Sábado, 18 de febrero de 2017
Día 1.
Sentada en ese banco del comedor, con mis dos mejores amigas, Angel e Idalia, sin nada nuevo que pensar, sin nada interesante en mi vida (excepto los libros e historias en los cuales tengo pendiente perderme).
En ese día común y corriente, paso algo mágico. Un chico guapo llegó con sus compañeros de clase y algo cambió en ese momento.
Rápidamente mis ojos se clavaron en él. Lo miré durante todo el almuerzo.
Viste una camisa amarilla que lo hace resaltar más de lo natural, su cabello negro liso, su piel trigueña y aterciopelada, su rostro, es de esos que revela inocencia y madurez, a la vez su barba me llamo la atención, eso le da un toque de hombre perfecto (cuando no me gustan los hombres con barba. Qué ironía).
Ahí esta sentado, yo prestando atención a sus facciones que eran visibles en ese entonces, solo su perfil, para ser exacta.
Le tenía a unos centímetros, estábamos en la mesa de al lado, pero nunca me miro.
Él reía y disfrutaba, mientras mis amigas platicaban y yo callaba, no porque no quisiera hablar, simplemente quería prestar atención a él.
Fue una larga media hora, cuando nosotras terminamos de comer, nos levantamos y aun así él no miro a su derecha.
Suspiré retirándome del lugar. Me pregunté: ¿Estudiará en la misma universidad? Cuando una de mis amigas, Angel, mencionó que él era compañero del hombre que a ella le gustaba.
Entonces sonreí ante la idea de seguir mirándolo. Quizás en una de esas, se daba cuenta de que yo estaba allí.
Pero los días transcurrieron y él no apareció.