Odio tener que admitirlo, pero el entrenador tenía razón. El dolor físico me ayudaba a olvidar el que sentía en mi interior. Ahogaba todo lo que sentía desde un principio con los entrenamientos. Quedaba tan cansada que me olvidaba del abismo que me rodeaba y escapaba a mis sueños.
Llegue a un cuarto blanco y una vez dentro la puerta detrás de mí se cerró. Parecía que estaba dentro de un cubo por las dimensiones casi tan perfectas.
Me puse de pie, pero de inmediato lo que era estaba pisando giro 90° y me estampé contra lo que antes era una pared.
Aterrice con fallas, pero al menos no estaba en el suelo por completo. La habitación empezó a girar más rápido en varias direcciones. Cada vez era más difícil averiguar en qué dirección tendría que saltar, así como los giros eran mucho más fuertes.
No podía seguirle el ritmo al cubo y por mucho que me moviera siempre caía en el suelo. Mi cuerpo empezaba a quejarse por los golpes contra el suelo. Después de todo iba a conseguir lo que quería, pero el costo iba a ser elevado.
La habitación giro unas cuantas veces más dejándome en el suelo. Me levanté renga ya que me tomó por sorpresa y por últimos giros que hizo.
En una de las paredes salió una puerta sólo que está estaba acostada salté y me sujete al borde de esta cuando la habitación nuevamente giro dándome otro golpe de despedida.
Me levanté y nuevamente caminé por otro pasillo gris que parecía no tener fin. Un estilo muy propio de este lugar y su decoración. Al caminar mi renguera fue desapareciendo junto con todos los demás golpes que me había dado. No quedaba rastro alguno de lo que me había pasado.
Sigue una habitación está de color rojo en ella estaba la chica que manejaba la arena y otra más que vestía completamente de color carmesí. Vestía un traje de una sola pieza de una tela áspera que le cubría por completo su cuerpo hasta el cuello y resaltaba su cabellera negra y su tez pálida. Tenía un aire macabro, pero nada fuera de lo normal de lo que es esta prisión.
La arena que giraba alrededor de ella formó un anillo y de este empezaron a salir pequeños proyectiles en todas las direcciones. Traté de esquivar, pero no pude deshacerme de todos. Era como si me estuvieran dando balazos de goma como cuando acompañaba a Gabriel en las protestas.
La chica que vestía de rojo esquivo cada uno de los proyectiles sin esfuerzo alguno. Dejando ver que una vez que los proyectiles chocan se deshacen y regresan a la chica en forma de arena.
El que me llamara de esa forma hizo que me sonrojara. Hace varios años desde que me llamaba de esa forma y las únicas personas que lo hacían era un estúpido de la escuela y Gregory.
Extendí mis manos y dejé que el calor fluye era por ellas. La ceniza salió disparada al aire flotando a mi alrededor sin orden alguno. Moví mis brazos como una vez lo había hecho para tratar de que tomarán forma de agujas, pero fue en vano. Ambas se me quedaban mirando, esperando que hiciera algo, pero no tenía ni puta idea de cómo controlar aquella ceniza.
Su comentario me ofendió, pero lo ignoré y dejé que la ceniza regresará a mí. No quería seguir probando mi suerte Así que guarde silencio.
La chica de arena me volteó a ver. Su mensaje fue claro. Ella no podía hacer más, pero yo sí. Extendí nuevamente mis brazos y dejé que las llamas salieran. Me dejé llevar un instante y las raíces rompieron el suelo abrazando mis piernas Como aquella vez que había colapsado para mantenerme de pie.
La chica de rojo aplaudió con sorpresa y dio una vuelta alrededor mío observando lo que era un espectáculo para ella.
Extendió sus brazos y luego los trajo hacia ella. El ambiente cambió por completo. Aparte de la tensión que se formaba también lo hacían unas gotas de agua que flotaban fijas en el aire creciendo a cada segundo que pasaba.