Danza de secretos

Capítulo 3: Recuerdos

Natalia

Primera clase, asientos cómodos y atención exclusiva.

Iggy se durmió, apenas recostó la cabeza del asiento, Gael, contaba chistes y buscaba conversaciones constantes sobre cualquier cosa, yo trataba de seguirle la corriente; sin embargo, no podía concentrarme en nada.

No quería admitirlo, pero sentía curiosidad por verlo en persona, que me viera y descubrir que podía pensar de mí, o cómo reaccionaría al verme a los ojos después cinco años sin vernos ni hablar.

Para mí ya era un amor pasado, imposible y prohibido, por años viví en el recuerdo de sus besos y caricias, de su mirada interesada y seductora, pero había pasado el tiempo, seguía siendo joven, más no esa virginal joven que se entregó a él sin miedo a nada.

—Trataré de dormir —dije a Gael, quien curvó los labios hacia abajo y suspiró derrotado.

Cerré los ojos y traté de recordar la primera vez que hablamos.

Estaba en la oficina de César, lo esperaba para ir a almorzar, de pronto se oyó un golpe seco, la puerta de su oficina se abrió de forma brusca y apareció él, como un adonis, alto e imponente mirando desde arriba con el mentón alzado, llevaba pantalón de lino, camisa de vestir negra arremangada hasta el antebrazo, podía ver sus tatuajes, había uno que le llegaba hasta el cuello.

Recuerdo que me quedé mirando su cabello oscuro, brillante y liso, sus ojos se clavaron en los míos, los dos nos miramos en silencio y era como si todo a nuestro alrededor desapareciera, había otros hombres con él; sin embargo, no logro recordarlos, no recuerdo más que su mirada fija en la mía.

Era como si pudiera sacudirme el alma a través de los ojos, me estremecí al punto que necesité abrazarme, el magnetismo de su presencia me arrastraba a una sensación desconocida y seductora que me dominaba por completo.

No había tenido novios, no había tenido relaciones, nunca había besado a nadie a mis veinte años, era tímida, aunque con él no me avergonzaba por mirarlo de forma fija por varios segundos.

Desconocía las sensaciones que despertaba en mi cuerpo, me gustaba experimentarlas, no podía dejar verlo hablar, perderme en sus ojos, por momentos sonreía pensando que sería una decepción si lo llegaba a conocer, no podía estar tan hipnotizada por su presencia sin conocerlo.

—Natalia, ¿cierto? —preguntó con voz grave, sonreí y movía la cabeza para confirmar. Sonrió de medio lado o eso me pareció, quizás solo fue una mueca, estaba muy concentrada en su mirada que me bebía con el mismo interés con él que yo lo veía.

—¿Desea algo?

Sonrió, bajó la mirada y volvió a verme, sus mejillas estaban ligeramente rosadas, sonreí también al darme cuenta del doble sentido que le atribuyó a mi pregunta, me parecía una locura, nunca había tenido esa clase de intercambios con nadie.

Mi cuerpo temblaba, estaba asustada, y expectante también, me divertía la complicidad que compartía con ese hombre imponente.

—¿Está tu hermano?

—No, ya viene, lo estoy esperando para comer.

Sonrió de nuevo.

—¿Puedo esperarlo junto a ti?

—Sí, claro —respondí amable y miré el espacio vacío del sofá donde yo estaba esperando, lo seguí con la mirada hasta que se sentó a mi lado: su presencia llenaba el lugar, desvió la mirada ligeramente para mirar a los hombres que lo acompañaban, estos salieron, nos quedamos los dos solos en la recepción, sentados muy cerca el uno del otro, contuve la respiración.

Su perfume era tenue, olía a una mezcla de hierbas y frutas: coco, ese es el olor que recuerdo. No me miraba de forma directa, pero su cuerpo estaba dirigido hacia dónde yo estaba, miraba a otro lado, aunque parecía que me miraba a mí.

—¿Te quedarás en Lagos?

Pasé saliva, sonreí y acomodé mi cabello detrás de la oreja.

—No, debo regresar a Londres, allí estudio.

—¿Qué estudias? —preguntó interesado, alzó la cara y me miró a los ojos. Me trabé con las palabras y las ideas.

—Danza clásica.

—¿Eso se estudia?

—Estudio licenciatura en Danza y Artes del Movimiento —respondí mordiéndome el labio.

—¡Vaya! En eso gasta el dinero de los contribuyentes tu padre.

Dejé de sonreír, pestañeé seguido, él se puso muy serio y miró hacia la puerta. La energía de pronto se sintió pesada.

No supe que responder, me había criado la mayor parte de mi vida en Londres, crecí lejos de las polémicas de mi familia, de las acusaciones de corrupción, del odio que genera un servidor público como mi padre.

Me sentí mal, al punto de sentir un mareo ligero, solo deseaba que mi hermano llegara para que ese hombre se fuera, de admirar su belleza pasé a sentirme incómoda con él a mi lado.




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