¿de quién es el bebé?

Prólogo. Un bebé en la puerta.

El timbre de la puerta los despertó de la siesta a las seis de la tarde de un día cualquiera de verano. Con más de cuarenta grados de calor en la calle y cuarenta en el interior. 

— Abre tú. — Le dijo Álvaro a Rubén, cuando salieron de sus habitaciones y se encontraron en el salón. — Voy a mear. 

Rubén se rascó un brazo de camino a la puerta y la abrió al llegar a ella. A simple vista no había nadie, pero estaba por cerrar cuando vio en el suelo a un bebé en una sillita portátil del coche. Rubén miró a lo largo del pasillo, no había nadie más allí. 

— Álvaro, te buscan. — Habló mirando dentro y esperó a que Álvaro viniera. 

— ¿Quién…? — Álvaro se quedó callado al ver al bebé. — ¿Y esto? 

— Un bebé, un mocoso, un crío… — Rubén se encogió de hombros y fue hacia la cocina. 

Álvaro salió entonces al pasillo y lo recorrió hasta las escaleras y el ascensor. 

— Quien haya dejado a este bebé aquí, ya no está. — Dijo al entrar de nuevo en el piso y mirar a Rubén haciendo café. 

— Te dije que usaras siempre preservativos.  

— ¿Qué? — Álvaro se acercó a la cocina y agarró a Rubén del cuello de la camiseta. — Ese niño no es mío. 

— ¿Entonces por qué lo dejan en nuestra puerta? 

Rubén se soltó de él y puso la cafetera en la placa de inducción. 

— Será tuyo. — Le lanzó Álvaro la pelota. 

— Imposible, siempre uso protección o acabo fuera. 

— Acabar fuera no evita un embarazo. 

— No es mío.

— Mío tampoco. 

Rubén lo miró serio y levantó finalmente sus manos abiertas. 

— De acuerdo. — Dijo y fue a la puerta. 

— ¿Qué vas a hacer? 

Álvaro lo siguió y lo vio cerrar la puerta, dejando al bebé fuera. 

— Listo. — Le habló Rubén a la cara. — Ya vendrán a por él. Voy a darme una ducha. Vigila el café. — Se dirigió al baño.

— Tapar las cosas no hace desaparecer los problemas. — Le dijo Álvaro, que negó con la cabeza y abrió luego la puerta. 

El bebé tenía poco cabello rubio, ojos azules claros y no más de tres meses de vida. 

Rubén salió del baño en calzoncillos y con una toalla con la que se secaba el cabello. El salón y la cocina olían a café y Álvaro se tomaba un vaso frente a la isleta con la mirada puesta en el bebé, que en su sillita estaba encima de la isleta. 

— ¿Por qué lo has entrado? — Le preguntó Rubén. — Es como recoger a un cachorro de la calle, ya no podrás deshacerte de él. 

— Tu falta de sensibilidad es alarmante. — Le dijo Álvaro, dando después un sorbo a su café. 

— Soy sensible, siempre lloro con las películas. — Contestó Rubén, sirviéndose un vaso de café y mirando al crío de reojo. — Es rubio como tú y de pequeño tenías los ojos claros. — Comentó. 

— Tú también, tu madre siempre repite que de pequeño tenías unos ojos azules impresionantes. 

Los dos se miraron y Rubén escondió una mano en detrás de su espalda. 

— A piedra, papel y tijera. El que pierda se lo queda. 

— ¿Eres retrasado? — Álvaro soltó el vaso y señaló a la criatura. — Obviamente hay que registrarlo en busca de alguna carta o algo. 

— Entonces hazlo. 

— Yo ya lo he entrado, hazlo tú. 

El bebé abrió su boca y los dos se quedaron viéndolo bostezar. 

— Tienes razón, debe ser mío. Es demasiado guapo para ser tuyo. — Habló Rubén y Álvaro suspiró. 

— Entonces busca a ver si averiguas quién es la madre. 

Rubén agarró la sillita del bebé y lo arrastró hasta el borde de la isleta, por lo que Álvaro lo empujó más adentro para evitar un desastre. 

— Hola, bebé… ¿Nos dices quién es tu desalmada mamá? — Le preguntó Rubén al niño.

Álvaro se apoyó con los codos en la encimera y observó como Rubén rebuscó entre el bebé y la sillita. 

— ¿Encuentras algo o qué? — Le preguntó y Rubén lo miró negando. 

— Nada. — Dijo y puso las manos en la encimera. — ¿Quién deja a un bebé en una puerta sin información? — Suspiró mirando al crío y Álvaro se incorporó. 

— ¿Lo llevamos a la policía? 

— Lo han dejado en nuestra puerta y vivimos en una tercera planta, nadie sube a una tercera planta para abandonar un bebé, obviamente, tiene que ser tuyo o mío. ¿Qué tiempo debe tener? 

— Cuatro o cinco meses. — Opinó Álvaro y Rubén echó las cuentas. 

— Eso nos llevaría, aproximadamente, catorce meses atrás… Al mes de abril del año pasado. — Cruzó los brazos. — Salía con… 

— Con nadie, cada dos noches traías una chica distinta al piso. — Le refrescó Álvaro la memoria y Rubén sonrió al desbloquear un buen recuerdo. 

— Es cierto. ¿Qué hay de ti? 

— Maika. La chica que trabaja en el bar de la esquina. Ni siquiera llegamos a ser algo oficial. 

— Pero antes de desaparecer de pronto te la zumbaste con regularidad. 

— Siempre con preservativo. 

— ¿Cómo era? ¿Noventa y nueve por ciento de eficacia? — Rubén se rió y Álvaro agarró su vaso de café y caminó hacia la puerta de su habitación. — ¿A dónde vas? 

— A llamar a mi madre. — Respondió Álvaro y se paró bajo el umbral mirando a Rubén. — Si empieza a llorar ninguno de los dos sabremos que hacer. No lo dejes solo. — Entró en la habitación cerrando la puerta y Rubén miró al bebé. 

— Eh, ¿soy tu papá? — Le preguntó. 

 

 



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En el texto hay: romance, drama, gay

Editado: 17.05.2024

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