Humberto Peña salió de casa de Yolanda Serrano pero no fue directo para la residencia dónde estaba viviendo, se fue a buscar a otro amigo piloto de la fuerza nicaragüense, con el que había coincidido en la misión a Venezuela y este amigo de nombre Guillermo estaba entrando justo en ese momento, cuando Humberto Peña estaba llegando.
—¡Epa! ¡Guillermo acompáñame un momento!
—¿Para qué soy bueno?
—¡Vamos a la esquina, necesito hablar con alguien, allí mismo nos sentamos y nos tomamos un par de frías!
—¡Claro, vámonos!
Los amigos llegaron a la tasca abierta en una orilla de la calle que ronda el paseo que llamaban Boulevard y empezaron a tomarse unas bien frías, y a relajarse, a medida que pasaban las horas iban tomando más confianza.
—¡Entonces, qué pasó con Yoli!
—¡A pues!... ahora me salió con que está preñada y que el hijo es mío!
—¿Que? no le creo, tu y ella ¿ya, lo hicieron?
—¡Uf hace rato!...
El viejo Serrano tiene casa en la playa y nos empezamos a robar las llaves de una cabaña que hizo frente al mar.
—¿Que?, Humberto tú debes tener una tuerca floja, ¿cómo se te ocurre meterte con la hija de don Rafael Serrano?...¡Ahora te tienes que casar!
—¡No, no, no, yo estoy muy joven, y eso no lo voy hacer, yo no me caso!
—¡Pero vale, tu no sabes si ese muchacho es tuyo de verdad!
—¡No va sie! eso fue una emboscada,— y seguían las viandas, las botellas el ir y venir, eran como las cuatro y media!
—¡No señor, además ella me dijo que se estaba cuidando y me emboscó!
—¡Pobrecita, ahora como le va a dar la cara a su familia, yo no le hago eso a una mujer mía!
—¡No, mi llave, no me caso, porque no me quiero casar y ya, ya veremos qué hacemos cuando nazca el niño!
El amigo Guillermo comenzó a verse raro, escuchaba a Humberto que lo notaba, pero no le dió importancia, y el semblante de Guillermo cambio más; se puso aún mas pálido y se blanqueó y al momento, Humberto sintió en la sien algo muy rudo y frío; bien afincado y por la espalda una mano pesada con un anillo grueso que molestaba….
—¡¿Quien no se va a casar?!—le pregunta Don Rafael apuntándole con su revolver a la sien…
Ahora el que cambió la cara de colores fue Humberto y Guillermo y le dijo…
—¡Ve hermanito no se busque problemas!
—¡Vamos para la prefectura civil a firmar el casorio!
Humberto levantó los brazos y salió del lugar apuntado por Don Rafael y acompañado por Carlos Alberto.
Caminaron así hasta el Impala de última generación de don Rafael, nadie dijo nada, porque sabían que Don Rafael Serrano era un amigo muy querido del dictador presidente de la República y que hasta lo visitaba; tomaban y comían juntos.
Yolanda se cambió de ropa se puso un vestido rosa viejo de campana hasta la rodilla, con vuelos de faralaos rosados y con zapatos blancos de raso en punta, también la señora Inés llegó con Federico, Lorena y Aurita. Todos esperando a Humberto Peña como si fuera un reo.
Llegaron, Humberto le clavo los ojos verdes intensos a Yolanda y no la dejaba de mirar como si en esa mirada le dijera mil reclamos, insultos, acusaciones, y "un me la vas a pagar" que estaba sobreentendido.
El jefe civil saluda a Don Rafael con gusto y alegría le da la mano…
—¡Oiga ya llegó!
—¡Si Don Rafael para lo que acordamos!, vamos a proceder entonces…por favor la cédula de los contrayentes y dos testigos…Yolanda pone su cédula en la mesa y el contrayente obligado toma aire; y se pone una mano en la cabeza, mira al techo…
Don Rafael le dice…
—¡Vamos no se tarde que va para lo otro no lo pensó!
Humberto Peña mira a su alrededor, mira a Don Rafael; saca su cartera, toma la cédula y la tira en la mesa.
Bueno ya tenemos lo esencial para hacer el casorio.
El prefecto prosiguió a realizar el acto…
Hemos comparecido hoy..
y así prosiguió…a leer todos los estatutos que corresponden y después de cumplir con todo el protocolo que pregunta…
—¡Señorita Yolanda Matilde Serrano Pérez… ¿acepta usted por esposo al señor Humberto Augusto Peña Seijas?... para respetarlo, acompañarlo, serle fiel, y cumplir con todas las obligaciones que el reglamento del código civil exige y en concordancia con la constitución y las leyes…
Yolanda se queda un poco muda…su mamá a pesar de todo estaba sonriente, igualmente sus otras hermanas y Carlos Alberto estaba muy impresionado de que una de sus hermanas ya se estuviera casando…y con voz tímida y con mucha pena, bajo su sombrerito rosado de taller al estilo Coco Chanel y sin mirar a su futuro cónyuge a los ojos, sino con las manos con guantes cortos de color negro enlazadas sobre la mesa, responde lo que todos quieren escuchar…
—¡Si!
No se escuchó bien…
—¿Cómo dice?
Yolanda levanta la cara y mira al hombre que tiene a su lado, y suspira porque lo ama locamente…
—¡Si acepto! —con voz más audible.
La señora Inés se sonroja, y se ríe, con esa risa inocentona que siempre la caracterizó, porque ella también no salía de la impresión de que su hija "la negra", hoy se estuviera casando.
Igualmente el prefecto procedió para hacer la pregunta de rigor al futuro cónyuge…el cual se sonroja, y piensa, como si tuviera tapiada la boca y un gran silencio inundó el ambiente, el señor Rafael sintió su desabrida emoción, y en segundos dudo de la respuesta… una voz fuerte, grave, viril y molesta se oye…
—¡Si acepto!
El señor Rafael Serrano descansó, sintió un muy disimulado alivio, y mantuvo su cara de piedra en alto con su entrecejo marcado, y escuchó las palabras del prefecto…
—Yo, Carlos Lecuna según mi número de identidad, de este domicilio y en calidad de prefecto de este municipio, y dando fe que se ha cumplido con todo lo requerido para realizar este matrimonio civil, en la República de Venezuela, a las seis y cuarenta y cinco de la tarde, los declaro…
—¡Unidos en matrimonio! y ha concluido el acto.