De Taxista a Presidente

La bomba

Simultáneamente el presidente Aguirre también seguía las transmisiones de TV en su propia sede, o búnker, como les gustaba decir a los periodistas. La oficina era parte de un edificio antiguo y de categoría como sólo se encuentran en Buenos Aires. Había pertenecido al partido desde siempre, o desde 1944 en realidad, pero hablar de mediados del siglo veinte era prácticamente lo mismo que decir desde siempre.

En ese momento los televisores estaban sin volumen. En el sillón verde de estilo estaba Aguirre hablando con Ernesta, su propia asesora de campaña, una mujer de voz fumadora y movimientos rápidos que desde hace muchísimo tiempo rondaba los 50 años.

La actitud amable que mostraba Aguirre cuando hablaba por televisión era ahora muy distinta, se notaba que siempre había sido un tipo ordinario y casi bruto.

- ¿Peor que en las encuestas? ¡Pero la reputa madre que lo remil parió!

                Ernesta no se inmutó por el exabrupto, estaba perfectamente acostumbrada al lenguaje que usaba Aguirre en privado. Le habló con calma y sin vueltas.

- No llegamos al ballotage. Ya son datos oficiales.

Aguirre explotó.

- ¿QUE??? ¿ME GANÓ DE UNA EL PENDEJO FORRO??? – gritó poniéndose colorado - ¡PERO LA REPUTA MADRE!!! ¡Todos los putos favores que hice por el puto ballotage me los meto en el medio del puto orto!!!

- En dos años tendrías que entrar al senado. Necesitás fueros. – suspiró Ernesta.

Aguirre la miró entre indignado y confundido.

- ¿Y en estos dos años qué hago?

                Ella se quedó en silencio y bajó la mirada.

Aguirre desmoronó su cara sobre las manos y se quedó así, inclinado hacia sus rodillas con la cara oculta, un buen rato.

- Me quiero pegar un tiro en cada pelota.

Ernesta volvió a suspirar y sacó unos papeles de una carpeta.

- Pero hay otra cosa...

- ¿Algo peor?

- Creo que no – dijo Ernesta con sincera confusión- Bah... ni siquiera sé si es bueno o malo. Es algo que saltó hoy de casualidad. Es un error…

Aguirre la miró intrigado y ella le alcanzó una hoja de papel. Aguirre la examinó con inusual detenimiento.  Vio que en ella figuraba la foto de Castellar con todos sus datos, y abajo lo mismo de Beto, el taxista. Ambos estaban precedidos por sus respectivos nombres, que eran iguales: Alberto Castellar.

Aguirre la miró algo decepcionado.

- Hay uno que se llama igual que Castellar... ¿Y qué pasa con eso?

- Con mucho cuidado... – le dijo como quien da instrucciones para armar un explosivo- compará esos números de DNI con el que figura en la lista oficial de candidatos presentada por el Frente Argentino.

Ernesta le alcanzó otro papel. Aguirre lo tomó y comparó los números con algo de fastidio. De repente se quedó congelado. Los ojos se le abrieron involuntariamente por la sorpresa. Respiró hondo, se puso pálido, empezó a sudar, se abrió el cuello de la camisa. Habló como pudo.

- ¿Esto es cierto?

- Absolutamente.

- Esto es una bomba, una bomba... – decía Aguirre mientras se abanicaba la cara con los papeles- no digas nada, tenemos que pensar bien cómo y cuándo anunciarlo.

- ¿Qué? ¿Pensás anunciarlo?

- Por supuesto. Las bombas son para tirarlas.

Ernesta lo miró algo conflictuada, confundida.

- No sé, por ahí podemos usarlo como carta para negociar.

- Ahí es cuando se ve que a vos te falta calle Ernesta. Primero pegar, después negociar.

Ernesta asintió con la cabeza. Aguirre empezó a emanar un entusiasmo arrollador que se notaba en su tono de voz y en su actitud.

- Y a ver... ¿Qué sabemos de este otro Alberto Castellar?

- ¿Estás listo? ¿Querés saber a qué se dedica?

- ¡Por supuesto! ¿A qué?

- Es taxista.

Aguirre se quedó duro un momento. Luego suspiró y sonrió.

- Qué hermosa es la vida.

Ernesta largó una risita.

                Alguien golpeó la puerta, era uno de los voluntarios que venía a avisar que Castellar estaba a punto de dar su discurso triunfal. Aguirre hizo pasar a todos y levantaron el volumen de la tele. En los presentes había un clima de derrota, menos en Aguirre que parecía entusiasmado por algo incomprensible.

En la pantalla vieron a Castellar en un gran escenario, frente a una pequeña multitud que lo vitoreaba llena de esperanza o de profesionalismo militante. Castellar se acercó al micrófono y empezó a hablar.

- Hoy...

Ante la primera palabra hubo una explosión de gritos, aplausos y bombos. Castellar subía y bajaba las palmas de las manos indicando que bajen el volumen de gritos para poder hablar.

                Desde su sillón Aguirre gritó como si la multitud lo escuchara.




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