En el despacho presidencial de la Casa de Gobierno otra tele se apagó al terminar la entrevista a Beto.
Ernesta dejó el control remoto y miró a Aguirre sinceramente preocupada. Había pasado la noche soñando con alzamientos populares y puebladas que venían a buscarla para quemarla viva.
- ¿Qué estamos haciendo Aguirre, me explicás?
- Embarrando la cancha Ernesta querida...
Ella caminó de un lado a otro, mirando por la ventana la Plaza de Mayo vacía. El sol de la mañana proyectaba la sombra de la Casa Rosada sobre las baldosas.
- ¿Querés que lo contacte al taxista? ¿Querés reunirte con él para alinear una estrategia?
- ¿Estás loca? ¡Es un genio! ¡Dejalo al pelotudo que cuantas más pelotudeces diga más remueve el avispero! Te digo que a este forro me lo mandó Dios... ¡Me lo mandó Dios!!!! Ajajajajjaa!!!
Ernesta nunca había visto a Aguirre reírse así. Íntimamente no sabía si sentía miedo o aversión por su jefe de tantos años. Dejó que su vista se perdiera sobre los edificios de Avenida de Mayo.