Carlos Alberto llegó antes de las seis de la mañana para cumplir el acuerdo y de esta manera logra que su papá mejore un poco la mala impresión que tenía de él.
Angélica como siempre madrugó y preparó todo con tiempo. Carlos Alberto llegó hasta la reja del zaguán se le dice así, a los pasillos estrechos de las casas viejas, que conduce a la parte interna de la vivienda.
Angélica lo recibe, se saludan con aprecio, porque a Carlos le agrado mucho la forma de ser de Angélica, para él era otra víctima de las serranas pasiones de su padre, y cuando su papá se la trajo estaba muy joven y tierna. Ella le dice…
—¡Pase, para que coman juntos!
Don Rafael cuando lo ve le dice…
—¡Ah ya llegó! Siéntese.
Miranda hágame el favorcito y le sirve un cafecito a Carlos.
Cómo todo estaba puesto en la mesa, Carlos responde…
—¡No, quédate tranquila Miranda que yo me sirvo!.
Comieron las arepas más deliciosas, hechas por una llanera como Angélica, con budare, bien tostadas y mantequilla natural bien cremosa con un queso bien duro rallado y en su punto.
—¡Angélica es muy buena cocinera!
—¡Si, tiene muy buena sazón!
—¡Gracias!, —Angélica le responde—¡y espero que está navidad pruebe mis hallacas!
Las hallacas venezolanas son un platillo exquisito reinas de las navidades venezolanas, Don Rafael se sentía muy orgulloso de este delicioso plato, que preparaba Angélica con Miranda su caballito de batalla, envuelto en hojas de plátano verde, este plato muy laborioso y delicado, Angélica y Alejandra lo aprendieron hacer en la hacienda de la familia Branger en Valencia.
—¡Nunca me perdería una invitación como esa,—musita Carlos Alberto— así que en Diciembre estaré en esta mesa comiendo hallacas!
Se levantaron muy contentos y se fueron para encontrarse con el gran amigo el teniente Moreno, que también va con ellos a disfrutar de la isla maravillosa llamada Chuao dónde tienen ahora los Serranos una hacienda de cacao.
Al llegar a la alcabala, se encontraron los vehículos, el teniente Moreno se baja para saludar a Don Rafael y a su hijo Carlos, y vuelve a su carro, pero, Don Rafael nota que el carro viene una muchacha muy joven acompañando al ministro. Y le dice a su hijo Carlos…
—¡Oiga y el ministro trajo lomito puro!
—¡Si, bien bonita la chica, parece su hija!
—¡Oiga, fíjese bien, si es la hija o no es la hija, para ver si usted tiene oportunidad, y se me casa bien, aunque yo creo que no, yo he ido para su casa y jamás la había visto, y si es la novia, mucho cuidado Carlos y no se vaya a enamorar de usted, el ministro es un gran amigo y me tiene en las buenas con el presidente…
—¡No, cómo se le ocurre!
Además yo tengo mi noviecita.
—¡No sea pingo hombre!
¡Esa mujer le pone los cuernos a usted!
Cómo es posible, que yo que soy un viejo de casi cincuenta años me haya dado cuenta de eso y usted no, ¡lo noté enseguida!
—¡Entonces, si eso es verdad, yo también voy a montarle los cuernos a ella!
—¡Dejé a esa mujer!...¡Esa mujer no le conviene!
Hablando de todo un poco, llegaron a descansar a varios Paradores y en el primero se bajaron todos, allí el teniente Moreno presenta a su novia, pero Carlos se quedó bajo un relámpago cuando vio a esa chica, linda, rubia, ojos azules, en shorts de blue jeans, muy ceñidos y cortos por detrás se asomaban un poquito la piel de su trasero. Ella se sonríe.
—¡Mucho gusto María Eugenia!
—¡Carlos hasta suspiró, olvidó por completo a su noviecita!, pero también el ministro Moreno tenía su cinturón de balines y su arma calibre 32, ceñida a su abdomen como buen militar.
—¡Bonita la muchachita!—dice Carlos Alberto.
—¡Tenga cuidado, porque los ojos le brillaron!
—¡No sé preocupe papá, yo sabré comportarme!
Eran dos horas de carretera y cada vez que se paraban para descansar, la chica miraba a Carlos Alberto con disimulo y el también notó que él le gustaba.
Por fin llegaron de una vez a la casa grande colonial, que era dónde llegaban los dueños.
Salieron a recibirlo los sobrinos, hijos de sus hermanos que estaban allí desde hace más de un mes.
Don Rafael llega, saludando, todos se conocen, sus hermanos estaban jugando dados, alrededor de una mesa de juegos, tomando whisky importado y oyendo guaracha.
Las esposas en la cocina que era estilo ranchero, toda artesanal, y con vasijas de barro, hermosas porcelanas, y un piso de cemento pero brillante y pulido. Daba para alejar como a diez familias.
—¿Y qué pasó, no te trajiste a Inés?—pregunta Consolación.
—¡A Inés la dejé! Me mudé con Angélica para siempre.
—¿Verdad?...
La mesa empezó a tronar, porque decidieron cambiar el juego para dominó, y las piedras iban y venían.
—¡Ministro Moreno siéntese por favor, Paula , tráele una atención al ministro, mandó Consolación a su esposa!
Paula Aponte era sumisa, muy callada, parecía muda, sumamente obediente.
—¿Cómo están las salidas del cacao?
—¡Buenas ventas no nos podemos quejar!
Pero hay rumores que van a tumbar a nuestro compadre, que por cierto estuvo con nosotros el fin de semana pasado, andaba con una muchacha es una candidata al Miss Venezuela, muy bella, y que la tiene de novia.
—¡Seguramente, tú sabes que el billete no acepta ofensa!
—¡Si, señor!
—¡Dijo que la playa de Chuao era muy bonita pero como la isla Orchila, no hay!
Marcos Serrano el segundo en la línea, hermano de Don Rafael, estaba también sentado en la mesa jugando dominó.
—¿Y usted con quién anda Marcos?—pregunta Don Rafael.
—¡Mandé a la señora para Maracay, que va, estaba celosa, de la negra Vilma, y de la negrita Maigua, y yo quiero estar con mis negruras, que son sabrosura pura.
Por cierto, te tengo un chismecito de tu hermano mayor, Rafael, parece que tres de las trabajadoras de la hacienda las preñó. Van a parir para la misma fecha.
—¡Eso sí no me gusta dejar hijos regados!—dice Don Rafael.
—¡Usted es pura dinamita Consolación Serrano!
Los tragos demás, ya estaban haciendo efecto.
Consolación hablaba ya medio borracho.
—¡Yooo, yo, no tengo la culpaaa!...¡La culpa es de ellaaas!
—¡Si como no!
Don Rafael por casa de Candelaria ….están preguntando por usted, o ya no se acuerda.
Don Rafael suspira…
—¡Ajá!—le dice el sobrino Bernardo.
—¡Díganle que mañana le hago una visita!
Ya en todo el pueblo sabían que estaban en la casa grande todos los Serranos.