El olor a vainilla en el ambiente hacía que mi corazón se hinchara de amor, era julio, y pensaba en diciembre, me arrepentí de las Navidades que no pasé con mi familia, o de las que pasamos en Londres, una ciudad hermosa, pero estar en casa y oler la comida de mamá era una experiencia para atesorar en el corazón y lamentaba habérmelo perdido por miedo de volverlo a ver.
Me asomé por la ventana, Dionisio y Andrés jugaban al fútbol con Iggy en el patio de pasto verde mientras mi padre veía sentado en un sofá desde la parte techada, su cara de felicidad también se sentía como una cura para el corazón.
—¿Extrañabas la casa? —preguntó mi madre, la tomé de la mano y la besé en la frente.
—Sí, un montón, Iggy está feliz.
Gael y César bajaron de las habitaciones con cajas que pusieron sobre el comedor.
—Detallitos —dijo Gael, mi madre mi miró sonriendo.
—Es un bello, siempre tan atento y detallista.
—Lo sé.
César se acercó a nosotras y nos abrazó, los tres veíamos hacia afuera de la casa con una sonrisa imborrable, Iggy era el único nieto, el único sobrino, era el más consentido y querido de la casa.
—Adela tiene una sobrina, se llevará bien con Iggy, le debe llevar un año más o menos.
—Qué bueno, aunque él está acostumbrado a entretenerse solo.
—Necesito ayuda para tener listos asuntos de la boda.
—¿En serio? Pudo ayudarte con lo que sea mientras llega Adela.
—¿Podrías? No quiero abusar, es que son detalles que me dejó a cargo y son latosos para mí, hay que marcar en una lista los confirmados a la fiesta, ¿podrías? Te dejo la tablet y la información, y el correo de a dónde hay que enviarlo a la chica que organiza la boda.
—Sí, lo hago aquí sentada, yo sí entiendo de esas cosas, no te preocupes.
—Y hay que ir por las flores a la tienda, para el ensayo, esas son para el ensayo.
—Gael y yo vamos, así le voy presentando la ciudad.
Reímos todos.
—¡Yo feliz haciendo mandados! —gritó Gael mientras probaba uno de los pasteles que preparó mi mamá.
Me entregó todo, y me senté en el gran sofá que olía a madera y miel de frente al ventanal de piso a techo, desde donde veía a mis hermanos jugar con mi hijo, solo perdí de vista a mi padre; mi madre y Gael se unieron a él y me quedé revisando la lista de invitados.
—Señorita Natalia —dijo Lorena, una de las chicas de servicio, me entregó un vaso de jugo verde refrescante, lo saboreé y comencé mi labor sobre la mesa de centro de madera, me sentí de quince años de nuevo haciendo la tarea del liceo en la sala.
—Te veo al rato, debo ir por algunas cosas de Adela —gritó César. Lo despedí con un beso al aire.
Vi que la lista de invitados incluía numerosas personalidades de la ciudad: exalcaldes, gobernadores, senadores, celebridades, empresarios, eran más de doscientos cincuenta invitados, y comencé a arrepentirme de ofrecerme ayudar a César con la lista.
Mis ojos se quedaron quitos sobre los siguientes nombres de la lista: Yago Capdevila más uno, Aarón Capdevila más uno, pasé saliva con dificultad y busqué su nombre, no lo vi, corrí las páginas hasta las últimas de forma frenética sin que me importara perder el control de lo que llevaba hecho: Mariano Capdevila más uno.
Cerré los ojos y me lancé hacia atrás en el sofá.
¿Por qué mi hermano invitaba a los Capdevila a su boda? Miré a los lados y agradecí estar sola, mi corazón se aceleró y no podría disimular mi conmoción, la lista que tenía en la mano y que revisaba era la de los confirmados.
Nos íbamos a ver, estaría en la boda de César.
Se vino a mi mente el día que me fui, ya me había hecho la prueba de embarazo y al ver que esta había salido positiva, sentí que no podía ver a mis padres a los ojos, hice mi maleta, me metí a la laptop y compré un boleto para Londres para el día siguiente, me llamó, me escribió, merodeó alrededor de la casa y yo simplemente corté toda comunicación con él.
Me levanté y fui hasta el patio exterior donde estaban todos, me senté acerqué a los chicos que seguían jugando, me acerqué a Andrés y aproveché de despejar mis dudas.
—Andrés, vi en la lista de invitados que están incluidos los Capdevila —mencioné de forma casual, él alzó una ceja e hizo un gesto de desagrado con la boca.
—No me extraña. Son aliados de César ahora, no está orgulloso de eso, pero les ha tocado trabajar juntos.
—¿Desde cuándo? Creí que se llevaban mal.
—Desde hace un par de años.
—¿En qué están juntos?
—No sé, no le gusta hablar de ellos o mencionarlos.
—¿Mi papá sabe?