Al abrir los ojos me encontré con el familiar color blanco al que estaba acostumbrada. No sentía dolor en mi cuerpo, aunque respirar era lo peor que podía hacer en ese momento. Me trate de enderezar para saber en dónde estaba, pero estaba sujeta de mis brazos, así como de mis piernas. Volteé a los lados desesperada por saber en dónde estaba y me encontré con el armario de mi habitación.
Estaba en mi cuarto y eso era más de lo que merecía, pero no había nadie. Trate de zafar mis brazos, pero la cinta que me sujetaba era bastante fuerte. Tenía mucha hambre, así como ganas de ir al baño, pero me encontraba sujeta. La desesperación me consumía por no poder saber en dónde estaba Félix y los demás. Mi piel empezó a arder de manera sorprendente para luego tener una comezón insoportable. Me empecé a retorcer en la cama con tal de sentir algún rosé y poder librarme de aquella sensación.
Mientras me retorcía se escuchó como algo se movía a mi lado y cuando voltee a ver que era salió una pequeña pantalla. Había salido de pared y se estaba acomodando para quedar frente a mí. Me quede en shock momentáneamente por cómo se acercaba a mí, pero la comezón me volvía loca. Estaba postrada en una cama con ganas de ir al baño y mucha hambre mientras una pantalla se colocaba frente mi rostro. Creo que jamás había estado en una situación tan incomoda como esta. Me debía de ver ridícula retorciéndome en la cama.
Al ocultarse por completo la pantalla levante mis brazos y para mi sorpresa estaban libres. Al quitarme la manta que tenía encima mío puede encontrarme con las correas de malla que me sujetaban. Estaban rotas. Cuando tomé una en mis manos pude ver como se volvían polvo. Pereciera como si se hubieran oxidado y desintegrado.
Al tratar de mover mis pies no me encontré con ninguna dificultad. Me puse de pie y traté de correr hacia el baño, pero a la mitad del camino caí. Todo mi cuerpo dolía. Sentía como si me hubieran masticado y luego escupido por mi mal sabor. Tuve que ir al baño a gatas por el dolor.
Mientras me lavaba las manos me di cuenta de que la pulsera que me habían dado ya no existía. En su lugar tenía tatuado una cadena con flores y runas entrelazadas de color negro. Las flores no me eran conocidas, pero sabía que las había visto en algún lugar. Al tocar el tatuaje mi muñeca empezó a doler y en cuestión de segundos mi mano se empezaba a volver morada como si no tuviera circulación.
Al dejar de tocarla poco a poco volvió a su color original. Creo que la pulsera se fundió con mi piel. Al alzar la vista y verme al rostro me di cuenta de lo fatal que me veía. No solo me sentía de la mierda sino no también me veía. Tenía ojeras que me hacían parecer un cadáver y parecía que había bajado unos cinco kilos. Traía puesta una camisa de Félix y un pantalón holgado en el que parecía que nadaba. Debí de estar inconsciente por días o tal vez más.
Estuve luchando un buen rato con la puerta del baño porque cada vez que la empujaba el dolor en mis brazos era insoportable. Sentía como mis músculos agonizaban por el dolor. Al salir del baño cerré los ojos por el dolor y me dejé caer al suelo mientras me apoyaba en la pared. Todo mi cuerpo estaba desecho ni siquiera sabía cómo me había podido poner de pie para ser sinceros.
Tan solo el que me tocara era suficiente para hacer que me doblara del dolor, hasta me encogía en sus brazos por él tacto. La vista se me nublaba por aquella sensación abrumadora. Parecía como si me estuvieran moliendo cada uno de mis huesos.