Danza de secretos

Capítulo 12: La boda Mendoza - Evkall

Llegaría en un auto conducido por uno de mis choferes, así que recogí a Máxima a la hora acordada, se veía bellísima en un vestido verde esmeralda que abrazaba sus curvas de forma sinuosa, bajé para ayudarla a subir, me miró de arriba abajo.

—Así que el taciturno de los Capdevila sabe usar un traje —se burló.

—Sí que sé —respondí divertido, ya en el auto se puso seria y me dedicó una mirada lastimera.

—¿Qué pasa? —pregunté intuyendo que quería hablar de trabajo.

—Urge la firma de los acuerdos y de los contratos con los Mendoza, los Baeva están impacientes, hace un mes que debió hacerse el primer embarque, y en el puerto se niegan a dar el permiso cuando nosotros acordamos que pueden hacerlo, pero claro, sin documentos firmados.

—Está bien, podremos estar tranquilos, a partir de hoy César no me pondrá más excusas.

Sonrió y movió la cabeza para afirmar, me tomó la mano entre las suyas y las acarició con coquetería.

—Sé que cumples lo que prometes, me quedo tranquila entonces.

—Puedes quedarte tranquila.

—Tampoco quiero que las cosa se pongan demasiado tensas.

—Todo está bien, te lo aseguro.

Al llegar a la iglesia ubiqué con la vista rápidamente a mis hermanos, Aarón estaba acompañado de cualquier chica con la que estuviera saliendo en ese momento y Yago solo, me pare frente a él.

—¿Teníamos que venir al acto eclesiástico? —pregunté.

—Sí, hablé con un par de empresarios petroleros y conocía al hija del duque. Esto es un mal necesario, tampoco es tan malo ¿Temes que se caigan los Santos por tu presencia?

Sonreí y lo miré de soslayo.

—Me atribuyes una fama peor a lo que realmente soy.

Río ligero.

Se acercó Dionisio Mendoza, saludó a Máxima con mucha galantería, le di la mano, e hizo lo mismo con Yago.

—Bienvenidos, gracias por acompañar a mi hermano y a su novia en este día.

—Un placer venir a la iglesia, esto es lo mío, muero por ver el vestido de la novia —bromeó Yago, los dos rieron.

El chico se despidió y mi pulso se aceleró de nuevo, si él estaba allí también debia estar su hermana, comencé a buscar con la vista a Natalia, pero no la veía.

Dionisio volvió acercarse a nosotros, corría detrás del hijo de Natalia, activé mis sentidos pensando que ella estaba cerca, el chico se dirigía hacia mí.

—¡Iggy! —gritó Dionisio detrás de él.

—Hola, amigo, viniste a la boda de mi tío.

—Hola, pequeño, ¿Iggy? ¿Cierto?

—No, soy Lobezno —dijo, se echó a reir cubriendose la boca, sonreí ante su ocurrencia.

—Cierto, cachorrito de lobo.

—Sabes que me voy a tatuar ¿verdad?

—¿Ahora?

—Cuando sea grande, me voy a tatuar un sinsajo y un lobezno.

Miré instintivamente la parte superior de mi mano: un sinsajo.

—Ah, me parece bien.

—¿Tu dejas que tus hijos se tatuen? —preguntó sentandose en la banqueta frente a mí.

—No, no tengo hijos.

—Ah, que mal, quería que me lo presentaras para jugar, solo tengo una amiguita aquí, y mis tíos no tienen hijos, ¿y ustedes tienen hijos? —preguntó a Máxima y a mis hermanos, quienes se echaron a reir.

Máxima acarició sus cabellos.

—Qué hermoso es este niño, no, mi amor, yo no tengo hijos.

Yago lo saludó de puño.

—Hola, amiguito, no tampoco, ni por aquí —dijo señalando a Aaron que lo saludó con la mano.

—Ay, no, la voy a pasar muy aburrido.

—Seguro encontrarás con qué divertirte —le dije.

Alzó los hombros. Dionisio lo tomó por el brazo.

—Disculpen, se pone intenso —dijo al bajarlo de la banqueta.

—No molesta —respondió Yago.

Se alejaron, me quedé viendo al pequeño, amplié la vista para ver si había rastros de su madre, quizás ayudaba a la novia y vendría con ella en el cortejo, pensé.

—¿Tú siendo amable con niños? —preguntó Yago, se echó a reir.

—Me cae bien.

—¿Es el hijo de la Mendoza?

—Sí, es su hijo.

Máxima suspiró.

—Es bello, qué niño tan lindo y tan suelto ¿Por qué te conoce?

—Me los encontré en la oficina de César, se quedó conversando conmigo.

—Vaya, quién diria que un hombre tan serio y amargado como tú tiene su lado tierno.

La ceremonia comenzó, la música inundó el lugar, se abrieron las puertas que habían sido cerradas y entró César Mendoza del brazo de su madre, en el altar estaba su hermano Andrés y un par de amigos suyos, la cantidad de dinero en patrimonio que ocupaba el lugar era apabullante.

Sin que pasara mucho tiempo, sonó la marcha nupcial, entró una niña y el hijo de Natalia con cestas en las manos, al pasar cerca de mi banco se volvió a verme y me saludó con la mano, me hizo sonreír, Máxima suspiró enternecida.




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