos vas a presentar? —preguntó Aarón. Alcé la vista y crucé miradas con César, le mostré el mentón y alcé una ceja, él pasó saliva y miró a la chica.

—Es mi hermana Natalia. Nat, ellos son Aarón y Mariano Capdevila.

La chica asintió, sus ojos mostraron sorpresa.

Tenía un rostro precioso de facciones que parecían dibujadas.

—Encantada, soy Natalia —susurró, y me miró.

Aarón se acercó.

—Bienvenida, Natalia, cuando quieras te damos un paseo por el casino ¿Has venido? —preguntó con tono burlón.

La chica sacudió la cabeza para negar.

—Nos vamos —dijo César con tono imponente, volvió a lanzarme una mirada retadora, le sonreí y miré de forma fija a su hermana cuando dio la espalda, tenía un cuerpo perfecto: delgado, pero con carne en los lugares importantes, se veía bastante joven.

Parecía de la clase de mujer fina, femenina, delicada, incorruptible que no me iba, suspiré y desvié la mirada hacia Carlos Arturo.

—Resuélvelo, quiero mis terrenos.

Asintió.

Aarón se acercó a toda prisa.

—¿Esa muñequita es la hermana? No la había visto, sabía que existía, pero creí que era más chica.

Carlos Arturo negó con un movimiento, se relamió los labios.

—Estudia en Londres, es bailarina. Llegó hace una o dos semanas, debe tener como veinte o veintiún años —aclaró.

—Está buena —dijo mi hermano, lo golpeé en el pecho.




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