De La Sierra La Pasión

La mujer se puso pálida

Han pasado los años y Angélica tiene dos hermosas señoritas y la menor le presentó a su novio en las misa de diez; Reinaldo está al frente y le está pidiendo permiso para hablar con el señor Rafael; recordó cuando ella tenía quince años también, y Don Rafael la invitó a salir; un señor que le llevaba catorce años; ella huérfana de padre y de madre; solo contaba con la tutela de su hermana mayor Alejandra. Buscando una seguridad, aceptó que Don Rafael la cortejara a pesar de su condición de casado, ella bonita, jovencita, se deslumbró por todo, por la ciudad, por la mejora familiar, y porque se sentiría igual a esas señoras encopetadas con anillos en las manos, aunque ella amaba ser sencilla. 
No sabía lo que sentía, si estaba enamorada o no, pero ser la mujer que hacía feliz a un hombre como el comerciante millonario de la ciudad en ese momento, Don Rafael Serrano, a ella la llenaba de orgullo y de valía. 
El no tuvo que pedirle la mano a nadie, solo la hermana Alejandra la animaba a seguir adelante, porque la pobreza es muy mala compañía, y su hermana le decía… 
¿Angélica tú estás segura que quieres irte con Don Rafael a vivir? 
—¡Si Aleja, si me pone una casa yo me voy con él, para quererlo y respetarlo mejor que una esposa! 
—¡Ah bueno no hay más que decir! 
Esa semana Angélica se mudo con él y preparó todo para tener su primera vez amorosa. 
Cuando le preguntaban a Angélica que como la pasó, 
ella decía…¡Ay mi hermanita eso sí me dolió! 
El tiempo pasaba; se fué acostumbrando, y Angélica tenía algo, era muy trabajadora y aseada. 
Atendía a su marido como a un rey y le tenía la casa impecable con el piso reluciente y la comida caliente y al punto. 
Reinaldo bien vestido; con el pelo cortado estilo cepillo y los zapatos brillantes, está esperando una respuesta… 
—¡Bueno mijo, como le dije usted se ve muy correcto, y trabajador, y lo más importante es que me quiera bien a la muchacha, por los momentos vamos a venir para acá, se ven un ratito, mientras yo busco la manera de que el papá de Teresa, entienda y acepte, porque eso no va a ser fácil, él es muy delicado y celoso con sus hijas. 
Por mi parte…¡Ya lo conocí!, usted está dando la cara que es lo más importante. 
Reinaldo la oye con mucha humildad y le responde… 
—¡Pierda cuidado que yo soy un hombre de respeto!, también tengo familia; tengo dos hermanas y dos hermanos, yo soy el tercero. 
Ya se los presentaré, somos pobres pero muy honrados y trabajadores. 
—¡Bueno estoy contento! 
—¿Me aceptaría un heladito señora Angélica? 
—¡Ah bueno! 
—¡A nosotras nos encanta el helado!...le dice Teresa. 
Salieron y caminaron juntos hasta la plaza, dónde habían banquitos, cotuferos, raspadores y heladeros. 
De todas maneras no faltaban las vecinas y vecinos mirones que no perdían tiempo en hacer sus maliciosos comentarios. 
—¡Mírenla echa la tonta anda escondida con la hija, porque el señor Serrano no pudo venir, ay cuando lo sepa!... 
La mañana casi raya en el mediodía y ellos siguieron muy tranquilos sin prestar atención a ningún vecino. 
Reinaldo las invitó a comer helados. 
Reinaldo siguió conversando con ellas y le hacía preguntas… 
—¿Y Don Rafael dónde está? 
—¡Ah está en la casa de la mamá en el centro, ellos son varios hermanos!...si no está trabajando. 
Ese día Don Rafael estaba trabajando en sus bodegas del centro, pero ya estaba arreglando todo para irse y llegar donde Angélica, ella estaba confiada, creyó que él iba a tomarse el día, pero tuvo una corazonada…y los novios andaban caminando algo retirados y agarrados de la mano, Angélica se puso nerviosa, y los llamaba, pero ellos no escuchaban… 
—¡Teté, Reinaldo, ya está bueno, vámonos! 
Nada, no escuchaban… 
—¡Hey, Reinaldo, Teté!... 
Angélica se levanta ya no tolera la indiferencia y apura el paso… 
—¡Oigan, vamos, que tengo que cocinar! 
—¡Pero mi papá no viene todavía! 
—¡Vamos Cielo, hazle caso a tu mami, yo las acompaño, ya dentro de poco me voy a comprar un carrito! 
—¡Que bueno! pero vamos, ya Melba debe estar comentando, y uno no sabe! 
De vuelta, iban más ligero y a prisa, cruzaron la avenida, y apuraron el paso, Reinaldo las dejó en la esquina. 
Los vecinos volvieron a murmurar… 
—¡Viste te lo dije, yo sabía que andaban escondidas! 
Angélica sintió un alivio cuando vio la puerta y entró. 
Al pasar el pasillo, Melba las sintió… 
—¿Y de dónde vienen? 
—¡Me quitó tiempo la señora Jacinta, y no me di cuenta!... 
—¡Ay mi papá debe estar por llegar, me dijo que venía temprano! 
Se oyó el ruido del motor del carro, y era Don Rafael que estaba llegando. 
Angélica se puso blanca. 
Melba noto lo pálido de su rostro. 
—¡Ah vió, yo se lo dije! y que le va a decir ahora, que no hay comida hecha! 
Miranda saltó… 
—¡Señora María, no se preocupe, yo hice una sopa como a él le gusta, y hay un arroz con pollo, que usted sabe me queda muy bien! 
Angélica en su corazón agradeció mucho a Dios y hasta le pidió perdón. 
—¡Gracias Miranda, que bueno, no te imaginas cómo te lo que te agradezco! 
—¡Papito!, —salió Melba como siempre la más aduladora y pegada a su papá. 
—¡Buenas, buenas! Angélica aquí le traje unos pollos asados para que no tenga que cocinar! 
—¡Bueno de todos modos allí hay comida! 
—¡Ah sí, entonces, no esperemos más! 
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.