Varios taxistas se juntaban a almorzar en una parrillita puesta sobre el parque cerca de la avenida Dorrego, atrás del Planetario. Beto iba casi todos los días, solamente se ausentaba si algún viaje lo llevaba demasiado lejos de ese lugar y demasiado cerca de la hora de comer. La parrilla era una especie de quiosco de chapa pintado de amarillo donde el humo que se arremolinaba hacía florecer unos grasientos choripanes, sánguches de bondiola y hamburguesas caseras.
Pero este no era un día normal para Beto. Llegó al lugar a las diez y media de la mañana, estacionó a unos doscientos metros y esperó, dormitando, a que se hiciera la una.
Cuando ya había cuatro taxistas comiendo en una mesa Beto arrancó el auto, lo acercó, lo estacionó junto a los otros taxis y bajó caminando lo más rutinariamente que pudo.
Mientras se acercaba a la mesa de plástico blanca donde estaban sentados sus compañeros, Beto le hizo una seña con la mano al parrillero. El hombre dentro del cubo de lata entendió perfectamente el ademán y, sin siquiera secarse el sudor, le gritó al muchacho que estaba al lado suyo como si estuviera a diez metros:
- ¡Bondiolita completa!
Beto enfiló para la mesa y antes de que sentarse ya lo estaba saludando Ramiro, un hombre de su misma edad.
- ¡Beto! ¿Qué hacés hermano?
- Ramiro querido...
Mientras Beto se sentaba percibió que todos estaban incómodamente pendientes de él, pero la voz cantante la llevaba Ramiro, a quién Beto conocía desde hace casi treinta años.
- ¡Te vi por la tele Beto! ¿Qué pasa?
- ¿Me viste?
- Todos te vimos Beto – dijo entusiasmado Pepe, un treintañero de pelo largo y calva incipiente- Bah... Despiste no te vio.
“Despiste” era el nombre cariñoso que le daban a un hombre flaco, también de unos treinta, que en ese momento estaba mirándose el pie y que levantó la cabeza al escuchar su apodo.
- ¿Qué? ¿Qué pasó?
- ¡Beto va a ser Presidente, Despiste! Salió en la tele. – vociferó Pepe.
- Je... si claro...
Despiste estaba acostumbrado a todo tipo de bromas, por lo que no le hizo caso al comentario que le pareció surrealista y siguió comiéndose su sánguche de milanesa. Beto intentó calmar los ánimos.
- Despiste tiene razón, no voy a ser presidente.
- ¡Pero lo dijeron en la tele! – insistió Ramiro.
- ¡Es una locura! Aguirre mostró mi documento en la cadena nacional, pero a mí no me llamó nadie, no me contactó nadie.
- Eso es porque no tenés facebook. – dijo Pepe convencido.
Ramiro indagó, sinceramente interesado.
- ¿Pero vas a ser presidente o no?
- ¡Pero no!!!
El otro de los taxistas sentados allí era un hombre serio de unos sesenta años, pelo blanco y mirada amarga, llamado Oscar. Él interrumpió la conversación con una autoridad absoluta, como si siempre supiera la verdad de todas las cosas.
- ¡Pero claro que no! Un tipo como nosotros nunca puede ser presidente. Eso lleva una vida. Para nosotros ya se pasó el tren.
En el silencio flotó por un momento la sensación de que Oscar hablaba de sí mismo. Afortunadamente el parrillero intervino con un grito.
- ¡Bondiolita completa!
Beto se paró y fue hacia el humo.
En el angosto mostrador recibió un plato con su mentada bondiolita, un vaso de plástico con vino blanco y un paquetito de papel grisáceo, exactamente igual al que le diera a Jonathan, el limpiavidrios de la 9 de Julio.
- Y uno de jamón y queso para el camino.
Mientras Beto sacaba los billetes para pagar, el Parrillero, sudado y sucio, se detuvo un momento a mirarlo. Parecía estar viendo otra cosa, algo que no estaba presente.
- Qué lástima que no vayas a ser presidente Beto. Serías re-buen presidente.
- ¿Te parece?
Desde la mesa Ramiro continuó la conversación como si estuviera junto a ellos.
- Tiene razón. Los políticos lo único que hacen es cagarse en la gente. Que yo sepa vos nunca cagaste a nadie.
Beto volvió a la mesa y se sentó sonriendo, pero un poco incómodo.
- Bueno, gracias muchachos, pero...
Ramiro lo interrumpió:
- ¿Te acordás en la asamblea del 2001? Estábamos ahí en pleno quilombo, dos delegados habían estado hablando a los gritos como locos como una hora y Beto dice: “una cosita... ¿Me parece o los dos dijeron exactamente lo mismo?” Se quedaron todos en silencio... y Beto sigue: “¿Entonces pa qué venimos?”
Hubo una carcajada general en la mesa.
- Vos estabas ¿No, Despiste?
- ¿A dónde?
Sobre las risas Beto trató de explicarles su situación.
- Bueno, pero una cosa es...
- Y cuando yo tuve quilombo con mi novia me aconsejaste re-bien. – aportó Pepe