De Taxista a Presidente

El otro

 

El que manejaba el taxi por Buenos Aires era ese tipo de la foto: Alberto Castellar. Pero todos lo conocían como Beto.

Esa tarde el sol delataba todo el humo que había en el aire en la 9 de Julio. Beto manejaba con una lentitud exagerada, exasperante, hacia un semáforo en verde, casi como si quisiera que la luz cambiara a rojo para que lo obligara a detenerse. O más bien exactamente como si quisiera eso. Claro que esta práctica sólo podía hacerse cuando se andaba sin pasajeros, pero Beto tenía otra razón para querer frenar ahí. En ese semáforo paraba Jonathan, un chico de ocho años que hacía unos malabares rudimentarios con unas pelotitas de plástico sucias a cambio de las moneditas que le daban los conductores.

Beto, como casi todos los días, vio cómo Jonathan hacía girar las pelotitas en el aire, y como en un momento dejaba caer una, actuando torpeza para provocar empatía en su público accidental. Jonathan sonreía simulando estar algo avergonzado y empezaba a recorrer las ventanillas de los conductores con la manito extendida pidiendo colaboración. Cuando veía a Beto su sonrisa se volvía más natural, porque su ventanilla siempre estaba abierta. No había mucho tiempo para hablar, el chico tenía bien medido, tal vez internalizado, el tiempo de los cambios del semáforo y sentía que la luz estaba a punto de volver a ponerse en verde.

- ¡Hola Beto!

- ¡Hola pibe, tomá!

                Beto le alcanzó un paquetito de papel grisáceo. Jonathan, sin sorpresa, lo abrió y sacó de adentro el pebete de jamón y queso. No esperó ni un segundo para darle un mordiscón y se fue agradeciendo con la boca llena, porque sabía, y la vibración creciente de los motores se lo confirmaba, que el semáforo ya había cambiado de color y que tenía unos cuarenta segundos para sentarse en el pasto de la plazoleta a descansar. Beto lo saludó aún sabiendo que el pibe, ya a unos metros de distancia, no podía escucharlo, y arrancó.

Manejó cinco cuadras y media hasta que un tipo flaco y de traje azul le hizo una seña con la mano. Esos cuatro segundos que tardó el hombre en subir, y que el taxi estuvo frenado en medio de la calle Tucumán, bastaron para que algunos de los autos que venían detrás consideraran que tenían que tocar bocina. Beto ya ni oía esos bocinazos, a menos que el toque durara más de tres segundos continuos, cuando era equivalente a un insulto.

El pasajero pidió ir a Palermo y Beto sintió esa leve alegría de saberse con un viaje más o menos largo que le dejaría algo de plata.

El tipo estaba tenso. Le indicó a Beto un camino más que obvio y se puso a mirar por la ventanilla con el ceño fruncido. Le sonó el celular.

- Hola. ¿Qué pasa ahora? ¡Estoy yendo para allá! Y bueno, me van a tener que esperar, desde acá no puedo hacer nada. No. Bueno el que se mandó el moco no fui yo, así que... por eso. No, yo no te echo la culpa... pero el responsable sos vos, ese es tu laburo. Yo ahora voy a poner la jeta, pero te aseguro que no me causa ninguna gracia. Chau.

                Beto vio por el retrovisor como su pasajero, enojado, cortaba la llamada golpeando con el dedo la pantallita del celular y volvía a mirar por la ventanilla. Apretaba los dientes de modo que los músculos de la mandíbula se le marcaban.

                El auto anduvo un rato en un silencio gris.

- ¿Beatles? – preguntó Beto inesperadamente.

                El pasajero tardó un segundo en reaccionar.

- ¿Qué?

-¿Cuál es la música que más le gusta? ¿Los Beatles?

- Eh... bueno... si... no sé... me gustan los Beatles, claro...

- ¿Pero qué es lo que más le gusta?

- No sé... qué sé yo...

- Bueno, por lo menos qué es lo que le gustaría escuchar ahora.

                Beto le señaló el stereo del auto, donde tenía conectado un reproductor de mp3 con un cable injertado con cinta.

- En una de esas lo tengo.

                El pasajero se quedó un momento en silencio, dudando. Miró la hora en su teléfono. Miró por la ventanilla, viendo que todavía no salían del centro y que iban bastante lento por el tráfico. Tomó aire y dejó salir un suspiro resignado.

- A ver…

                Por un momento pareció entregarse al juego que le proponían, buscó en su memoria, buscó un sentimiento.

- Lynyrd Skynyrd. – dijo con seguridad absoluta.

- ¡Epa! Eso no es cualquier cosa, eh. Estoy frente a un conocedor.

                El tipo sonrió casi avergonzado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.