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La directora de la guardería se esmeraba en impresionar a su posible cliente hablándole maravillas del local.
— Tenemos personal altamente cualificado para atender a su hijo de la mejor manera posible. — Decía la mujer.
Arturo asintió vagamente, sin despegar la vista de los monitores que estaban en un extremo de la oficina. En ellos se veían todas las salas del local. En cada una había dos mujeres jóvenes atendiendo a los niños, una en particular le había llamado la atención. En ella, una de las jóvenes estaba sentada en una pequeña silla, totalmente absorta en su celular, mientras que la otra jugaba con aproximadamente una docena de niños y se desvivía por atenderlos.
— Tenemos una enfermera a tiempo completo y una nutrióloga que elabora el menú de los niños con todos los nutrientes necesarios para su sano desarrollo.
El hombre se puso de pie intempestivamente.
— Me gustaría recorrer las instalaciones, si no tiene inconveniente. — Dijo caminando hacia la puerta de la oficina mientras echaba una última mirada a los monitores, preocupando a la encargada. — Sobre todo, el área que corresponde a la edad del solicitante.
— Sí, por supuesto. — Respondió la mujer con una gran sonrisa, fingiendo un aplomo que no sentía. — Acompáñeme.
Caminaron en silencio por un pasillo y, al acercarse a la sala en cuestión, la mujer habló en voz bastante alta.
— Ya verá que, en el área de niños de tres y cuatro años, su hijo estará totalmente a gusto.
Arturo esbozó una discreta sonrisa, con algo de ironía, adivinando la intención del grito, justo al tiempo que la mujer abría la puerta. Una de las jóvenes seguía jugando con los niños en una especie de ronda mientras la otra se acercaba a ellos a la carrera y tomaba a un pequeño de la mano, fingiendo jugar también.
— Después de usted. — Dijo él, haciéndose a un lado.
La mujer asintió y entró a la habitación.
— Muchachas, el señor quiere ver las instalaciones. Su hijo estará en esta área.
— ¡Bienvenido señor! — Exclamó la que había estado con el celular, mostrando una brillante sonrisa. — Estaré muy feliz de atender a su bebé.
Arturo no respondió, se acercó lentamente al grupo de niños y fijó su vista en la otra joven, quien sólo había asentido con la cabeza, en silencio, mientras corría detrás de uno de los pequeños.
— ¿Te conozco? — Le preguntó directamente a ella.
La joven le dirigió una rápida mirada y sonrió.
— Si tiene que preguntarlo, entonces no, no me conoce. — Dijo simplemente, mientras regresaba toda su atención a los pequeños.
Arturo frunció el ceño.
— Nunca olvido un rostro. — Dijo con seriedad. — Se qué te he visto antes, pero no puedo ubicar en dónde.
— ¿En el Polo Norte, quizá? — Dijo ella, para luego correr hacia un niño. — ¡Pedrito deja de comerte las crayolas!
— ¡Jessica! — Exclamó la encargada, totalmente escandalizada. — ¿Cómo te atreves a responderle así al señor?
Arturo sonrió discretamente.
— En el Polo Norte... — Repitió asintiendo.
Inmediatamente recordó la tienda “Blanca Navidad” que la hija de unos antiguos clientes del despacho de abogados de su padre había heredado al quedar huérfana. De hecho, a Blanca, la dueña, Arturo la consideraba su hermana adoptiva, dado que sus papás la habían tomado bajo su protección y cuidado luego del accidente en que murieron sus papás. Ella se había casado con un odontólogo llamado Santiago y esta joven era Jessica, la sobrina de él, quien había estado ayudando a Blanca, a quien todos apodaban “Mamá Claus” en su tienda de regalos cuando esta tuvo un accidente.
— ¡Por supuesto! Eres la elfo número uno de mamá Claus. ¿Cómo estás Jéssica? Hace mucho tiempo que no te veía.
Las otras mujeres se sorprendieron, mientras Jéssica soltaba una pequeña risa, quitándole al pequeño las crayolas de la mano.
— Bien, gracias abogado, pero ya no estoy en el Polo Norte, como te darás cuenta. — Explicó brevemente. — No sé si para bien o para mal, pero ahora estoy en el mundo real.
— Infiero que ya terminaste la carrera y ahora la estás ejerciendo. — Asintió Arturo, evocando alguna charla en la tienda, donde la joven le dijo que era estudiante. — Asistente educativo, si mal no recuerdo. ¿Cierto?
Jéssica asintió mientras corría detrás de otro niño.
— Veo que conoce a la señorita. — Intervino la encargada tratando de recuperar la atención. — Como se dará cuenta aquí cuidamos muy bien a los niños y me temo que las estamos distrayendo de sus obligaciones. ¿Por qué no regresamos a la oficina para que firmemos el contrato e inscriba a su hijo?
Arturo ignoró a la mujer y se acercó de nuevo a Jessica.
— ¿Cuánto ganas aquí? — Le preguntó directamente, sorprendiéndola.
— ¿Perdón? — Preguntó ella, deteniéndose por un momento, mirándolo con los ojos muy abiertos, luego corrió de nuevo tras otro niño.