En la pantalla de una tele bien grande se veía a un periodista frente a una escuela, hablándole a la cámara con un micrófono en la mano.
- Repasando entonces los hechos destacados de la jornada electoral, veamos el momento en que emitió su voto el presidente Aguirre.
En la pantalla apareció Aguirre. Era un hombre robusto y pelado de unos sesenta y cinco años. Vestía artificialmente informal, como un golfista. La cámara lo mostraba salir de un aula con un sobre en la mano, recorrer con una mirada sonriente a la multitud de periodistas y curiosos que lo rodeaba y meter el sobre en la ranura de la urna de cartón con un movimiento exageradamente lento y posado, como si quisiera concederle a todos la valiosa posibilidad de tener una buena foto de aquel momento, como si disfrutara de todos los flashes que lo iluminaban. La voz del periodista era seria.
- Aquí lo vemos emitir su sufragio... fue muy rápido en el cuarto oscuro... se nota que por lo menos su voto ya lo tenía decidido.
La imagen pasó a mostrar el frente de la escuela, donde el presidente contestaba algunas preguntas a los micrófonos que se le agolpaban en la cara mientras trataba de llegar a un auto. Aguirre hablaba con la corrección y la dicción propia de un locutor.
- Es un día de fiesta, yo confío en que todo se va a desarrollar en perfecto orden.
Un periodista gritó una pregunta ganándole de mano a sus colegas.
- ¡Las últimas encuestas dan que irían al ballotage! ¿Qué opina?
- Saben muy bien que no puedo hablar mucho, sería irresponsable opinar ahora, pero les puedo decir que yo confío plenamente en el pueblo Argentino y en que sabrán valorar, a la hora de votar, todo lo positivo lo que se hizo estos cuatro años.
La tele donde se veía esto estaba en una lujosa habitación de hotel. Al lado había otros cuatro televisores más, de distintos tamaños y marcas, que estaban acomodados de manera improvisada y mostraban los otros canales de aire, que emitían sus propios informes sobre las elecciones pero aún no daban cifras. Frente a ellos estaba el competidor de Aguirre, el mismísimo Alberto Castellar, fumando nervioso en un sillón. A su alrededor había gente entrando y saliendo permanentemente, hablando por teléfono, mirando pantallas de todos los tamaños, sacando cuentas.
Castellar no se veía tan seguro y sereno como en su publicidad de campaña, ahora parecía totalmente impotente. Después de años de trabajo, después de ver cómo se gastaban cifras de dinero siderales alrededor de su candidatura, todo se definía en este momento y curiosamente él ya no tenía absolutamente nada que hacer para alterar el curso de las cosas.
Entró al cuarto un hombre bajo de piel falsamente bronceada, era Santini, el asesor de campaña de Castellar.
Era un tipo inteligente y despiadado. Si Castellar lo hubiera conocido en diferentes circunstancias habría pensado que era un sujeto deleznable y pedante. Habría detestado que se presentara a sí mismo como “life coach”. Los entrenadores en los deportes son ex jugadores que ya pasaron por esa experiencia. ¿Un entrenador de la vida qué es? ¿Un reencarnado? Pero como se lo presentaron justo antes del lanzamiento de su candidatura a presidente, Castellar se guardó sus preguntas y le sonrió con todos los dientes, porque en ese momento solamente le importaban los resultados. Y era bien sabido que Santini lograba buenos resultados.
Ahora miraba a Castellar desde el marco de la puerta con unos papeles en la mano y una expresión indescifrable, o más bien con una expresión que se empeñaba en ser indescifrable, una estudiada cara de póker. Castellar no estaba en condiciones emocionales de captar esa sutileza.
- ¿Y? – le preguntó casi gritando.
Santini se aguantó la sonrisa de placer que le daba ver esa desesperación en la cara de Castellar y se acercó lentamente. Se le sentó al lado. Su actitud parecía la de un médico que está a punto de comunicar la muerte de un familiar.
- Tenemos los números de 550 fiscales, bastante bien distribuidos.
- ¿Y? – repitió Castellar dejando salir su impaciencia.
-Y... te tengo que decir que no son exactamente como las encuestas.
Una sombra de miedo pasó por la cara de Castellar.
- ¿No?
- No. – respondió instantáneamente Santini y se quedó en silencio. Castellar necesitaba hacerlo hablar.
- ¿Pero llegamos al ballotage?
- Te digo que no son como las encuestas... ¡Son mucho mejores!
La cara de Castellar se iluminó con una sonrisa.
- ¿En serio?
- ¡Sos presidente flaco!!!!
Por primera vez desde que se conocieron Castellar y Santini se abrazaron. Las cinco o seis personas que estaban en la habitación vieron esto y espontáneamente aplaudieron.