De la dependencia y el dolor

Él

“Ahora hemos invertido los papeles, ahora yo hago estupideces o digo cosas hirientes y tú eres el ofendido que no quiere volver a verme

Ojalá fueras como yo y me perdonaras al día siguiente, haces lo que yo quisiera haber hecho y es cortar contacto

En cierto modo es satisfactorio hacerte pagar

Revertir los papeles y ser yo la que tenga el control

Aunque sé que no está bien

Y sé que no piensas que estas pagando por el dolor causado

Todos me lo dicen

Mi problema es que me aferro al pasado

Y tienen razón

Pero no puedo

No puedo irme de este mundo sin hacerte pagar

Sin hacerte sufrir

Sin hacerte revivir mi infierno

Nunca dejare este odio te lo aseguro

No te quiero pedir perdón

Nunca te he perdonado

Pero esa es mi cárcel también

Solo no quiero que el tiempo avance

Quiero aferrarme a que aún hay tiempo”

La leí una y otra y otra vez, hasta que sentí que me la sabia de memoria, soñaría con esas palabras por no sé cuánto tiempo, pasé meses cerrando los ojos y viéndolas tan claramente como si las tuviera tatuadas a fuego. A veces sentía que estaba bien y como un tren estas palabras volvían a mí, atropellándome, dejándome sin aliento y con la necesidad de aferrarme a algo para no olvidar donde estaba y que no podía dejarme derrumbar.

Hasta el día de hoy trato de convencerme que ella no es el amor de mi vida, pero me sigue pareciendo imposible. Nadie habla sobre el frio que sientes en la mañana cuando no la encuentro enroscada en mi brazo como le encantaba hacer, de las aburridas noches sin las conversaciones que solíamos tener hasta las 3 de las mañanas. De como nunca dejas de buscarla entre las multitudes y como esperas oír su risa, su llanto, pero sobre todo nadie habla del dolor que se inserta en cada uno de tus huesos y clama por ella.

Todos mis amigos, sin excepción, se alegraron el día en que definitivamente nos separamos. Quise matarlos, ellos no sabían nada de nosotros, de cómo funcionábamos, de cómo nos complementábamos, nunca nos entenderían. En lugar de eso me reí junto a ellos y afirmé como se había levantado un peso de mis hombros, aunque lo único que sentía era un tirón en mi tobillo izquierdo, como un grillete, tenía el presentimiento de que si le hacía caso la hallaría. La encontraría en la estación del tren, envuelta en su abrigo negro favorito y su gorro de lana blanca con florecitas, quizás con los ojos llorosos bien agarrada a su maleta, pero con la mirada fija en la entrada de la estación, esperándome. Me imagine mil veces ese momento, en todas y cada una de mis noches de insomnio que ella me dejó.

Siempre es la misma fantasía yo entraría corriendo, recorrería el andén con mi mirada y cuando la de ella conectara con la mía, no habría vuelta atrás, correríamos, nos encontraríamos a medio camino, la atraparía en mis brazos y nunca la dejaría ir.

Pero luego las lágrimas empiezan a rodar por mi rostro y me devuelven a la realidad, ella nunca más volvería a ser mía.

Siento tanta rabia en mi interior que a veces fantaseo con encontrarla y solo fingir que es una completa extraña para mí, sabiendo lo mucho que eso la lastimaría, luego la abrazaría y me disculparía de rodillas porque no quiero que se vuelva a ir, le aseguraría que nunca nada rellenaría este vacío en mi alma excepto ella.




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