Beto vivía en Villa del Parque. A pesar de este nombre tan prometedor el barrio era bastante bullicioso y edificado. Tenía una gran concentración de gente de clase media y estaba lo suficientemente lejos del centro como para tener su propia avenida comercial.
Por eso los Domingos se oían en casa de Beto. El silencio evidenciaba los Domingos.
Y mucho más si era un Domingo de elecciones.
Beto almorzó con su mujer mientras su hijo adolescente todavía dormía y fue a votar a eso de las dos de la tarde. Por experiencia sabía que era una hora con poca gente, seguramente porque la mayoría estaba comiendo o terminando de comer.
Entró al edificio de esa escuela secundaria donde sólo iba para votar cada dos años. Se había fijado en internet su número de mesa y ya sabía a dónde tenía que ir, porque era la misma mesa que en las elecciones primarias. Pasó de largo por el hall, donde colgaba una gran flor torpemente hecha con papel crepé para recibir a la primavera, y dobló a la izquierda. Tras pasar frente a los baños y a esos cartelitos publicitarios contra las adicciones que estaban pegados en las paredes, tomó el pasillo a la derecha. Aunque había poca gente el pasillo era estrecho y faltaba espacio. Los pupitres sacados de las aulas formaban las mesas y en cada una había una urna de cartón y tres o cuatros personas que oficiaban de autoridades y fiscales. Gente diversa que estaba igualmente aburrida.
En esas situaciones a la mañana temprano puede percibirse alguna excitación, algún entusiasmo de novato por llevar adelante el acto electoral, pero a las dos de la tarde ya todos sienten la necesidad de ir a comer a sus casas y esa pequeña frustración de la rutina produce un clima de fastidio que se esparce como la niebla.
En un momento así apareció Beto frente a su mesa, saludó cordialmente y entregó su documento al joven que le extendió la mano para recibirlo. El muchacho leía en voz alta el nombre y el número de documento de cada votante que se acercaba, para que el hombre sudado que estaba a su derecha y la mujer teñida de rubio de su izquierda lo buscaran y cotejaran en sus propios padrones de fiscal. Mientras decía el nombre de Beto hubo una transformación en el muchacho. Las primeras sílabas salieron automáticamente, como habían salido durante toda la mañana.
- Alberto Cas… - y las últimas dos fueron una pregunta - … te-llar?
Por un instante algo en su mente tuvo la esperanza ingenua de que el candidato a presidente mejor posicionado estuviera frente a él. Pero esa chispa se desvaneció en cuanto levantó la vista de ese documento y vio la cara risueña y mal afeitada de Beto.
Él había estado recibiendo cada vez más comentarios y chistes sobre su nombre. Al principio, cuando Castellar estaba asomando a la vida pública, solamente algún entendido le preguntaba “¿Alberto Castellar, como el político?”. Más tarde pasó a ser “¿Como el diputado?” y cada vez más gente fue notando la coincidencia. Ahora, que Castellar era candidato a presidente, absolutamente todas las personas le decían algo relacionado con eso cuando escuchaban su nombre. Y si el tipo ganaba las elecciones Beto sabía que eso iba a seguir siendo intenso por los próximos cuatro años. Pero a esta altura ya había escuchado prácticamente todas las preguntas, comentarios, ocurrencias, chistes y hasta groserías en torno al simple hecho de que se llamaba igual que el candidato a presidente, así que ni siquiera dejó que el joven, que tenía su documento en la mano y lo miraba con ojos de pregunta redonda, dijera una palabra.
- Si. Soy yo. ¿Gano hoy?
La mesa estalló en una carcajada. Desde las otras estiraban el cuello para ver qué estaba pasando. El muchacho se puso un poco colorado y respondió siguiéndole el juego.
- No se sabe, todavía no sabemos nada…
Le entregó el sobre vacío y Beto entró al aula, pero antes de cerrar la puerta lanzó al aire una frase.
- ¡Voy a hacer una más y mejor votación!
Nuevamente hubo risas y comentarios. Los de las otras mesas los miraban intrigados y el joven tuvo que explicar las cosas.
- ¡Se llama Alberto Castellar!
Un murmullo se extendió por todo el pasillo, propagando el dato inútil.
Pero dentro de la mente del hombre sudado que estaba en la mesa, que era el fiscal por el oficialismo, hubo una chispa. Una conexión neuronal impredecible, una idea inexplicable, una duda inverosímil que lo empezó a incomodar y a hacer sudar todavía más. Tenía que despejar esa duda, tenía que liberarse de esa idea ridícula.
Se volvió a fijar el número de documento de Beto en el padrón.