—Paloma ¿Me alcanzás la resma de papel que está detrás tuyo? —me pidió Clara, en el preciso momento en que mi celular vibró avisando sobre la llegada de un mensaje de Fede, mi esposo.
La coincidencia me incomodó.
Se la pasé fingiendo que no me afectaba su presencia, quería evitar mirarla porque cada vez que clava sus ojos ambarinos en mí, me siento desprotegida, desnuda. Tengo la sensación de que posee un poder especial para leerme el pensamiento.
—¿Algún problema? —cuestionó al ver que no quitaba la vista de la pantalla.
—No —empecé a embarcarme en un mentira— Fede no sabía que muda de ropa ponerle a Santi.
—Te llama por cada pavada.
—No hablés de lo que no sabés —repliqué de pronto molesta, y olvidando que una contestación así podía dejarme sin trabajo, pero ella nunca perdía oportunidad de hablar mal de Fede que era la mejor persona que existía en el mundo.
Dio media vuelta e ingresó a su oficina, no volvió a salir de allí hasta la hora del almuerzo.
—¿Otro día sin comer nada? —preguntó a penas nuestros ojos se cruzaron.
—Tengo el estómago revuelto, —me justifiqué contrariada por la atención que me dedicaba, llevaba varios días sin alimentarme con normalidad debido a ciertos malestares que me interrumpían en cualquier momento del día.
—¿Ir al médico no es una opción?
—Confío en que se me va a pasar pronto.
Asintió y siguió de largo, salió del estudio sin decir una palabra más.
A las cuatro de la tarde, el celular vibró religiosamente, activé el audio para escuchar a Fede y a Santi avisarme que me esperaban abajo. Amaba a mis chicos con locura, eran tan alegres ambos que me hacían muy feliz.
Subí al auto, para ser recibida con besos y abrazos. Antes de arrancar, a través de la ventanilla, me topé con la mirada demandante de Clara, clavada en mí. Levanté la mano tímidamente para saludarla, sólo me devolvió un movimiento de cabeza. Cerré los ojos e inspiré para calmarme, más tranquila me dispuse a preguntarle a Fede por su día, al mirarlo su expresión inquisitiva me acobardó.
—¿Qué? —pregunté con una suavidad que no solía utilizar.
—Eso me pregunto yo —expresó con la calma que lo caracterizaba —¿Qué fue eso?
—Saludaba a Clara —expliqué.
Con cierto esfuerzo, relajó todos los músculos concentrando su mirada en el camino, vi cómo apretaba con excesiva fuerza el volante y arrancó sin decir una palabra más. Llegamos a casa minutos más tarde envueltos en un clima incómodo. Una vez terminado el día y con Santi ya dormido, se detuvo detrás mío, nuestros ojos se encontraron a través del espejo.
—¿Qué pasa con Clara? —preguntó directamente.
No me sorprendió, no era un hombre que evadía las conversaciones “incómodas”, más bien al contrario. Estoy segura de que gracias a eso, tenemos una hermosa relación. Él me ayuda a meterme en aquellos lugares donde seguro algo no va a gustarme, pero yo también hago mi parte respondiendo siempre con sinceridad.
—No lo sé, —admití acompañando mis palabras, con un movimiento de hombros y mirada culpable.
—Ya sabemos que le gustás —remarcó. Él había sido testigo del beso que Clara me había dado en la fiesta de fin de año, cuando creyó que estábamos solas. Lo que no sabía ella, era que Fede siempre atento a mí, nos miraba desde lejos. La situación no había suscitado problemas en mi pareja, por la misma razón de siempre, lo habíamos conversado hasta el cansancio. Sin embargo, desde ese momento lo notaba a Fede más atento de lo usual— Lo que me interesa saber a mí, es ¿qué sentís vos?
Bajé mi mirada, otra vez con el sentimiento de culpa anidando en mi pecho y en mis pensamientos. Fede con extrema delicadeza, me levantó el mentón para que lo mirara a los ojos.
—Me incomoda —dije al fin— Desde el día en que me besó, mis sentimientos han ido mutando de a poco.
—¿Desde ese día? ¿O desde que llegó al estudio? —inquirió con un tono que simulaba enojo, para esconder el dolor que le causaba mi confesión. Bajó la mirada un par de segundo, yo permanecía tiesa, delante de él, volvió a mirarme y noté que algo había cambiado— Lo que quiero saber ahora —volvió a tomar la palabra— es qué lugar ocupo yo.
—Fede sos el amor de mi vida, nunca haría algo que te perjudicara.
—Hay cosas que exceden nuestro control, Paloma, y esta es una de ellas.
—Perdoname, Fede.
—¿Por qué pedís perdón? Acaso es algo que has elegido sentir. El amor es así, se siente o no se siente. Para ayudarte a salir de dudas, —prosiguió cada vez más serio— Sí, lo sentís por ella.
—¡Y por vos! —me apresuré en responder, sin considerar lo que mis palabras daban a entender.
Vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas y me odié por hacer sufrir a ese hombre, al que amaba, porque eso era una certeza para mí. El padre de mi hijo, era el amor de mi vida.
—No me conformo con ser segundo plato de nadie, —volvió a enmascarar el dolor, remarcando las dos últimas palabras para dejar en claro que el sentimiento que lo unía a mí no iba a impedir que nos separáramos— pero sí te pido que resuelvas esta situación pronto —a punto de replicar y asegurar que no tenía nada por resolver y que en nuestra casa estaba mi lugar, me dejó helada con su comentario final— porque estás embarazada.
Rompió el contacto que unía nuestras miradas, me dejó frente al espejo del baño, con la mandíbula casi rozando el piso y el corazón desbocado. Terminé de lavarme los dientes como un autómata, sin prestar atención a ningún detalle. Me acerqué a la cama, cautelosa, él me daba la espalda. Ni en nuestras peores discusiones había reaccionado de aquella manera, siempre conciliador, en estos momentos me desconcertaba.
—¿Podemos seguir hablando? ¿Por qué decís que estoy embarazada?
—Porque te conozco —respondió sin voltearse— Hablemos mañana, necesito pensar, estoy cansado y no quiero decir nada de lo que pueda arrepentirme después.