De Taxista a Presidente

La cadena nacional

Durante su jornada laboral Beto había tenido veintitrés viajes. Catorce de esos pasajeros se dieron cuenta de que se llamaba igual que el ganador de las elecciones e hicieron una broma obvia sobre el asunto. Beto había respondido de buen ánimo pero casi siempre con las mismas palabras: “Haciendo más y mejor viaje en taxi” les decía sonriente. Cada pasajero parecía creer que él era el primero que se daba cuenta de la coincidencia. Alguno, menos egocéntrico, llegaba a proyectar un poco más la situación y comentaba algo como “se lo dirá todo el mundo”. Beto llegó a pensar en sacar el cartel con su nombre que colgaba del respaldo del acompañante, o tal vez conseguir uno con otro nombre. Pensó que podría buscarse un testaferro o simplemente poner el taxi a nombre de su mujer.

                En estas ideas se hundía la cabeza de Beto mientras dejaba el taxi en la cochera, caminaba las tres cuadras oscuras hasta su edificio llevando en la mano su carterita de cuero negro, subía en el pequeño ascensor pintado de marrón y abría la puerta de su departamento.

                Al entrar le llegó el aroma del pollo en el horno. Eso le daba una alegría secreta, algo que nunca le había dicho a nadie, algo tan común que posiblemente ni él tuviera plena conciencia de ese sentimiento. Era simplemente el olor de volver a casa.

Miranda apenas lo miró. Estaba sentada frente a la computadora de plástico gris, esa que para Beto funcionaba perfectamente, pero que su hijo se negaba a tocar porque era demasiado vieja. A ella le bastaba y le sobraba para leer el diario y chusmear con su reducido grupo de amigos virtuales.

Beto la saludó con un breve beso en la boca. Tuvieron un diálogo rutinario y casi formal sobre el día de cada uno. Ella trabajaba en una peluquería, rondaba los cincuenta, era bonita pero ahora estaba totalmente desarreglada, despeinada y con una bata cómoda pero gastada. El departamento era chico y estaba algo venido abajo. En algún rincón se apilaban unas cajas llenas de cosas, pero sobre la mesita ratona siempre había un ramito de flores frescas. Miranda se ocupaba de eso y de casi todo lo que tuviera que ver con la casa y su hijo Esteban.

A Beto las doce horas diarias de trabajo no le dejaban mucho tiempo libre, y a medida que pasaban los años llegaba a su casa cada día más cansado.

Se asomó al dormitorio de su hijo y saludó sin entrar. Esteban lo saludó con un ademán flexible desde la cama.

- ¿Para qué mierda le habrán dado la netbook esa? – refunfuñó Beto en voz baja. Se dejó caer en el pequeño sofá y prendió la tele con un control remoto que tenía los números despintados.

En la pantalla apareció una publicidad de celulares donde se veía a jóvenes hermosos y modernos reírse en reuniones nocturnas, en lugares estrafalarios, en callejuelas oscuras. Siempre estaban riendo y bien acompañados mientras pasaban los dedos ágiles por la pantallita luminosa de su teléfono. BETO miraba todo esto con cansancio.

- Ese celular le compramos a Esteban y no está así de contento...

                Miranda apenas asintió con un gemido desinteresado. Beto se terminó de acomodar en el sofá, pero lo interrumpió la imagen de un escudo argentino que apareció repentinamente en la pantalla. Beto casi gritó de fastidio, sabiendo inmediatamente de qué se trataba el asunto.

- ¿Cadena nacional? ¡Este tipo ya perdió! ¿Qué quiere decir ahora?

Miranda aprovechó para intercalar su reclamo.

- ¿Ves? Eso es porque cortamos el cable.

                Beto no acusó recibo porque la cuota del cable ya era totalmente inaccesible, y sobre todo innecesaria para ellos, que últimamente usaban más la computadora que la tele.

- Me paso todo el día en el auto y quiero distraerme un rato nomás... ¿No la podían hacer más temprano la cadena nacional?

- Vos querés ver minas bailando en pelotas.

- ¡Los flacos también bailan en pelotas!!!

- Todos maricones depilados.

Beto soltó una risita, pero se le borró en el instante en que la imagen del presidente Aguirre se formó en la televisión. Estaba sentado frente a un escritorio con la bandera argentina detrás. Empezó a hablar con su tono formal de siempre, pero esta vez se lo escuchaba más serio. Muy serio. Beto no percibió esto conscientemente, pero sintió que tenía que prestar atención.

-Buenas noches compatriotas. Yo sé que les resultará llamativo un mensaje de este tipo después de las elecciones del Domingo pasado, pero créanme que la situación lo amerita ampliamente.

                En ese mismo instante Castellar estaba en su amplia casa de Cohglan, escribiéndole un mail a un empresario amigo, cuando recibió un llamado de Santini. El tono de su asesor y lo breve de su mensaje lo alertaron un poco.




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